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Sindical y sindiarena

A mi derecha hay un señor que opina que los sindicatos son nidos de ratas, criaderos de vagos, agencias de colocación,… un timo social, en resumidas cuentas. A mi izquierda tengo a otro señor que pone los sindicatos por las nubes: el gran avance en el desarrollo socio-laboral, la voz de la clase trabajadora, el hermano mayor que defiende al pequeño… algo así como abnegadas ONG’s. A uno y a otro podría reconocerles que en alguna parte de su subjetivo y parcial discurso hay cierto poso, pero lo que en realidad me apetece decirles a ambos es que me parecen demagogos y simplistas, y que, como en casi todos los extremos, se dejan una parte enorme de la historia por contar.

No soy más que un ciudadano como otro cualquiera, pero las vicisitudes y las vueltas de la vida me han llevado a vivir el sindicalismo desde fuera y desde dentro. Llegué a conocer los entresijos de “mi organización” y de otras de carácter similar, pues además de mis propias experiencias y mi observación, aprendí mucho del mundillo gracias a las buenas amistades que fragüé; incluso en casa llegó a entrar una nómina que llevaba el membrete de una de estas entidades. Por ello creo que puedo e incluso debo completar un poquito los retratos a medias que han hecho estos dos individuos, sin más intención que la de compartir conocimiento. No, tampoco aspiro al Nobel de la Concordia: es que me repatean las verdades a medias y la ignorancia bienpensante.

¿QUÉ TENGO QUE DECIRLE AL SEÑOR DE MI DERECHA?

Para empezar, es un tremendo error considerar que todas las personas sitas dentro de una oficina sindical son iguales; tiene el mismo fundamento que decir que en el sector de la construcción solo hay albañiles, y además todos curran lo mismo. Hay que distinguir, a priori, “las dos alas del edificio”: donde están los políticos, y donde están los empleados. En la primera sección hay gente de todos los gremios, aunque sí que es cierto que los empleados públicos son mayoría aplastante, pues en la empresa privada está bastante mal considerado y suele traer muchos problemas. Se subdividen por sectores y en cada uno hay unas personas distintas, con un funcionamiento diferente en base a los convenios y particularidades del gremio y adscripción que corresponda. En cualquier caso, son gente que está ahí por vocación, por convicciones,… llámenlo X; no les obliga nadie. Los hay que están liberados de su puesto de trabajo, total o parcialmente, y su sueldo lo paga su empresa original (que puede ser un organismo público), y también están quienes dan el callo fuera de su horario laboral y por amor al arte, sin más recompensa que la satisfacción personal. En todos esos casos he conocido gente muy honrada y consecuente, con vocación de lucha y servicio a los demás que, sin que nadie les ponga una pistola, se dejan los cuernos en su labor y hasta se pueden pegar más horas trabajando en el sindicato, dentro y fuera de la oficina, de las que están o estaban en sus centros de trabajo. ¿Piensa usted, señor de mi derecha, que porque se hallen bajo las mismas siglas se les puede medir a todos por igual rasero?

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Otro aspecto que mucha gente desconoce o no comprende es el carácter de un sindicato como empresa privada que tiene trabajadores asalariados: administrativos, abogados, técnicos especialistas… Todas estas personas son profesionales que poco o nada tienen que ver con el juego político. El servicio jurídico, sin ir más lejos, es el principal atractivo para la mayoría de los afiliados; quien crea que le están chupando la sangre por esa cuota de 10 euros al mes, que trate de contratar un abogado privado y luego me lo cuenta. De igual modo, otros empleados de la casa se ocupan de los cursos de formación, de los planes de empleo, de la acción social y de una larga lista de tareas de cara a mejorar la vida de otras personas. Fueron contratados, en la mayoría de los casos, gracias a una subvención y en base a su currículum, que pasó un proceso selectivo más bien estricto; no cumplir con sus obligaciones les acarrea las mismas consecuencias que en cualquier otra empresa privada. Señor de mi derecha, pese a que como español medio sabe usted de todo (y mucho) y está casi siempre en posesión de la verdad absoluta, ¿le parece que tales empleados, que hacen el trabajo para el que se les paga, deben ser demonizados, azotados y quemados en la misma hoguera que esos a los que usted tiene tanta tirria, y que ni siquiera trabajan con ellos?

¿QUÉ TENGO QUE DECIRLE AL SEÑOR DE MI IZQUIERDA?

Dividiendo nuevamente el edificio en sus dos secciones, dentro del sector “por vocación” he visto cosas que me horrorizaron hasta el punto de abandonar al poquito de haber entrado. Allí hay gente que tiene la misma preocupación por la defensa del trabajador que yo tengo por la liga de balonmano del Kurdistán, y que no sólo “no siente los colores” sino que hasta se avergüenza y se escaquea todo lo que puede, pero claro… no hay que fichar, el horario no es estricto, apenas existe control… Como en cualquier caso de libre albedrío, para el niño con malicia todos los juguetes son un arma. Por ejemplo, el absentismo laboral se disfraza muy fácilmente como “trabajo de campo”, y es complicado de desenmascarar salvo que te pongas en plan policía.

La experiencia es un grado, y aprendí mucho de ciertos veteranos, honrados sindicalistas de corazón y sangre, pero en mi humilde opinión uno de los enormes cánceres de los sindicatos españoles son algunos de sus "históricos". Los hay que llevan tantísimos años fuera de su empleo original que han perdido cualquier conexión con el mundo laboral real; sólo hace falta ver a quienes tienen en las cimas de las pirámides. También es muy habitual contemplar como se comen una y cuentan veinte, o el minucioso trabajo de manipulación que realizan con sus afiliados y simpatizantes de cara al momento electoral. Como cachorro por joven y pardillo por novato que fui me tocó ver cómo los perros viejos (y no necesariamente en edad) se adjudicaban los méritos de nuestro trabajo e incluso nos invitaban amablemente a estarnos un poco quietecitos porque dejábamos mal a los que se movían menos. Cuando empezaron a anunciarse las reducciones de liberados por Decreto Ley, fue pasmoso ver como algunos gerifaltes sacrificaban descaradamente y sin contemplaciones a sus “subordinados” con tal de no tener que volver al antiguo tajo. Algunos no quieren renunciar a la vida que llevan; otros, directamente, no valen para trabajar en un sitio normal.

Otro gran mal que les aqueja, y directamente derivado del anterior, es el culto exacerbado a la figura del líder. Dentro de esos organigramas inacabables, absurdos y disfuncionales, donde todo el mundo te llama “compañero” pero la mayoría son tus jefes, se adora y se teme a los barones y baronesas de arriba como a dioses. Por descontado que tales divinidades están por encima del bien y del mal, y todo se les consiente, se les perdona y hasta se les aplaude; vamos, igualito que en los partidos políticos, cosa comprensible ya que se acuestan con ellos a todas horas. Tales inconsistencias llegan a extremos tan ridículos que te atragantas de bilis, como por ejemplo, cuando las mismas bocas que protestaban, sujetando una pancarta para la foto, contra las medidas de Zapatero, al cabo de unos días, babeaban como imbéciles mientras le daban la mano en un mitin. Supongo que no hace falta que recuerde al líder sindical que encabezaba manifestaciones que gritaban NO y dos minutos después aceptaba gustoso ser el Ministro encargado de aplicar el SÍ. ¿Me quiere usted hacer creer, señor de mi izquierda, que esto tiene remotamente algo que ver con la lucha por los derechos de los trabajadores?

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Pasamos a las oficinas de los empleados a sueldo. No veas tú si cambia la cosa aquí… He tenido y tengo compañeros, amigos y hasta familiares directos en esta situación, y digo con la boca bien grande que los sindicatos, en muchas ocasiones, son empresas tan despiadadas y chanchulleras como aquellas contra las que se querellan. Ya para empezar, sus asalariados llevan un control de entradas, salidas y marcajes horarios tan estricto que sólo les falta fichar para ir al baño. ¿Adivinan quién les pega un toque si se salen del tiesto? Correcto: uno de esos políticos que no rinde cuentas ante nadie. Viva el ejemplo.

Después, todo ese rigor que los sindicatos exigen ante la patronal y la Administración a la hora de firmar contratos y pagar salarios se lo pasan muchas veces por el arco del triunfo y en sus oficinas te puedes encontrar, como en cualquier privada, a gente que ha aportado una titulación de la leche para desarrollar una labor especializada pero que cobran y cotizan como auxiliares administrativos (no voy a entrar en dónde va a parar el resto de la subvención…). Como era de esperar, también les toca desempeñar funciones que no les corresponden y hasta se les vulneran sus derechos laborales. ¿A quién denuncias esto? ¿Al sindicato de al lado, que hace lo mismo? ¿Quién vigila a los vigilantes? Además, queréllate contra uno de ellos y ya te puedes olvidar de volver a trabajar en el sector; sí, sí, prácticas mafiosas y todo lo que tú quieras, pero te lo advierten bien claro.

¿Recuerdan con qué virulencia protestaban estas organizaciones contra la reforma laboral? ¿Sabían que la que más, la que menos, están aprovechando dichas facilidades para librarse de sus propios empleados de un modo mucho más ventajoso e impune? Es que, como hay crisis… pero las prebendas de los capitostes no se tocan, ¿eh? Eso es sagrado. Les recomiendo, a colación de esto último, este artículo de Gómez Caloca, sindicalista palentino que tiene mi mejor consideración.

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¿Le parece a usted, señor de mi izquierda, que esa es la forma en que deben actuar quienes se autoproclaman “los máximos defensores de la clase obrera”?

Señor de mi izquierda, señor de mi derecha: VÁYANSE LOS DOS AL GUANO.

Dedicado a tod@s l@s compañer@s a quienes un sindicato ha arrojado a la cuneta de esas maneras tan vergonzosas.