Asistía resignado el poeta moguereño al fracaso de su propuesta de simplificar la ortografía, poniendo jotas donde las reglas gramaticales demandaban ges o eses en lugar de equis, hasta que en uno de sus habituales paseos matutinos, encontró la esperanza perdida en los torpes trazos infantiles de un cuaderno escolar.
Ilustración: Lola Gómez Redondo