Exactamente lo mismo que decía cuando estaba viva, las mismas palabras, con la misma entonación, así, alargando la última palabra: El día que yo me vaya se os va a comer la mierda. Y el eco resuena en toda la casa. No te negaré que da cierto repelús pero que gusto da verlo todo recogido.
Pero
en aquel momento era tan solo una niña. Una niña atemorizada por
una salvaje jauría de críos empeñados en convertir su día a día
en un auténtico infierno, no dejándole otro camino para escapar de
aquellas feroces dentelladas de odio que el que acabó con su vida.
Tras
este trágico episodio, los ladridos cesaron. Con la marcha de
Quiteria, toda esa ira que habitaba en aquellos niños y que los
llevaba a transformarse en canes enloquecidos desapareció de pronto.
Y como si de un milagro se tratara, se convirtieron en dóciles
perros, fieles al recuerdo de aquella pobre niña.
Por
algo Quiteria es la santa sanadora del mal de la rabia.
Era
la mayor de nueve hermanos. Todos ellos con nombres poco habituales.
Aunque ésto, como todo, va por modas. Y si algo tienen las modas es
que siempre regresan (como las hombreras, los pantalones de campana o
las pobladas barbas) En aquella época no se llevaban los de origen
bíblico. En cambio ahora, vuelven a estar de
plena vigencia. A Quiteria le hubiera divertido conocer chicos
llamados Joel (como el profeta) o Aser (el octavo hijo de Jacob) y
chicas de nombre Betsabé (mujer del rey David) o Nazaret. Y aquel
físico enclenque suyo pronto se hubiera tornado hermoso como el de
su tocaya, la bella Quiteria, aquella novia de las fastuosas bodas de
Camacho que tan fabulosamente describiera Miguel de Cervantes en su
Quijote.
Quiteria
era una santa. Y la chica de mi colegio con la mirada más triste que
haya visto nunca. Motivos no le faltaban, esa es la verdad. A veces,
los niños pueden resultar muy crueles. Y con ese nombre pronto se
convirtió en el objeto de las burlas de sus compañeros de clase. Ya
saben: ¡Quita Quiteria! acompañado de un empujón. Y cosas por el
estilo, que en esto de las mofas no es necesario ser ingenioso, basta
con tener la intención de hacer daño. Si a eso le añadimos que
era espigada, pecosa, de cabello bermejo y que un amasijo de hierros
se ocultaba en su diminuta boca (por aquel entonces los aparatos de
dientes no eran tan discretos como los de ahora) no era pues de
extrañar que le sobraran los motes y le faltaran los amigos.
Aconteció
que aquel imponente aerogenerador, suscitó enseguida el amor de los
cuatro dioses del viento. Y con el deseo de poseerlo, Boreas desde el
norte, Noto desde el sur, Euro desde el este y Céfiro desde el oeste
se abalanzaron sobre aquel elevado ingenio. La violenta pugna obligó
a intervenir al propio Zeus estableciendo que sería el invierno el
tiempo de Boreas, la primavera para Céfiro y el Otoño para Noto.
Olvidó a Euro quién agraviado recurrió al antiguo titán Cronos. A
partir de entonces, sus tres aspas dejarían de obedecer dirección
alguna para convertirse en manecillas, horario, minutero y segundero,
de un implacable reloj.
Llegó a casa con una gallina en brazos recordando el cuento de Los huevos de oro que le leyera el día anterior su mamá. Ésta, al ver al niño, no pudo disimular su preocupación pues esa noche tocaba la fábula de El león y el ratón.
Con gran solemnidad, el alcalde hace entrega a su vecino más ilustre de la llave del municipio. Éste se muestra desconcertado pues no recuerda haber visto en el pueblo una puertade ese tamaño.
A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir – me aseguraron – aunque a mí se me antojaba que tan escuálida más pareciera tener ya una pata y media en el otro barrio. Pero me urgía acabar con el continuo saqueo a mi alacena por parte de los malditos ratones. Así, accedí a adoptar a aquella negra minina. Aunque a veces pienso que no fue buena idea. Sobretodo las noches de luna llena cuando desde la alcoba la escuchó emitir una suerte de risita aguda. Luego desaparece, al igual que la escoba de la cocina.
Entonces entró una paloma que fue a posarse en varios de los diferentes textos sagrados dispuestos en el altar. Los obispos asistentes lo tomaron como una revelación del Espíritu Santo y coincidieron en aceptar como verdaderos únicamente los cuatro evangelios señalados, procediendo de inmediato a retirar con sumo cuidado las oportunas migas de pan.
Él ya estaría tomándose un coco-loco en una playa de Punta Cana en estos momentos de no ser porque perdió el avión. Cosa que no le hubiera pasado de haber salido antes de casa. Algo que hubiera podido hacer si hubiera tenido preparada la maleta como le insistí. Pero como nunca me hace caso, ahí lo tengo, con los pies a remojo y bebiendo un tinto de verano tratando de no parecer afectado solo para no tener que darme la razón.