Blog | Por César Ferrero

Soria recóndita (III): circular de Rello, por el GR-86

Barranco de la Hocecilla, inicio de trayecto Barranco de la Hocecilla, inicio de trayecto

Mis primeras prácticas de Periodismo fueron en Soria, y no por decisión propia. Necesitaba un verano activo, así que hice lo habitual: mandar currículum, o en ese momento ‘ruego’, a todos los medios de España. No hubo que elegir: solo me llamaron de Soria. No tenía ningún vínculo familiar ni personal, jamás había conocido a nadie de aquí, ni siquiera había pasado cerca. Y yo me la había imaginado siempre como un infinito campo de trigo y cebada. Y sin gente: según las estadísticas era uno de los rincones más despoblados de Europa. Lo aprendimos muchos en la eliminatoria copera Numancia-Barça de la temporada 95-96.

Media vida más tarde, es la tierra que más me he pateado, de lejos además. Siguiendo ante todo el Sendero Ibérico Soriano GR-86 comprobé que había lugares como los que decía mi prejuicio, sí, pero no solo. Sobre todo, Soria alberga una variedad inmensa, altas montañas boscosas y otras peladas, cañones preciosos y solitarios. Y de lo otro, lo de la despoblación, pues era verdad. Pero yo al menos tengo más amigos por kilómetro cuadrado que en cualquier otro sitio. Da gusto volver.

El caso es que, como ya dije alguna otra vez, hace unos años que la Diputación Provincial de Soria amplió ese GR-86 de marcas blanquirrojas por la frontera sur, un tramo que no existía cuando yo vivía en la provincia. Y mi idea es ir haciendo esas etapas, sin estrés. Hace unos días, pude: con mi amigo Mario, nativo él, nos plantamos en Rello, uno de los pueblos más injustamente desconocidos, con intención de recorrer el trecho hasta Alpanseque. Surcando de paso la Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) de los Altos de Barahona, una sucesión de eriales y cultivos que, esperaba yo, sí cuadrara con mis imaginaciones presorianas. Pero esta provincia siempre, siempre sorprende.

Hacia su final, el cañón de la Hocecilla se estrecha Hacia su final, el cañón de la Hocecilla se estrecha

Desde Rello esperan 15 kilómetros hasta Alpanseque. En realidad, la ruta contempla dos posibilidades: Rello-Barahona-Alpanseque, la nuestra; o bien Rello-Marazovel-Alpanseque, casi 18 kilómetros. Comparten ambas los primeros 5 kilómetros por el barranco llamado ‘de la Hocecilla’, tras el cual ya habría que decantarse. Optamos por hacer la ‘variante Barahona’, y para volver, dios proveerá.

La idea era retornar mezclando sendero y asfalto, sin hacerle ascos al autostop. Es que empezamos medio tarde, no estamos muy en forma y en estos lares rurales los conductores suelen parar más que en la hiperindividualista urbe. No contábamos con un pequeño detalle: en los 6,5 kilómetros de carretera que terminaremos recorriendo, no pasará ni un solo coche en nuestro sentido. ¡Para eso están las botas! Al final, 28 kilómetros caminados, más o menos. Realizamos la ruta en sábado, el de la final de la Champions League, y hasta Marazovel apenas nos topamos con 3 ó 4 paisanos.

El risco amurallado

Cada vez que hago de cicerone por Soria, si hay tiempo llevo al turista a Rello. No entiendo que no se conozca más: es tan medieval, tan imponente ahí subido en su peana de roca, tan dado a que mentalmente viajemos siglos atrás.... Declarado Bien de Interés Cultural, es el conjunto amurallado mejor conservado de la provincia: la pared multicentenaria sigue dándole la vuelta entera. Tras el paseo de rigor, disfrutando también de lujosas vistas, tendremos que bajar por el acceso principal (donde está el miniparking), coger hacia la derecha la carretera que rodea al pueblo y, en unos metros, encontraremos un camino amplio que sale hacia la izquierda, inconfundible porque hay paneles del GR: línea de salida.

Si hacemos la ruta circular, aquí está la disyuntiva: derecha o izquierda Si hacemos la ruta circular, aquí está la disyuntiva: derecha o izquierda

Lo cierto es que esta etapa tiene muy poca pérdida y está en general muy bien marcada. Quien desee seguir nuestros pasos, que empiece descendiendo por ese camino de tierra durante unos pocos cientos de metros más, y enseguida lo dejará en el primer desvío a mano derecha. Además de buenísimas vistas del encaramado Rello, nos dirige ese camino al citado barranco de la Hocecilla, no tan cerrado como otros pero igualmente agradable, tranquilo.

Son unos 5 kilómetros de cañón, con las paredes muy separadas al principio, tanto que está cultivado en su fondo durante un buen trecho. Es posible que unas cuantas señales se hayan perdido precisamente debido a la actividad agrícola, pero no pasa nada: se trata simplemente de seguir recto por la parte baja, ya sea caminando por los límites entre el cultivo y la ladera, o por el regato con matojos de la zona central. Un desvío también en forma de cañón, a nuestra derecha, nos puede hacer dudar un momento. Ni caso: sigamos por la ‘general’.

Y atentos al festival avifaunístico, los prismáticos nunca deben faltar. Nosotros nos topamos al principio con el águila real posada en uno de los bordes de la hoz, nada menos que la ‘reina de las aves’, que tuvo que dejar su trono -¿preludio de abdicación?- hostigada por un córvido. Un par de águilas culebreras, varios buitres, las abubillas con corona de plumas a lo jefe sioux, los mirlos y un largo etcétera impidieron todo amago de aburrimiento.

Campos de Castilla

Y de pronto, campos hasta el infinito Y de pronto, campos hasta el infinito

Llega un momento en que el lecho y la parte elevada del barranco se van acercando, tanto a lo ancho como a lo alto, y súbitamente emergeremos de él y daremos con un poste del GR, con indicaciones casi a lo rosa de los vientos: a la derecha, Marazovel; a la izquierda, Barahona. Tomemos esta última posibilidad, y el mundo cambiará. En unos pasos, nos asomaremos a un ‘collage’ de campos de distintos colores, dependiendo de si el protagonista está cultivado (verde, cuando fuimos nosotros), solo labrado (rojizo) o intocado (pardogrisáceo claro). Aparte del cereal que ha sembrado el labriego, crecen plantas poco llamativas, espinosas, austeras, típicas de aquí, como la aulaga merina, de flores amarillas. O el erizón o ‘cojín de monja’, de aspecto acogedor para sentarse, pero solo eso, aspecto.

El arado se ha comido un poco de camino, justo donde los pasos nos llevan un poco para abajo, pero internándonos en el maremágnum a donde nos lleva la lógica enseguida hallaremos una pista ‘oficial’ y nuestras señales blancas y rojas. No hay pérdida, es todo avanzar hacia Barahona, durante 6 kilómetros. De tediosos, nada: increíblemente o no, a nosotros nos saltó un corzo de entre unos arbustos, casi de los pies, como si fuera una liebre. Nuestra imaginación, una vez más, lo habría situado en lo más profundo del bosque. Otro tópico roto.

Sorprendente habitante del erial Sorprendente habitante del erial

Si antes disfrutamos de las rapaces en la Hocecilla, nosotros no tuvimos tanta suerte con las aves esteparias, las que básicamente han provocado que estos páramos sean ZEPA y LIC (Lugar de Interés Comunitario). Siempre ven muchos aláudidos, esos pájaros pequeños y de color tierra tan bien adaptados a los tonos camperos, como las cogujadas y alondras. Y el gran valor ornitológico de los Altos de Barahona es precisamente una alondra muy especial y amenazada, la conocida como ricotí o de Dupont, que dentro de Europa solo vive en España, y cuenta con algunas de sus mejores poblaciones en Soria. Según leemos, es de por sí difícil de observar, se mueve más en las horas matutinas y vespertinas, y le molesta mucho el viento. En esos momentos era mediodía y soplaba bien, así que no se nos cruzó, o eso creemos.

Brujas y guerreras

Barahona queda atrás Barahona queda atrás

Por esta ruta, una modesta laguna, la de La Cerrada, antecede a Barahona, o Baraona, que también veremos el nombre así escrito. Su pequeña plaza es cuando menos curiosa, y la explanada elevada donde está la iglesia de San Miguel Arcángel, que mezcla prado y bancos, es perfecta para comer algo y mirar mucho, porque miles y miles de hectáreas se divisan desde ese altozano. Muy a lo lejos, el sistema Ibérico, por ejemplo. Pero sobre todo campos, y campos, y campos. Extraña y conmovedora belleza. Se ven muchas estrechas carreteras hacia todos los puntos cardinales, así como caminos agrícolas; pero vehículos pocos, solo algún tractor y muy escasos coches.

El Camino del Cid, reza una instalación, también pasa por ahí. Y en otro panel se explica el posible porqué del nombre completo usado en algunas ocasiones, ‘Barahona de las Brujas’, versión de Gumersindo García Berlanga. La primera parte viene de  la leyenda de María Pérez de Villanañe, noble alavesa literalmente de armas tomar, que se unió al llamamiento de Alfonso VII de Castilla para combatir a su homónimo Alfonso I ‘El Batallador’ de Aragón. Combatieron en este entorno en el siglo XII, y Pérez capturó al monarca maño con tal valor que éste se asombró de su arrojo supuestamente varonil que ostentaba (“no como una débil mujer”, según el monarca, de una época de todo menos igualitaria). Desde entonces María y sus descendientes pasarían a llamarse ‘Varona’...

En cuanto a la segunda parte, históricamente estaría comprobado que hubo más de un proceso inquisitorial contra supuestas hechiceras aquí mismo, y Barahona quedó instalada en el imaginario provincial como una especie de Zugarramurdi soriano.

Sorpresa forestal

No queda mucho: tras cruzar el pueblo, busquemos la carretera a Alpanseque, caminemos por ella apenas unos metros y dejémosla a la izquierda: un camino sin pérdida nos aproximará al pueblo de al lado, de nuevo por esos campos infinitos que se contemplaban desde la iglesia. Aunque hacia el final también hallaremos partes adehesadas, con encinas, y planicies pedregosas.

El amurallado Rello, principio y final El amurallado Rello, principio y final

Lo dicho: nuestro retorno a Rello discurrió mitad por sendero, mitad por carretera. Pero la parte de sendero fue una sorpresa mayúscula. Quien quiera seguir nuestros pasos debe hacerlo así: hay que salir de Alpanseque por la breve ruta que en 2,5 kilómetros muere en la CL-101, imitando básicamente al GR, que también va por la mayor parte de este trecho de asfalto. Cruzaremos la carretera principal y, desde la cuneta de enfrente, seguiremos recto por un camino claro que, unos cientos de metros más adelante, se une al del GR. Y prácticamente ahí se mete en un sorprendente monte de encina y roble, absolutamente inesperado en este imperio estepario.

Internándonos por tramos auténtica y preciosamente boscosos, alcanzaremos una zona de majadas y sus bajos pero abundantes muretes, antes de que en sentido descendente demos con Marazovel, otra localidad de reminiscencia árabe en la denominación. Si fuéramos estrictos con el Sendero Ibérico Soriano, aquí deberíamos seguir camino, para cerrar círculo en el final del barranco de la Hocecilla, desandar por él y retornar a Rello. Nosotros usamos la carretera, que es más corto (4 kilómetros en vez de 9) y ya habíamos tenido bastante. Además, desde esta orientación obtenemos, quizá, la mejor perspectiva para contemplar de nuevo la pequeña localidad amurallada. La amplia curva que asciende de vuelta hasta el parking se hace dura, pero no importa: en la imaginación, ésa con nubes y claros, pone ‘meta’.