Blog | Por César Ferrero

Miradas seca y húmeda al Congost de Mont-rebei

Es imposible no tener preferidos, y en mi caso la originalidad brilla por su ausencia. Si me preguntan por una montaña, mi favorito es la mole altiva del Monte Perdido, el rey de los Pirineos, ¡aunque solo fuera por el nombre!; ¿por un río?, el Duero, claro, el único que termina en el mar del que conozco nacimiento y desembocadura, a cuyas orillas se ha criado toda mi familia en Toro (Zamora); ¿por un bosque?, el de Muniellos (Asturias), virginal, donde aún viven los mismos seres que hace siglos, y no me refiero a los trasgus, que tampoco los descarto; ¿por una playa?, S’Espalmador (Formentera), arenal blanco al que llegar a nado, totalmente vacío fuera de temporada...DSC_0189

… y así sucesivamente. Llegamos al cañón. Le podemos llamar desfiladero, barranco, garganta, hoz y me imagino que muchas más cosas que comparten idea general: dos paredes de roca excavadas durante milenios por un río que, visto hoy día, parece incapaz de semejante obra. Pues aquí, aún no me he decidido. Debería hacer un análisis más en profundidad entre dos cañones que curiosamente no se llaman así, ambos prepirenaicos pero muy separados: la foz de Arbayún, en Navarra, increíble; y el Congost de Mont-rebei, frontera entre Lleida y Huesca, espectacular.

Algunos de los mejores cañones ibéricos se pueden visitar sin bajar del coche, o del tren, porque la labor del río facilitó la de los ingenieros de caminos a la hora de unir comarcas. Metieron la carretera o los raíles por el hueco que talló el agua, paralelos a la corriente, y listo. También pasa con los postes telefónicos o las torres eléctricas. ¿Extrañamente?, porque sus razones habrá, no ha sucedido en Arbayún ni en Mont-rebei.

Durante mi vida, transcurrida al 80% entre Gipuzkoa, Soria y Navarra, tuve más cerca la foz, localizada a los pies de la sierra de Leyre, y acompañada por otras hermanas como las foces de Lumbier, mucho más dulce y concurrida, y la de Burgi, por desgracia y/o por necesidad atravesada por el asfalto. Cataluña me ha pillado siempre mucho más lejos, y hasta hace pocos no tuve la suerte de acercarme al Congost de Mont-rebei, que como reza un casi institucionalizado lema, supone “el último desfiladero virgen de Catalunya”.

El Noguera Ribagorzana, desde el norte, viaja hacia el desfiladero El Noguera Ribagorzana, desde el norte, viaja hacia el desfiladero

¡Medio kilómetro de acantilado a cada lado del río, apenas 20 metros de muro a muro en su tramo más estrecho! Como era de esperar, no me arrepentí de desviarme hacia allí, una primavera que volvía del Pirineo catalán.

Se trata del paciente hachazo que ha ido metiendo el río Noguera Ribagorzana a la sierra del Montsec. Nace el Noguera de las entrañas del macizo de la Madaleta, una de las máximas concentraciones de altas cumbres de España. Su curso es prácticamente una recta de 130 kilómetros, y antes de fundirse con el Segre atraviesa la citada y caliza sierra prepirenaica, creando una maravilla máxima, para los ojos y para las aves que viven en la roca.

Sirve también, el Noguera Ribagorzana, para trazar la frontera entre Cataluña, al este, y Aragón, al oeste. Su fluir se corresponde con buena parte de la raya negra del mapa, y cuando encaremos el Congost de norte a sur, eso se traducirá en que la pared de la izquierda pertenece a la comarca leridana de Pallars Jussà, y la de la derecha a la oscense de la Ribagorza. El caso es que diferencias no hay, salvo una importante: por el lado catalán existe un insólito camino tallado a pico, a media pared; y en el risco de enfrente, no. Así que está claro por dónde usar las botas.

Puente colgante del barranco de Sant Jaume Puente colgante del barranco de Sant Jaume

En realidad, la excursión es infinitamente más impresionante que difícil: unos 8 kilómetros ida y vuelta desde un parking cercano, tres horas con enorme espectacularidad, escaso desnivel y muchas fotos de por medio. Con cuidado, peligro no habrá; vértigo, al menos un poquito.

Dos caminos de roca

El clásico inicio de la caminata está en el aparcamiento de Masieta, en mitad del campo y en la orilla ilerdense del río, pero en las cercanías de la rayana localidad aragonesa de Puente de Montañana, también por eso ‘Pont de Montanyana’. Tomando aquí la carretera que lleva a Tremp se accede rápidamente al desvío, aunque hay más posibilidades desde otros puntos de la comarca, todas por rutas en coche más o menos intrincadas.

Aquí el vehículo se quedará descansando tranquilamente, encontraremos unos paneles informativos y echaremos a andar. Aunque la toma es un poco lateral, ya se intuye que nos dirigimos hacia un accidente geológico ‘ciclópeo’, como le gusta llamar a los desfiladeros a Juan Gabriel Pallarés. El Noguera, retenido unos kilómetros aguas abajo de Mont-rebei en el embalse de Canelles, hace unos leves y bonitos meandros en torno a esta zona de aparcamiento, dicen que uno de los mejores sectores para la nutria. No tuve esa suerte.

Toca de entrada seguir el recorrido fluvial y las marcas del GR-1, por lo que pérdida no hay, aunque sí alguna variante (más cerca de la orilla, o más de la ladera de la colina, entre las encinas) para la aproximación al cañón. Y una vez a sus puertas, primera experiencia vertiginosa: el puente colgante de Sant Jaume, metálico y que se eleva varias decenas de metros sobre el barranco, dejando entrever el lejano suelo, ahí abajo…DSC_0207

Pronto hallaremos un desvío. Porque, como se aprecia en algunas imágenes, son dos, y no uno, los caminos excavados en la orilla catalana del Congost: uno se aprecia a media pared, el otro mucho más abajo, cerca del cauce. Tiene una explicación: el más alto es mucho más jovencito, de los años 80, y se construyó precisamente porque el original, el inferior (de 1924), es anterior al embalse de Canelles y queda sumergido cuando más pasado anda éste de hectómetros cúbicos… Lo que suele hacerse, si el pantano está más bajo, es ir por arriba y volver por abajo, completando un recorrido circular.

Pasamanos, que no barandilla

Poco misterio nos queda, salvo disfrutar. Este sendero plano y encaramado a mitad de roca, por el que pasan dos personas a la vez pero no más, se extiende por otro par de kilómetros, y sorprende la magnitud de la caída casi tanto como lo cercano del oscense paredón de enfrente. Hay algún banco para sentarse a admirar, algún tramo de túnel y sobre todo pasamanos para agarrarnos en los lugares más estrechos, pero quedan a la izquierda, mientras a la derecha se atisba una caída que sería la última. Precaución, sin obsesiones.

Camino antiguo (1924), en la parte baja Camino antiguo (1924), en la parte baja

Cerca del extremo sur del Congost asciende hacia la izquierda un ligero pero radical desvío opcional y sin salida, en el que unas cadenas y algún apoyo de vía ferrata nos auxilian para alcanzar la boca de la cueva Colomera, de acceso restringido. Aunque no nos sumamos en sus profundidades, sudar un poco más hasta allí vale la pena para obtener una perspectiva más aérea y encajonada del enorme machetazo natural.

Mont-rebei termina de pronto, tan súbitamente como empezó. Si el embalse nos deja, bajemos al pie del cañón, a por la senda original, con el Noguera casi a tiro de chapuzón (otra aventura más interesante sería cómo salir luego del agua), y en busca de un futuro ascenso que va a unirse con el camino nuevo. Vuelta al coche, nostálgica mirada atrás de vez en cuando…

Kayak al pie del rascacielos

Eso del chapuzón me caló hondo, valga el juego de palabras. En realidad el paseo sabe a poco, y este desfiladero se merecía probar otra perspectiva: cambiar el tiro de cámara, de picado a contrapicado. Así que un año después, aprovechando otro viaje pirenaico, esta vez con el grupo de chalados del Teide, aprovechamos para un doblete completo de fin de semana: montaña de ida, kayak de vuelta.

Contratamos guía y embarcaciones en alguna de las varias empresas de turismo activo del entorno, y tras un buen tute de coche por caminos de tierra, encaramos el pantano de Canelles de sur a norte, más lejos del Congost de lo que esperábamos, porque en pleno julio el nivel del agua estaba muy bajo y costaba hasta encontrar dónde embarcar.

En piragua, hacia el congost En piragua, hacia el congost

La excursión a remo fue larga pero placentera, no faltaron pequeños naufragios y abordajes piratas, parada en una ‘bahía’ para devorar el tradicional melón que siempre nos acompaña… y, por fin, a lo lejos, la hoz, el desfiladero, la garganta, el cañón. Que, de estrecho, desde la lejanía casi parece una muralla cerrada.

IMG_9810