Blog | Por César Ferrero

Safari a la ibérica

El traqueteo del microbús 4x4 sobre el firme irregular se detiene un momento, pero sigue sonando el motor. El guía autóctono suelta el volante con la mano izquierda y señala la amplia llanura que se extiende hasta la siguiente sierra, sin nada más que encinas y alcornoques aquí y allá, y pastos y más pastos. Y ciervas, en pequeños pero constantes grupos. “Ésa debe de tener la cría ahí”, propone el hombre, mientras el puñado de turistas miramos con ojos potenciados por los prismáticos. Le cuesta irse, a la cuadrúpeda. Y sí, unos orejones asoman entre las altas hierbas. Ahí está tumbado el primer ‘Bambi’, pintado con sus manchas blancas. Parece que lo hubieran contratado para nosotros, para decirnos '¡bienvenidos!'.

No hace ni tres minutos que arrancamos. Es raro: se nota que no estamos en África oriental, pero se le da un aire. Flota una sensación como de película, más bien de documental de sobremesa de ‘La 2’ sobre la sabana africana. La única vez que me he subido a un vehículo como éste fue aquí mismo en Cabañeros, y hace como un lustro. De hecho creo que el chófer-guía era el mismo. No es precisamente negro, ni va a acercarnos a cebras, elefantes o leones, pero aceptemos el atractivo de todo esto: en pocos lugares de la UE vamos a poder realizar un safari entre fauna salvaje. Porque la idea es la misma. Con fauna más modesta, pero eso no es culpa de nadie.

Ciervas, a tiro de cámara y prismáticos desde el vehículo Ciervas, a tiro de cámara y prismáticos desde el vehículo

Qué morbosos me resultan los espacios en blanco de los mapas. Éste de la provincia de Ciudad Real es uno: 40.000 hectáreas de finca, cruzada por una carretera y poco más. Un desierto demográfico de sierras perdidas y dehesas interminables. Una zona que durante siglos dependió directamente de la ciudad de Toledo (en mitad, no en vano, de los ‘Montes de Toledo’), donde debido a ello los lugareños no podían meter mano con demasiada alegría. Ni pueblos había, de modo que los pastores, agricultores y carboneros que visitaban esto construían típicas cabañas cónicas, peculiares y transitorias, para no pasar la época de faena al raso. De ahí lo de Cabañeros, por todo lo anterior un espacio de otros tiempos, poco alterado.

Reconstrucción de típica cabaña cónica, de la que procede el nombre Reconstrucción de típica cabaña cónica, de la que procede el nombre

El hoy Parque Nacional de Cabañeros es, junto al de Monfragüe (Cáceres), el ideado para proteger una representación de la fauna y la flora del monte mediterráneo en España. Declarado en 1995, no mucho antes, a principios de los 80, el Ministerio de Defensa pretendió instalar allí un campo de tiro para los aviones de la OTAN… La oposición ciudadana y ecologista fue afortunada e inesperadamente enorme, tanto que pasó de espacio bombardeable a parque natural, en 1988, y a nacional poco después. Y allí residen, sin estruendos de reactores y explosiones, algunas de las joyas vivas máximas de Europa.

Hoy, Cabañeros sigue bastante solo, porque se trata de uno de los menos visitables espacios protegidos españoles. Obviamente no se caza, lo que ha multiplicado por mil la población de ciervos, ni tampoco se molesta así a la enorme colonia de buitres negros –más de 150 parejas, tenida por la segunda del planeta- y otras joyas orníticas como el águila imperial o la cigüeña negra. Pero eso se traduce en que las posibilidades para el turista bienintencionado son pocas. Son un puñado de rutas cortas a pie, algunas fuera de los límites protegidos, otras obligatoriamente con guía. O el ascenso al pico Rocigalgo, en el pequeño sector protegido que se interna en la provincia de Toledo. Es el techo de ese territorio, así que alguna vez figurará en el blog Las 45 Cimas.

Pero hay aquí otra oportunidad, extrañísima en Iberia: el ‘safari’ en 4x4, previa inscripción y pago. La única manera de recorrer el auténtico corazón de Cabañeros es en estos vehículos con conductor-guía, bien a la africana: tanto por el monte, donde lógicamente se ve menos bicherío, como por la raña o llanura adehesada, en su día dedicada a la agricultura de subsistencia y hoy tomada por los pastos y sus consumidores, los cérvidos. Cambiemos acacias por encimas y ya tenemos la promoción perfecta de reminiscencia tanzana: ‘El Serengueti ibérico’, así lo llaman a Cabañeros. Dichosos los biólogos que, justificadamente, cuentan con salvoconducto para moverse solos por aquí.

Casa Palillos, 7.00 horas

Conductor y guía del autobús 4x4 Conductor y guía del autobús 4x4

Nuestra ruta parte de Casa Palillos, el principal centro de visitantes del parque. Cabañeros tiene forma de ‘L’, aunque con la base más larga que la altura, y el pequeño aparcamiento y el centro de interpretación se hallan abajo a la derecha, en el sureste, a mitad de camino entre los pequeños núcleos habitados de Santa Quiteria y Pueblonuevo del Bullaque. Quedamos a las 7.00, o sea que el centro aún no está abierto. Solo somos dos parejas y el veterano guía Federico con su vehículo. Éste, vestido de color caqui y con visera, nos dice que es de otro de los pueblos del entorno, Horcajo de los Montes, al suroeste. No ha tenido que aprender nada, ha mamado todo esto. Seremos sus pasajeros durante 3 horas aproximadamente.

Si algo destaca en Cabañeros son los ciervos, sí. Nada más echamos a andar por los caminos de la raña tiene lugar la escena del primer párrafo. De hecho, nos dice el guía, como no se cazan hay demasiados, el doble de lo ideal. No puedo resistirme a preguntarle por el lobo, y responde que los últimos de los que se tuvo noticia por allí desaparecieron (fueron exterminados) en los años 70. Sin entrar en palabras gruesas, añade que allí no lo quiere nadie. Que eso de El Hombre y la Tierra es un cuento, que estaba todo preparado –eso es verdad-, que en la vida real el lobo se lanza a por las ovejas y punto.

Me muerdo la lengua porque no he venido a discutir, pero me sorprende que lo diga el personal de un espacio protegido. Hace media década hice este mismo viajecillo –por cierto que ‘safari’, en suajili, significa precisamente “viaje”- e hice la misma pregunta. El guía de aquella ocasión, quizá el mismo, me dijo directamente que si alguien soltaba lobos allí, los de las fincas de los alrededores le pegaban fuego al monte. Habría que preguntarle qué comía entonces el gran cánido cuando no existían las ovejas, pero no me parece momento de una discusión que lleva décadas en marcha sin consensos. Por lo demás, nuestro conductor es irreprochable.

Antiguo muro de adobe y piedra, que separaba el monte de la 'sabana' Antiguo muro de adobe y piedra, que separaba el monte de la 'sabana'

Teme el chófer que no se mueva mucho bicherío aéreo hoy, porque venimos de un par de jornadas húmedas y ha llovido esta noche. Hay nubarrones, está fresco fuera del vehículo, pero no vuelve a caer, y al final vemos mucho más de lo que nos temíamos. Perdices se mueven unas cuantas a un lado y al otro del camino, cantan y revolotean las calandrias, se eleva el águila culebrera cerca pero solo la vemos desde la cola. Nos paramos también para contemplar desde cerquísima el sisón, esa especie de pequeña avutarda de las llanuras, que nos deleita además con su extraño vuelo, con las alas muy bajas.

Galería de vecinos

Nos metemos en una zona más de jara, “a ver si cruza el jabalí”, pero no hay suerte. Solo alcanzamos a distinguir uno que corre lejos, entre los pastos. El guía acelera como nunca, haciendo bambolearse al 4x4, porque intuye que es la única oportunidad de observar al ‘cochino’: sus parientes se retiran a pasar el día en lugares más resguardados. Al final tampoco lo vemos más que cruzar, así como algún zorro lejano. En definitiva, en cuanto a mamíferos, no observamos nada que no pueda suceder en cualquier comarcal soriana. Pero está todo más concentrado. Y sin asfalto.

Le pregunto a Federico por el lince, presente en los folletos y trípticos de casi todos los espacios naturales montunos de la mitad sur de España; también en los de Cabañeros. Es que vende mucho, pero que yo sepa solo vive seguro en Doñana y Sierra Morena de Jaén. Su respuesta es un enigmático “alguno hay”, y también proyectos para reforzar o directamente reintroducir al conejo, algo parados por esa falta de fondos que extiende sus tentáculos por todos los ámbitos posibles. Efectivamente, es un plan del Organismo Autónomo de Parques Nacionales, con cercados protegidos incluso por pastores eléctricos para que el orejudo mamífero prolifere con tranquilidad, y sirva de base alimenticia para el lince. Es un primer paso.

Buitres negros y leonados, a través del telescopio Buitres negros y leonados, a través del telescopio

Llega la primera parada, en mitad de un camino, para estirar las piernas. En una hondonada medio lejana hay un posadero de águila imperial, que hoy no aparece; pero también es donde “los jueves” echan de comer a los buitres. Tenía miedo el guía de que hoy viernes no estuvieran, porque la falta de sol no les ayuda a desperezarse y volar; pero terminan aterrizando a decenas. Viene Federico armado con un telescopio, así que los contemplamos muy bien: buitres negros y también leonados, juntos en uno de sus puntos predilectos.

Patrimonio escondido

Poco después continúa nuestro safari cruzando un muro de piedra y adobe, medio derruido pero que es parte del paisaje. Nos cuenta nuestro monitor que atraviesa el parque durante decenas de kilómetros, y que en su día servía para separar la raña –antaño cultivada- del monte. El cambio de vegetación se nota enseguida. Nos dirigimos al pie de un arroyo, rodeado de bosque de imponentes robles rebollos además de encinas y alcornoques. Aquí está el Molino del Brezoso, del ¡siglo XV!, rehabilitado hace 3 años. Aprovechaba el agua para moler grano, en un mecanismo reconstruido dentro que denota la mucha sabiduría que se ha ido al traste.

Un interesante audiovisual y varios paneles detallan rehabilitación y proceso perfectamente, salvo porque está todo, absolutamente todo –incluidas las explicaciones del guía- exclusivamente en castellano. Y como nuestros acompañantes fortuitos son holandeses, tenemos que intentar traducirles al inglés ‘semibalbuceado’ lo que surge ante sus ojos, igual que en el centro de interpretación. Nos parece tercermundista, pero es lo que hay.

Tramo de sendero de 700 metros, entre el bosque de encina y roble melojo Tramo de sendero de 700 metros, entre el bosque de encina y roble melojo

Otro ‘safari’ en el horizonte

Después del rato en el molino, Federico marcha con el 4x4 y los otros cuatro tenemos la oportunidad de reencontrarnos con él más adelante, tras un breve sendero de 700 metros por un frondoso bosque. Huye ante nuestras narices pero muy ocultos por la maleza un rebaño de cuadrúpedos grandes que no veo bien, pero no me parecen ciervos, sino cabras. Más tarde leo que hay cabras monteses aquí en Cabañeros, y ni lo sabía ni lo esperaba. De vuelta al vehículo, el último tramo de la visita es volver a surcar la enorme planicie primigenia. Nos acercamos a una cabaña cónica de ésas que dan nombre al lugar: nadie las construye ya, pero está bien para hacernos una idea.

Por lo demás, hay tantos grupillos de hembras cervunas que ya casi nos dan igual. Los machos están en la sierra, dice el guía, aunque hacia el final encuentra unos cuantos. Perdieron hace no mucho la cuerna, son menos distinguibles de sus féminas de lo habitual. Pero ya asuman sus incipientes armas, esas que entrechocarán en otoño. Tiene que ser un espectáculo inigualable aquí en un espacio tan abierto, tan sereno, tan en manos de sus legítimos poseedores naturales. Así que invitados quedamos para otro ‘safari’ en la berrea. No será la gran migración de los ñus, pero suena a inolvidable.

Llanura herbácea, árboles de copa ancha, ungulados... 'El Serengueti ibérico' Llanura herbácea, árboles de copa ancha, ungulados... 'El Serengueti ibérico'