Blog | Por César Ferrero

Perlas del Cantábrico guipuzcoano

Ya lo dije otra vez: para botas, las de mayo-junio de 2005. Salí del cabo Higer (Hondarribia, Gipuzkoa), y 28 días después llegué al cabo Creus (Cadaqués, Girona). Por el medio, todos los Pirineos y un sendero mítico, el GR-11. Y por suerte todo terminó ahí, porque las botas en sí no habrían completado el mes. Mostraban ya unas rajas en la puntera que les daban como una sonrisa extraña.

Enorme experiencia. Pero siempre me quedará una duda: ¿elegí bien el sentido de la marcha? Podría haberlo intentado al contrario, Cataluña-Euskadi, y terminar en casa: nací a 25 kilómetros de Higer. Concluir en la espectacular Costa Brava fue mágico, pero caminé completamente solo todo el recorrido, salvo las dos primeras etapas, en las que me acompañó un amigo. Si lo hubiera hecho al contrario, quizá se habría animado más gente y, sobre todo, me esperarían en meta mi familia, mi pueblo, mi cama.

Cabo Higer, donde el Golfo de Vizcaya empieza a doblar para el norte Cabo Higer, donde el Golfo de Vizcaya empieza a doblar para el norte

Eso nunca lo sabré, pero el viernes pasado me apeteció tener la pequeña sensación de llegar al hogar. Desde el mismo punto de partida de entonces, pero en otro sentido: cabo Higer-San Sebastián, poco más de 30 kilómetros. En una jornada está hecho. Y, en el menú, ensalada de calas, riachuelos de corto recorrido, olas, acantilados, faros, torreones, miradores… y atalayas. 

Porque así han denominado a la ruta sus diseñadores: ‘Talaia’, atalaya en euskera. Desde hace muy poco está bien señalizada con las marcas blanquirrojas del GR-121 o ‘Vuelta a Gipuzkoa’, que en su sector costero tiene vocación de unir Hondarribia y Mutriku, en la frontera con Bizkaia.

En realidad, son dos las etapas oficiales de Talaia que se unifican en el recorrido Hondarribia-San Sebastián. La primera es Hondarribia-Pasai Donibane (Pasajes de San Juan), 23 kilómetros que incluyen un rato de alejamiento del mar: la subida -no hasta la cumbre- del monte Jaizkibel, un tótem de la costa vasca, y el descenso hasta la bahía de Pasaia. El toque ‘chic’ es que para emprender la 2ª etapa, desde Pasai San Pedro (la orilla de enfrente del mismo municipio) hasta los arenales donostiarras, hay que subirse a una barquichuela a motor que cruza los 100 metros de bahía, y seguir caminando por territorio quebrado de cantiles hasta la capital de la provincia.

Una de las torres carlistas del monte Jaizkibel Una de las torres carlistas del monte Jaizkibel

¿La senda?, fácil, habitualmente arenosa, perfectamente marcada pese a que los vándalos ya han castigado algunos postes. Pero en caso de duda hay que seguir, sencillamente, por donde indica la lógica. Ah, y para mis amigos runners de montaña: ideal para hacerlo andando/corriendo con zapatillas normales, como hice yo. Que me perdonen las botas: esta vez se quedaron en el trastero.

Traineras y ballenas

Hora y media de combinación tren-autobús le transportan a uno de San Sebastián a la pequeña playa de Hondarribia. ¿Será ésta, la ‘perla del Cantábrico’? Mirándola bien, no lo descarto. Su casco antiguo amurallado es impresionante. También sorprende que está mínimamente alejado del agua, y más cuando un repaso por sus balcones nos hará comprender que aquí no manda el fútbol: muchos lucen la bandera verde de apoyo a ‘Ama Guadalupekoa’, la trainera local en las regatas de remo. Lo mismo comprobaremos dentro de unas horas a ambas orillas de Pasajes: banderas rosas en San Juan, moradas en San Pedro.

Senda 'Talaia', desde cabo Higer Senda 'Talaia', desde cabo Higer

Es triste que uno de los mayores animales del planeta se llame ‘Ballena franca o vasca’ (Eubalaena glacialis). Porque ya no vive en Euskadi, ni en el Atlántico occidental: la última la mataron en 1901 frente a Orio, más al oeste, donde mandan las banderas amarillas. Unas pocas sobreviven en la costa americana.

El caso es que, dicen, las regatas de traineras tan populares por aquí proceden de esa época de balleneros: cuando cazaban una, la primera embarcación en llegar a puerto tenía preferencia para vender la carne del mamífero.

No quedan colosos marinos, sí traineras y las atalayas desde donde se oteaba en busca de los cetáceos. Todo en este recorrido huele a mar, incluso para los minusválidos olfativos como yo.

Higer, recodo geográfico

Empezamos en llano, recorriendo el paseo marítimo hondarribitarra hasta el puerto, y poco antes del espigón una cuesta asfaltada nos mete en canción: en breve se transformará en precioso sendero de toboganes y divisaremos el cuchillo de piedra del cabo Higer. No es grande, a diferencia de su blanco faro (21 metros); sí bonito, y con buena panorámica.

El Cantábrico queda atrás, ascendiendo a Jaizkibel El Cantábrico queda atrás, ascendiendo a Jaizkibel

Estamos en uno de esos puntos geográficos clave: Higer es el cierre de la desembocadura del Bidasoa por el oeste, ría-frontera con Francia. Al otro lado vemos las playas e islotes de la localidad vascofrancesa de Hendaia. Y se puede decir que aquí es donde la cornisa cantábrica empieza a doblar hacia el norte, hacia Bretaña, formando la curva del Golfo de Vizcaya. 

Ya no vamos a encontrar más núcleos habitados hasta Pasaia. Normal, es que no hay rías grandes hasta entonces. Después de bordear la depuradora de Atalerreka, los siguientes 8 kilómetros son un sube y baja pegado al mar, que forma preciosas calas, pequeños acantilados. Hay algún tramo de mediana planicie entre prados y vacas que le dan un toque muy irlandés al paisaje, como reza algún panel. Superaremos sin dificultad algunos arroyos de vida rápida, que se fusionan con el agua salada casi nada más nacer.

Por la grupa del león

De pronto, acercándonos ya a la parte donde más altos son los cantiles (en general no veremos grandes caídas, sino dedos rocosos que parecen querer arañar las olas), la ruta da un giro de más de 100 grados hacia nuestra izquierda, y se alejará del Cantábrico durante los siguientes 13 kilómetros, si bien su presencia estará siempre a tiro de ojo. Vienen ahora 5 kilómetros de ascenso por las laderas del Jaizkibel, entre helechos, caballos y bosquetes de roble y pinos rodeno e ‘insignis’, y después descenso hasta Pasaia.

Areniscas erosionadas del Jaizkibel Areniscas erosionadas del Jaizkibel

El monte Jaizkibel es, para muchos, la última representación pirenaica, que se hunde en el océano. Su punto más alto es el Alleru, con 547 metros, y como desde su cumbre hasta el mar hay solo un par de kilómetros, está considerado uno de los grandes montes costeros de Europa. Sus regatos albergan hasta peculiares plantas carnívoras, y todo el entorno está declarado Lugar de Interés Comunitario (LIC) de la UE. Desde lejos parece un león marino tumbado sobre los escollos.

No alcanzaremos la cima, coronada a base de grandes antenas de telecomunicaciones. Pero sí subiremos hasta los 450 metros de altura, a su línea de torres, construidas durante la 2ª Guerra Carlista. Cruzaremos fugazmente y por dos veces la carretera Lezo-Hondarribia, puerto mediano pero inmortalizado por gestas ciclistas, porque buena parte de la flor y nata del pelotón mundial lo sube todos los agostos, en los últimos kilómetros de la Clásica de San Sebastián.

Además nos toparemos con tramos de roca arenisca muy erosionada, formando grandes huecos como cazuelas: aquí hubo importantes canteras hasta el siglo XIX, y esta piedra sirvió para construir casas y muros en Hondarribia.

Llegando a Pasaia: parte de la bahía, y al fondo faro de La Plata y punta Monpas Llegando a Pasaia: parte de la bahía, y al fondo faro de La Plata y punta Monpas

 Al pasar la barca

La bajada de Jaizkibel es progresiva, con un pequeño repecho en la mitad, y a dos kilómetros se radicaliza un poco antes de la bahía de Pasaia, cerca de su atalaya. Las vistas de este tramo, incomparables. Cerca de aquí, en la ladera marítima de Jaizkibel, quieren construir el ‘Súper Puerto Exterior de Pasajes’; el nombre es más que gráfico. Parece que la crisis ha retrasado el proyecto, yo espero que para siempre.

Ya a ras del agua, en menos de un kilómetro nos plantamos en el pueblo. Mírelo todo el mundo. ¿Será Pasai Donibane la 'perla del Cantábrico'? De nuevo, no lo descarto. El literato francés Víctor Hugo se lo encontró por casualidad en 1843, se quedó unos días en el hogar de una familia y escribió sobre la cuestión; hoy tiene allí hasta un museo. La panorámica es fantástica desde la misma barca que, 0,7 euros de por medio –niñas bonitas exclusive-, nos cruza a la orilla de enfrente. No usarla supondría una condena de varios kilómetros de rodeo por zona industrial. 

Barca entre Pasajes de San Juan y de San Pedro Barca entre Pasajes de San Juan y de San Pedro

Restan apenas 8 kilómetros. Ya en la orilla de Pasai San Pedro, que tampoco está nada mal pero por donde no profundizaremos, hemos de tirar por el paseo de Punta Cruces (o sea, hacia nuestra derecha), al final de la ría del Oiartzun. Allí una sucesión de escalones excavados en la ladera (158 seguidos, cuento, pero después hay más tramos discontinuos), añadidos a otro trecho de sendero ascendente, llevan al precioso y también claro faro de La Plata, que dejaremos atrás.

Un rostro familiar

Lo que nos queda es otro sube y baja más o menos metido en el monte, a ratos con grandes miradores hacia los mayores acantilados de nuestra travesía, cerca de la punta donostiarra del Monpas. La verdad es que podrían haber llevado el camino aún más pegado al agua y entrar en San Sebastián por las rocas, pero habrán preferido no arriesgar. Porque ese camino, para el que se diseñó una pasarela peatonal tampoco construida, fue clausurado por el Ayuntamiento debido a riesgo de desprendimientos.

Y de pronto, 'La Bella Easo', desde el monte Ulía Y de pronto, 'La Bella Easo', desde el monte Ulía

Estamos en el monte Ulía. De pronto, emerge entre las copas arbóreas una especie de rostro conocido, que se  compone así, de más cercano a más lejano: una playa (Zurriola), unos cubos grises famosos por el festival de cine que se celebra estos días (Kursaal), un monte con una gran estatua de Jesucristo arriba (Urgull), la bahía por antonomasia, otro monte con una torre (Igeldo). Y al fondo más costa, y más costa. Para otra vez.

Un empinado descenso de medio kilómetro nos deja como por encanto en el bastante céntrico barrio de Gros. Un bañito en la Zurriola y fin de la excursión. ¿Será la Bella Easo la ‘perla del Cantábrico’? No lo descarto. Me temo que tirando hacia el oeste, hasta Galicia, hay muchas más. Pero las de aquí son las mías.