Blog | Por César Ferrero

Kilimanjaro (I): plan y salida

El inglés George Mallory fue uno de los primeros en intentar escalar el Everest, allá por los años 20, y no se sabe aún si llegó o no a la cumbre, porque murió en acción. Según la leyenda, a él le hicieron también la pregunta de las preguntas: ¿por qué? Es lo mismo que muchos nos han preguntado y preguntarán a los que corremos o nos subimos a los cerros (“¿cuánto te pagan?”, se interesó mi abuelo cuando supo que me había apuntado a una maratón). Y la respuesta del británico es mítica (¿y real?), no explica nada pero lo dice todo: “Porque está ahí”. Es una razón irrebatible, guste o no. En mi caso, la respuesta de Mallory es literalmente la que me llevó el mes pasado a subir el Kilimanjaro, concretamente al cono volcánico principal (Uhuru Peak o Kibo), el famoso techo de África.

El Kili, desde el Shira camp (3.760 m.) El Kili, desde el Shira camp (3.760 m.)

Cualquiera hace sus planes vitales, y entre los míos estaba otro: safari (fotográfico, claro) por los parques nacionales del norte de Tanzania. Los primeros tres tomos de la Enciclopedia Salvat de la Fauna se refieren a África, y sus dibujos en blanco y negro están pintarrajeados por mí hace más de tres décadas: perdura en sus páginas una huella ‘inmemorial’, porque apenas me acuerdo de haberlo perpetrado. Es decir, tenía que ir. Pero luego miras el mapa de la región y a la derecha del Serengeti, el Cráter del Ngorongoro y demás, próximo también a la frontera con Kenia, siempre figura un triangulito donde dice ‘Kilimanjaro’ y ‘5.895 m.’. Es que está ahí, tal cual. ¿Con qué valor no vas a aprovechar el viaje, con todos los picachos a los que te has encaramado?

Además, lo cierto es que, si estás acostumbrado a la montaña, de reto extremo tiene poco; de belleza y mito, todo. Uno se lo puede imaginar, solo echando un vistazo a su perfil de gigantesco perro tumbado. También cuando sabes que el ecuador dista apenas 330 kilómetros del gran volcán, lo que se traduce en un clima mucho más benigno del que correspondería a un monte de casi 6.000 metros que estuviera en Europa, por ejemplo. (En junio) no hace falta un equipo muy sofisticado, solo lo que te llevarías a Urbión un día de otoño para hacer noche al aire libre. Mis intuiciones eran ciertas, o al menos eso es lo que he vivido.

Y allí compruebas que el Kilimanjaro y su entorno, también parque nacional, es sobre todo una enorme industria turística. Ayuda o salva económicamente a muchos pobladores de la zona en decenas de kilómetros a la redonda. Si fueras por libre, sin contratar agencia, tendrías que pagar 50 dólares por persona y día, pero además esa libertad no la vas a encontrar. A partir de 4.000 metros de altura es necesario llevar guía oficial, aunque el camino esté perfectamente claro. Pero es que además el guía se lleva a sus colaboradores, que en mi caso fueron un cocinero y ¡cuatro! porteadores para cargar con la comida, las tiendas de campaña y demás. Un ‘mzungu’ (blanco) y seis locales... Me da bastante vergüenza, pero es lo que hay, y ellos lo prefieren así: eso significa más gente ocupada. Te tratan a cuerpo de rey, aunque no lo necesites.

Los porteadores, auténticas estrellas de todo esto Los porteadores, auténticas estrellas de todo esto

Y hay gente, claro. Me dicen que en julio y agosto, coincidiendo con muchas de las vacaciones europeas, se junta considerablemente más que en junio. Una decena de rutas se suele usar para escalar el coloso, la mayor parte desde la vertiente sur. Aconsejado por Marga, una amiga de una amiga para la que el ‘Kili’ es su segunda casa, elijo la versión más dura para los caminantes, y a la vez más espectacular: la que usa la llamada Western Breach, en la que asciendes a la ‘precumbre’ del altiplano donde está el cráter del volcán por una ladera oeste dura y publicitada como peligrosísima. A mí no me lo parecerá tanto, pero ya lo veremos. Trato de darle así un poco de salsa a la subida, y evitar muchedumbres…

En total son solo unos 40 kilómetros de subida, y salvo en el tramo de la Western Breach relativamente llevaderos. Íbamos a tardar cinco días y medio en subir y bajar; las circunstancias nos harán completar recorrido en cuatro y medio. Es mucho tiempo para tan poca distancia, pero el lema-estandarte de todo el personal que trabaja allí se aprende rápido: “Pole pole”, es decir “despacito”. Técnica no hace falta para ninguna de las variadas formas de hacer cumbre, quitando un pedacito de la Western Breach. Pero se precisa de mucha paciencia. Porque el gran enemigo no es el recorrido, sino el llamado ‘mal de altura’, que puede afectar (o no) a cualquier persona por encima de los 3.000 metros de altitud.

Se debe a la progresiva falta de oxígeno: en la cima, por ejemplo, hay casi la mitad que al nivel del mar… Y para acostumbrar al organismo la clave es no apresurarse, da igual lo en forma que estés. Marga me ha contado de montañeros para los que los Alpes no tienen secretos que han reventado subiendo al Kili, precisamente por ir demasiado rápido. Y el ‘mal de altura’, que se traduce en dolor de cabeza, mareo, etc., puede ser mortal en sus casos más graves. Así que eso, ‘pole pole’.

Mi ruta: entrada por la línea naranja del oeste (Machame route), enlace con la amarilla en Shira huts, para seguir por ahí hacia Arrow Glacier Huts y ascenso al Uhuru por Western Breach. Descenso por Barafu y Millenium Huts (Mweka route). Mapa: www.backtoafricasafaris.com Mi ruta: entrada por la línea naranja del oeste (Machame route), enlace con la amarilla en Shira huts, para seguir por ahí hacia Arrow Glacier Huts y ascenso al Uhuru por Western Breach. Descenso por Barafu y Millenium Huts (Mweka route). Mapa: www.backtoafricasafaris.com

En definitiva, si nos fijamos en el mapa, nosotros entraremos por la puerta suroeste del parque (‘Machame gate’) y saldremos por otra del sur, más hacia el este (‘Mweka gate’). Éste es el trazado previsto: Machame gate (1.640 m.)-Machame camp (2.850 m., primera noche)-Shira camp (3.766 m., segunda noche)-Arrow Glacier Camp (4.870 m., tercera noche)-Pico Uhuru (5.895 m.)-Millennium camp (3.950 m., cuarta noche)-Mweka gate (1.830 m.).

Día 1, Machame gate-Machame camp: la selva

Menos de una hora de coche, usando una carretera asfaltada por entre las plantaciones de maíz y plátano, te va encarrilando desde la llanura de la ciudad de Moshi hasta la puerta Machame, donde decenas de personas que aspiran a portear aguardan una posible oportunidad. La vida no es fácil en Tanzania: todos hacen de todo. La agencia ya me ha asignado a mi propio equipo. Un par de horas, nos lleva poder echar a andar: mucho papeleo, pero sobre todo reparto de equipaje y prueba de báscula. Hay un hombre del personal del parque nacional con una báscula, para pesar los fardos con los que cargan los porteadores. Porque, según la ley, el máximo es de 20 kilos/persona. Pero ojo: ¡solo pesa los fardos, no los mochilones que también soportan!

Resulta escalofriante ver a estos hombres cargados como mulas, con el fardo sobre los hombros o en inverosímil equilibrio sobre la cabeza, caminando normalmente mucho más rápido que tú. Y todo por cuatro perras, porque las agencias acostumbran a darles entre nada y una miseria. Petición para el que lea esto y vaya: sé generoso con los porteadores, cobran más de la propina que tú les des que de la organización que teóricamente les contrata. O sea, en la práctica es más importante tu ‘regalo extra’ que el supuesto sueldo, y a veces éste ni existe.

Trámite: que nadie pase del fardo de 20 kilos (excluyendo mochilas...) Trámite: que nadie pase del fardo de 20 kilos (excluyendo mochilas...)

Por fin, en marcha. Salvaremos unos 1.200 metros de desnivel hasta cerca de los 3.000 metros de altura, o sea hasta Machame camp. Eso está a 18 kilómetros de subida constante pero llevadera, atravesando una aparentemente intacta selva oscura, muy nubosa, que nos rodea: de los grandes árboles penden líquenes como misteriosas barbas, crecen a sus pies helechos gigantes y una pequeña flor rojiza, la Impatiens kilimanjari, pone una nota colorística muy exclusiva, pues solo se da aquí. Será fácil contemplar monos, como los cercopitecos azules. Y escuchamos más que vemos ruidosas aves en las copas, llamadas turacos.

El camino empieza siendo una pista de tierra muy amplia por la que cabe un coche, después se estrecha a sendero amplio y muy bien delimitado a base de ramas de árbol, que sirven también para crear escalones. En junio y hasta octubre, en la época seca, no hay problema; antes y después se puede poner impracticable por el barro.

Hay que tomárselo con calma. Sinai, mi guía, es el único de mi despliegue de personal que siempre va conmigo. Los demás siempre se adelantan, solo los veo al final de cada etapa. Charla animadamente en suajili con todo aquel guía o porteador que se encuentra, se nota que todos se conocen. El inglés también es oficial en Tanzania, pero lo usan solo con los 'guiris'. Y como me vea acelerar un poco más de la cuenta y que tomo demasiados metros, levanta la voz:

- Cessss! Pole pole!

Fabulosa selva de la primera jornada Fabulosa selva de la primera jornada

Él manda. También te ordena beber muy frecuentemente, es otra de las claves para esquivar el mal de altura. Pero te lo cuenta de un modo más solemne:

- Cessss, drink water! No water, no life.

 Visión nocturna

Varias decenas de tiendas de campañas se agolpan en el reducido claro del Machame camp, en medio de una niebla baja y muy húmeda. Todos los campamentos tienen la misma estructura: las tiendas se montan en torno a una casa de madera, donde habita y/o trabaja el guarda, el ‘ranger’, y donde Sinai y yo tenemos que inscribirnos cada día. Unas casetas de madera con letrina son toda la infraestructura colectiva. Y para cuando llego yo, tengo mi hogar ya montado por los ‘porters’, exquisitamente alegres y educados.

Los otros seis integrantes del equipo duermen apiñados en dos pequeñas tiendas, yo en una donde entraríamos tres personas. Les ofrezco que alguno se venga para que estén más holgados, pero no quieren. Me da la impresión de que tienen muy interiorizado eso de que soy el ‘señorito’ que paga y al que hay que facilitarle todo y no molestar. Se agradece, pero me abruma. Me sentiría más cómodo pareciéndome más a ellos. En realidad, ellos mismos marcan la frontera, no yo.

Tarde húmeda en Machame camp (2.850 metros) Tarde húmeda en Machame camp (2.850 metros)

A las 19.00 horas es noche cerrada aquí en Tanzania. Y no amanece hasta las 6.30, así que a diario hay tiempo para escribir, leer y dormir mucho. También incluso pasear, con ese gusanillo en el estómago de no saber con qué te puedes encontrar por ahí, al aventurarte al siempre algo apartado baño. Aunque mi guía dice que no, según he leído ‘chui’, el leopardo, puebla estos bosques. Y aunque luego solo habite en mi mente, la sola posibilidad de que ande por ahí suelto traduce toda microexpedición nocturna en sobredosis de adrenalina. Las nubes se abren cuando se oculta el sol, el firmamento es indescriptible, la luna brillantísima y sus rayos reflejan lo que queda de los glaciares del Kibo, que se ve perfectamente pero solo a estas horas.

Ya dentro del saco, la noche sale fresca y húmeda, pero placentera. Por la mañana Peter, el cocinero, prepara un desayuno potente, ‘a la inglesa’, como parece que se lleva aquí (nota: estos días comeré mucho más y mejor que en mi vida cotidiana, algo impensable para mis parámetros montanos). Hoy espera una etapa más corta, apenas 8 kilómetros, donde el volcán lucirá en todo su esplendor y los árboles terminarán desapareciendo. Será como pasar de pantalla en un videojuego que nos tiene que llevar a la cumbre.

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