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Toda una santa

No hay día en que no le rece a Santa Apolonia. Soy devota desde bien moza. Ya de recién casada, me encomendé a ella para quedarme encinta. El crio se hizo de rogar. Y no fue porque mi Manolo no le pusiera empeño. Pero cuando las cosas están de que no, no hay nada que hacer más que esperar.  Tras un sinfín de Padrenuestros y Avemarías, por fin sentí en mi vientre el latido de una nueva vida. Rogué a la Santa para que viniera sano. Cumplió. Dos ojitos, dos orejitas, dos manitas con todos sus deditos y dos piernitas. ¡Y que piernas! Como corría el condenado cada vez que hacía alguna gamberrada. No me salió muy formal, esa es la verdad. Yo pedía para que se hiciera dentista que ganan buenos dineros. Además, Santa Apolonia es la patrona de los odontólogos. A la pobre la martirizaron arrancándole los dientes. Pero ahora que he asumido que no veré a mi zagal con la bata blanca, ruego para que al menos le salgan las muelas del juicio y se centre de una puñetera vez.