Blog | Por César Ferrero

Renacer de las cenizas

De jovenzuelo, delante de mi bloque de edificios había un hueco grande y rectangular. Fue así: un constructor se largó con el dinero, mucho antes de la burbuja inmobiliaria, y dejó varias pequeñas torres sin terminar. La de mis padres sí tenía la estructura completa, el esqueleto, y fue una de las primeras que concluyó y sacó a la venta otra empresa heredera del proyecto. Pero en el solar de al lado solo estaba ese agujero pensado para asentar unos cimientos; quedaba casi todo por hacer, y tardaron más en animarse.

El caso es que, a base de lluvias vascas y poca permeabilidad, en esa especie de gran cajón hundido se formó una modesta charca. No creo que pasara de cinco dedos de profundidad ni 10 metros de diámetro, pero era poco accesible, unos metros por debajo del nivel del caminante. Rápidamente le brotaron plantas acuáticas, y un día de aburrimiento que miraba por mi ventana noté movimiento: pequeñas y negras aves de pico rojigualdo nadaban sobre esa mínima superficie, dándole una alegría inesperada.

Eran gallinetas o pollas de agua, seres emplumados de lo más común y que me resultan muy simpáticos. Sus parientes poblaban el río, pero para llegar desde allí hay que atravesar todo el pueblo, sin escalas, y son de poco volar. Hacia el otro lado, mucho tráfico y montes, nada de humedales. Mi pregunta siempre fue, ¿de dónde habrán venido? ¿Quién les dio el aviso de que tenían aquí un ‘miniflat’a estrenar? Simplemente, 'aparecieron'.

Dame una charca y te daré una gallineta (FOTO: www.online-utility.org) Dame una charca y te daré una gallineta (FOTO: www.online-utility.org)

Hace pocos días que he refrescado esta historieta en mi memoria. Lo he hecho de la mano de una noticia que he leído: que la Fundación Global Nature, dedicada durante dos décadas a la restauración de humedales españoles, recibió el 20 de noviembre un premio de ecología de otra un poco más pudiente, la del BBVA. Y que uno de sus hitos, apuntaba la información, ha sido recuperar las lagunas de Villacañas (Toledo), sobre todo limpiarlas de basura, depurar sus aguas y plantar la vegetación autóctona que protegía sus orillas. Financiado todo ello por un proyecto LIFE de la UE.

La Naturaleza es agradecida, siempre. A poco que la vuelvas a poner sobre el carril del que la quitaste, tiende a circular a buen ritmo en poco tiempo. El complejo lagunar de Villacañas es un ejemplo: creadas las condiciones, se ha llenado él solito de acuáticas. No sabía ni que existían estos parajes, así que el martes me di un salto-relámpago por allí.

‘Zonas insalubres’

Hasta hace muy pocas décadas, las lagunas, marismas, ciénagas, pantanos, marjales y similares estaban considerados malos lugares. No solo inútiles, por imposibles de labrar, sino incluso peligrosos, porque el mosquito de la malaria, ya erradicada, podía proliferar en ellos. Más de la mitad de estos ecosistemas han sido arrasados en la España del siglo XX.

Y las que más han sufrido han sido las lagunas interiores, importantísimas para el descanso o la cría de las aves en mitad del secarral. Como las que forman, por ejemplo, la llamada ‘Mancha Húmeda’, Reserva de la Biosfera de la UNESCO desde 1981, a la vez que Lugar de Interés Comunitario (LIC) y Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA). Fue un hervidero de vida coral, que salpicaba el mapa del centro peninsular en forma de múltiples manchas azules.

A esa difusa pero interconectada región líquida pertenece el sistema de Villacañas, por el que por cierto pasa la Cañada Real Soriana. Son tres lagunas principales (Larga, Peña Hueca y Tirez) y otras dos más pequeñas (La Redondilla y La Gramosa), para un conjunto de unas 380 hectáreas. Lo cierto es que solo la Larga es laguna como tal todo el año; las otras dos grandes permanecen secas buena parte de la temporada, desde la primavera tardía… hasta que llueva.

Cuidados al enfermo

Costra creciente de sal en la laguna de Peña Hueca Costra creciente de sal en la laguna de Peña Hueca

Esa sequedad es lo que me encuentro en Tirez y Peña Hueca, por otra parte más saladas que el propio océano. Tirez, a 7 kilómetros de Villacañas, es una de las lagunas más hipersalinas de la Península. Fue convertida en una triste escombrera, trauma del que ya ha podido olvidarse. Pero ahora mismo, tras el verano, su aspecto es de una planicie grisácea y vacía. Cuando aún conserva humedad, crecen en su lecho plantas carnosas que recuerdan mucho a las de las dunas costeras. Y en su entorno las llamadas ‘acelgas saladas’, que expulsan el compuesto blanco por la hojas, formando artísticos cristalillos.

Peña Hueca, a 9 kilómetros del núcleo poblacional, presenta un aspecto más animado, porque conserva algo de líquido elemento. Pero son charcos a los que está venciendo la costra de sal, que se comercializó a toneladas hasta hace pocas décadas. Y el observatorio de aves de la Pagaza Piconegra sirve de bien poco ahora mismo, aparte de para elevarse sobre el brillante espacio blanquecino. En primer lugar porque las pagazas, escasas golondrinas de mar adaptadas al interior, se encuentran ahora mismo en África. Se escuchan grullas, y un par de ‘damas grises’ aterrizan lejos. Pero de movimiento, poco más.

Sé que la laguna Larga va a ser mi preferida. Allí sí abunda el líquido elemento, y tiene que estar la vida. Es mucho menos salada que las otras dos, pero la flora sigue vinculada a ese compuesto, omnipresente en la comarca. Con esas plantas adaptadas al entorno se ha trabajado en las márgenes: forman una escueta pero importantísima empalizada verde que impide, por ejemplo, que la gran charca se colmate, o sea que sea sepultada poco a poco por la tierra que arrastran las lluvias.

Visión parcial de la laguna Larga de Villacañas Visión parcial de la laguna Larga de Villacañas

Todo tipo de tropelías, ha soportado la Larga, usada en su día como puro vertedero (de líquidos y sólidos) de la cercana localidad, contaminándola hasta cambiarle el color al agua. Ha sido humillada, hasta el punto de que llegaba a practicarse el motocross en su entorno, en carreras sobre vegetación de importancia planetaria… Todo eso se ha corregido poco a poco, depuración de aguas inclusive, y ahora luce limpia y entretenida. Vuelve a ser mucho de lo que fue.

La estrella rosada

Una pista de tierra bordea la parte de la laguna más pegada a Villacañas. Nada más aproximarnos al espejo acuático, multitud de seres nadadores saltan a la vista. Se trata de centenares de anátidas, ahora en diciembre representadas sobre todo por ánades reales y patos cuchara, estos últimos de pico enorme y con forma de gran cucharón invertido. Dice la teoría que integran este gran grupo invernante algunas malvasías cabeciblancas, de precioso pico azul claro, uno de los patos más amenazados. No las encuentro. Lo mejor es el nombre de la caseta de avistamiento de aves: ‘El Flamenco’, como una promesa. Dentro, asegura un panel que esa increíble especie frecuenta la zona sobre todo entre junio y octubre. Se ve que vamos un poco tarde.

Tres protagonistas, con Villacañas al fondo Tres protagonistas, con Villacañas al fondo

Aunque la lámina de agua somera está lejos, porque hídricamente no es el mejor mes, echamos un vistazo desde allí, antes de seguir bordeando la charca. De pronto se mueve el bicherío, rompen a volar varias decenas de alas, con ese brioso batir que tienen los ánades. La respuesta está arriba: planea solemne el aguilucho lagunero, sinónimo de pavor. Pero no todos le tienen tanto respeto. En la orilla de enfrente destaca la inmovilidad de tonos rosas de un puñado de flamencos. ¡Están aquí!

Museo ambulante de peculiaridades

Aprovecho, porque nunca me cansaré de mirar a los flamencos, y tantas oportunidades no he tenido, será la quinta de mi vida. Todo en ellos es demasiado exagerado, casi caricaturesco. Tan pacíficos, tan tímidos, tan pausados, tan ornamentales. Todo patas -del grosor de una caña de carrizo- y cuello, hasta poner la cabeza cerca de metro y medio de altura. Un cuello que junto al pico forma una gigantesca ‘S’ radicalizada, a punto de ser casi un ‘9’.

Porque el pico es lo más extraño que se ha inventado: empieza normal, hacia delante, y en su segundo tramo dobla de pronto hacia abajo, casi en 90º. Se trata de uno de los instrumentos más fascinantes del mundo animal. A la hora de alimentarse, siempre en aguas poco profundas, el flamenco deja colgar la cabeza hasta el lecho enfangado, y el ave ‘rastrilla’ el terreno, mueve la cabeza de lado a lado, mientras toma y expulsa lodo de la boca, ayudado por una dura lengua carnosa que, por cierto, los romanos consideraban un manjar gastronómico.

En ese fango habitan los pequeños crustáceos y algas de los que se nutre, y que ‘criba’ en el momento expulsión del fango, mediante unas laminillas que tienen sus mandíbulas, las 'lamelas'. Así separa, digamos, el grano de la paja. Y por cierto que el tono blanco rosado que presentan los adultos, incluso rojo carmín en las plumas cobertoras de las alas, se debe a pigmentos orgánicos que contienen sus alimentos y que pasan de engullido a devorador. Cuanto más rosa esté, más sano se le supone. ¡Fascinante!

En España, gracias a su protección, la zancuda va criando en más zonas de la mitad sur y la costa mediterránea, habitualmente con núcleo principal en la malagueña laguna de Fuente de Piedra. Se habla de varios miles de parejas reproductoras, más allá de que dependen espectacularmente de las condiciones meteorológicas de cada temporada y las molestias que sufran -que pueden ser gravísimas en una especie tan huidiza- para elegir un lugar u otro, y para que tengan mayor o menor éxito masivo.

Caminando sobre las aguas Caminando sobre las aguas

El Ave Fénix.

Mi cabeza siempre situó al flamenco en las zonas húmedas integradas con el mar, como Doñana o el Delta del Ebro. Desperté una vez que viajaba en coche por La Mancha. No iba con mucho tiempo, pero me tuve que parar cuando vi una gran charca de aspecto artificial pegada a la carretera, y varias decenas de zancudas rosadas. Pues sí, no les importa hacer vida sin vistas a la costa. Si se dan las condiciones, ahí que recalan. En esta región, por ejemplo, se suele reproducir en la Laguna Salada de Pétrola (Albacete). ¿Y en Villacañas? Según el panel del observatorio, volvió a verse animales allí desde las inundaciones de 1997, y se cuentan hasta 300 ejemplares. Pero de momento no hay descendientes, aunque lo han llegado a intentar sin éxito.

Esperemos que la reconquista culmine, porque seguro que, hace siglos, los ancestros de los flamencos de hoy criaron en estos pagos. Al fin y al cabo, eso de llamarlo científicamente Phoenicopterus ('alas rojas'), tiene su simbolismo. Es un guiño a los antiguos griegos, que vinculaban al flamenco con el 'Ave Fénix', esa criatura mitológica capaz de revivir tras entrar en combustión. A las bandadas de flamencos las veían volar al atardecer, con el sol arrancando destellos flamígeros de sus plumas carmesíes, como si ardiesen; y retornaban intactos, ¿renacidos?, al día siguiente. ‘Resurgían de sus propias cenizas’. Como las lagunas manchegas.

Adornando las marismas del Guadalquivir Adornando las marismas del Guadalquivir