Le encanta jugar con el reloj de pared que preside el salón. Una vez se ha cerciorado de estar completamente solo, aparta cuidadosamente el cristal que protege la esfera y hace girar sus agujas con gran celeridad. Primero hacia la izquierda hasta que sus pequeñas manitas van perdiendo el interés. Y después hacia la derecha hasta que sus arrugadas manos dan muestras de fatiga. Entonces sitúa las saetas en hora, cierra la cubierta y regresa a su rutina diaria.