Cuando retiró aquella capa de cal descubrió grabadas toscamente en la piedra que cimentaba la iglesia, diferentes inscripciones. Las había en castellano, también en latín, en caracteres arábigos y signario celtibérico para finalizar con el negativo de una mano pintada en tonos ocres. Y entonces comprendió que del mismo modo que con los anillos del tronco de un árbol, a través de aquellas hendiduras podía leerse el pasado de la ciudad.
De repente, la voz del capataz le sacó con rudeza de su pensamiento:
¿A qué esperas para echar el cemento?
Pero antes de tomar la paleta, agarrando la maceta y el cortafríos con decisión, estampó su nombre y sonrió.