Sonó
el timbre y al abrir la puerta, el matrimonio encontró un grupito de
niños plantados en el umbral.
-
Vaya ¿Que tenemos aquí? - exclamó la
mujer con una amplia sonrisa.
Los pequeños permanecían en silencio.
- ¿No se os habrá comido la lengua el gato negro? -
añadió ocurrente.
- Ahora vosotros debéis preguntarnos ¿Truco o trato? Y
os daremos un puñado de caramelos – intervino el marido mostrando
la cesta repleta en forma de calabaza
Pero
los críos seguían sin hablar.
La
situación se antojaba cada vez más incómoda así que ella tomó de
nuevo la palabra.
-
Son unos
disfraces muy aterradores. Mira cariño, la niñita lleva los ojos en
la mano.
Entonces ésta, con un hilo de voz, afirmó contrariada:
-
¡Soy
Santa Lucia!
Y de pronto, entre el San Sebastián asaeteado y el San
Pedro de Verón con la espada incrustada en la cabeza, un párvulo
con hábito dominico vació un bidón de gasolina sobre la pareja
horrorizada al ver como la titilante llama de la cerilla iluminaba
sus aviesas sonrisas.