Blog | Por César Ferrero

Urbasa: duendecillos codiciados, soldados cautivos

La sierra de Urbasa, en Navarra, es buen lugar para esconderse. El euskera, que se perdió hace decenios en buena parte de su cara sur, es muy descriptivo de lo natural, y aquí también: ‘Ur’(agua)+‘basa’ (bosque). El bosque húmedo. En sus faldas, centenares y centenares de hectáreas cubiertas de hayas, robles, quejigos y encinas; en su parte alta –que no cumbres, pues se trata más bien de una meseta de unos mil metros de altitud-, prados, monte y caliza, mucha caliza por todas partes. Que filtra el agua de lluvia y se agujerea en cuevas y simas. De vez en cuando, un socavón se abre como una escotilla entre la hojarasca, a los pies de un haya: es el corazón asaetado de Urbasa, todo un sótano pétreo.

Eulate, en el valle de Améscoa Alta: a la izquierda, 'Peñera' de Urbasa; al fondo, sierra de Lóquiz Eulate, en el valle de Améscoa Alta: a la izquierda, 'Peñera' de Urbasa; al fondo, sierra de Lóquiz

En los límites navarros con Álava, esta sierra es el telón de fondo de la A-1 por la derecha, yendo de Madrid a Irún. En Olazagutia, en torno al nudo de comunicaciones de Alsasua, un abrupto puerto de montaña sube al altiplano, lo recorre y desciende por el otro lado. Antes del final de la bajada, sale una nueva carretera hacia la derecha, hacia el oeste, que bordea la ladera sur (paralela a la A-1, por tanto): estamos en el valle de las Améscoas, rincón tranquilo que invita a jornadas y jornadas de excursiones. Lo recorre el río Uyarra, en una llanada enmarcada por Urbasa al norte y la más picuda sierra de Lóquiz al sur.

Hasta esa zona conduje hace pocos días, al pueblecito de Eulate. Me esperaba mi amigo donostiarra David, cuyo padre es de allí mismo. Hace tiempo que teníamos una pateada pendiente por esos pagos. Vamos tarde para lo que me gustaría, ahora contaré por qué. Pero llevo un buen ‘sherpa’, que desde la infancia ha explorado esos rincones; si no se tiene tanta suerte, es mejor armarse con un buen mapa o GPS. Senderos marcados no abundan allí.

Las peñas que dominan Eulate por el norte (‘la Peñera’, lo llaman los autóctonos) son más imponentes que insuperables: en unos minutos de empinada subida por el robledal primero y el hayedo después, de pronto todo es planicie alta, hasta donde alcanza la vista. Y, sobre todo, hayas y hayas. Las nevadas han caído ya, pero han dejado pocos restos por ahora.

Bosque mágico de Urbasa: subiendo al altiplano Bosque mágico de Urbasa: subiendo al altiplano

Aquí arriba de la Peñera (buen lugar para los parapentistas), por encima del valle, todo invita a andar, a correr o pedalear. Es el ‘Monte de las Limitaciones’, y ¡desde 1412, al menos! pertenece a los vecinos de las Améscoas, tras normativa confirmada por los Reyes de Navarra y que ha pervivido básicamente desde el medievo. Se nota, entre otras peculiaridades, en que solo los autóctonos pueden subir allí en coche, o que tienen una especie de ‘suerte de leña’, derecho a hierbas y pastos, etcétera. Una murallita de piedra delimita aún parte de esos territorios.

Para pintar el paisaje hace falta una atractiva paleta: gris para troncos y rocas, rojizo para las hojas caídas, verde para el musgo, varios tonos de blanco para las nubes y neveros, azul de cielo. Este entorno es una mezcla entre lo natural y lo disimuladamente moldeado por el hombre: hay estrechas vías asfaltadas o de tierra, bordas pastoriles, puestos para la escopeta. Se mueven por allí, en 4x4, los pastores de oveja latxa, y de esta zona son algunos de los quesos Idiazabal más premiados. Dos carneros nos obsequian con un sonoro e impresionante combate a testarazos. No lejos, los buitres leonados esperan posados en los árboles junto a las cabañas, pues al parecer ‘saben’ que cualquier baja en el nutrido rebaño significa comida automática.

Buitre leonado posado en árbol, siempre cerca de las cabañas de pastores... Buitre leonado posado en árbol, siempre cerca de las cabañas de pastores...

Dice David que, cuando hace bueno, está todo lleno de bípedos. Pueden convivir con los pastores gentes dedicadas a otros oficios, como cazadores y sus perros, mirando a tierra y aire; turistas y lugareños, de senderismo; buscadores de setas, en otoño; y madereros, ahora mismo.

Los troncos apilados, de diámetro brillante, alertan de su presencia. Su maquinaria convierte en lodazales algunos caminos, y su actividad transforma en desigual un bosque que desde lejos parecería uniforme: en algunas partes solo perviven hayas jóvenes y estrechas, como si les hubieran arrancado a sus mayores cuando más necesitaban sus consejos. Da el aspecto del cabello que ha pasado por ese mal peluquero que deja ‘escalones’ capilares.

El rey de la siesta

Las mejores hayas terminan muchas veces en el aserradero. Y es un problema para los duendes grises del bosque. Sí, a veces parece vacío y silencioso, en pleno diciembre. Pero sabemos que en alguna oquedad de algún árbol grande que resiste a la motosierra, o entre sus raíces, pervive aún el precioso lirón gris, conocido como ‘mitxarro’ en esta comarca. Este roedor de notable tamaño, y de aspecto simpático y bastante ardilloide, es un típico habitante de Urbasa, y en general de los buenos bosques de la franja norte peninsular –sistema Ibérico incluido-, así como de buena parte de Europa y Asia. Con menos árboles de porte, lo tiene cada vez más difícil.

Lirón gris, el 'mitxarro' de Urbasa (FOTO: www.online-utility.org) Lirón gris, el 'mitxarro' de Urbasa (FOTO: www.online-utility.org)

Nunca he tenido la suerte de ver uno. Sí el famoso y más sureño lirón careto, de colores más llamativos y ‘antifaz’ en la mirada. Aquella vez se acercó él mismo, una noche, en busca de pipas que le colocaba estratégicamente un visitante de la sierra de Andújar. Fue un espectáculo, cualquiera de sus movimientos transmitía viveza, tanteo, velocidad presta para explotar. Me gustaría repetirlo con su otro pariente norteño: tiene pelaje plateado, por arriba, y blanquecino en las partes inferiores. Ojos oscuros y vivarachos, y  llamativa y muy poblada cola, tan larga como el cuerpo.

Aunque no se vean, sabemos que los tenemos cerca, pero ya es tarde. Octubre era la mejor época, dice David, cuando los duendecillos estaban preparando todo para el gran sueño. Porque mucha gente no ha visto un lirón –muy campestre, de costumbres crepusculares o nocturnas-, ni lo verá jamás; ni siquiera conoce qué aspecto tiene; pero sabe perfectamente, por la magia del lenguaje, lo mucho que duerme…

Efectivamente, desde noviembre e incluso hasta mayo, que se dice pronto, los lirones proceden a una de las más magníficas de las costumbres animales: capear el duro, gélido y largo invierno del bosque montano entrando en letargo. Aunque durante su estado ‘on’ se refugia más en grietas y agujeros de los grandes árboles, a menudo hiberna “enterrándose en la tierra”, como dice el padre de David, en galerías excavadas en el suelo y/o las raíces. Y rebaja sus constantes vitales a la mínima expresión, llegando a respirar hasta una sola vez cada tres minutos. Ahorro energético máximo.

El manjar de Améscoas

Nos acercamos al árbol donde mi guía vio al mitxarro una vez. A estas alturas, a saber dónde estará. Habrá que volver en otra época. En las proximidades existe otra haya monumental, tanto que Navarra la tiene catalogada como ‘Monumento Natural nº 33’: el ‘Haya de Limitaciones’, de más de 2,6 metros de diámetro y 32 metros de altura. Parece constar de varios ejemplares unidos, y presenta, según el catálogo, “oquedades con claros síntomas de albergar algún tipo de fauna en su interior”. Y algunas otras similares persisten también, pero son las menos.

Haya potencialmente perfecta para albergar un lirón, agujero inclusive Haya potencialmente perfecta para albergar un lirón, agujero inclusive

Hace bien el curioso roedor en buscar un lugar discreto para cerrar los ojos y olvidarse de las penas hasta que suene el despertador biológico. Como me comentan por allí, en esta zona comer lirón es tradicional, y era considerado un manjar. Cuando el equilibrista arbóreo está activo, no deja de alimentarse de bellotas, avellanas, hayucos, castañas… precisamente para engordar y generar una reserva de 'michelines' para aguantar meses sin probar bocado durante toda la hibernación. Eso da a su carne un carácter “aceitoso”, dice el padre de David, que a muchos gusta. Y también es muy valorada su grasa para funciones tan diversas como tratar problemas articulares -¡en las castigadas manos de los pelotaris, por ejemplo!- o cuidar el cuero.

La costumbre de su captura se fue perdiendo, de hecho ahora está prohibida: Urbasa y su prolongación oriental, la sierra de Andía, son Parque Natural y Lugar de Interés Comunitario (LIC). Pero hay furtivos, se sabe de gente de estos pueblos que sigue degustando lirón ‘bajo manga’. Usaban y usan humo y ganchos especiales para sacar a la criatura de su guarida y matarla. Es la pirámide ecológica, dirán algunos. El superdepredador, es lo que tiene.

El mitxarro quedará para otra vez, le restan aún unos meses de asueto físico y mental. Seguimos ruta circular por el monte, haciendo sonar las hojas secas, las botas chapoteantes en los charcos al sol y crepitantes en los de las umbrías, plenamente congelados. Pero mi ‘monitor’ me tenía reservada una sorpresa, o yo no recordaba que formara parte del plan: hubo tiempos en los que no solo los pequeños mamíferos se ocultaban en Urbasa…

Cobijos o cementerios… para humanos

Unos minutos antes de volver a descender hacia Eulate, cerca de la más bella parte de la floresta de hoja caduca por la que pasaremos, otra haya luce raíces monumentales, como las garras de una gigantesca ave mitológica que señalase, allí posada, la entrada secreta al inframundo cavernícola.

Entrada a la 'Cueva de los Cristinos' Entrada a la 'Cueva de los Cristinos'

Es la ‘Cueva de los Cristinos’, que no de los cristianos, porque se refiere a los liberales o seguidores de María Cristina de Borbón, la reina regente de España en la Primera Guerra Carlista. Estamos hablando de la década de los 30 del siglo XIX: los ‘cristinos’ trataron de atacar al general carlista Tomás de Zumalacárregui (‘el lobo de las Améscoas’) en su propio terreno, y en este remoto paraje se ocultaron, ¿o fueron encarcelados?, ¿o acaso fusilados? ¿o acaso fueron los carlistas quienes allí se resguardaron de ellos?

Quién sabe. El caso es que las oquedades de madera quedan para el mitxarro, y éstas en el ‘karst’, para el humano que huye de uno u otro bando, o que fue encerrado allí. Sí, es un auténtico pozo relativamente ancho, al que se desciende por unos rudimentarios escalones. Abajo espera una auténtica maravilla geológica, y no hace falta más que un poco de precaución para no trastabillar y algo de luz artificial para visitarla. Una vez a nivel del suelo rupestre, nos dirigimos hacia la oscuridad profunda, agachamos la cabeza, traspasamos una portezuela abierta y entramos en una increíble y amplia sala natural con un laguito transparente y clásicas formaciones provocadas por el goteo prehistórico de agua con caliza disuelta en su seno. Que va solidificando para ningunear a los artistas ‘sapiens’…

'Cueva de los Cristinos': sala de las maravillas, con poca luz 'Cueva de los Cristinos': sala de las maravillas, con poca luz

Si entramos por allí, juguemos a ver a qué se parece cada columna, cada estalactita y estalagmita. Es triste comprobar cómo los vándalos se han llevado algunas de cuajo. Pero si vamos a ser respetuosos, corramos: está abierta, es preciosa. Algún día, quizá con razón, la cerrarán. Ya no podremos ir libremente a refugiarnos del mundanal ruido, a desaparecer en las tinieblas por un rato. Emulando la tranquilidad de los duendes grises.