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Mundial 82

Marta trata de convencerme de que en una mudanza siempre algo se extravía. Pero me niego a aceptar que no vaya a ver más mis guantes firmados por Arconada. Su aparente resignación me hace desconfiar. Quizá sea porque su hermano pequeño es portero de fútbol. Buscando confirmar mis sospechas, acudo a todos sus partidos, incluso a los entrenamientos, pero para mi sorpresa, el chico juega sin guantes. Tampoco es que los necesite pues no logra atajar un solo balón. Tanto ir a verle nos ha unido hasta el punto de proponerle que me acompañe en la búsqueda. Pero ya no hace falta. Por fin aparecen los guantes entre los bañadores viejos y las gafas de nadar que ya no me caben, recordándome que la infancia es un verano lejano.

Me escribe el hermano de Marta para decirme que jugarán la final del trofeo. Si se tratara de una de esas películas de sobremesa, se los prestaría para que parara el penalti definitivo consiguiendo la victoria para su equipo. Pero no lo es, así que me quedo sentado en el sofá con los guantes puestos y las gafas que me aprietan la cabeza tratando de no llorar.