Blog | Por César Ferrero

Ifach, la sierra que renace del agua

1Mar o montaña, he ahí la típica discusión de vacaciones. En realidad no es tanta: en Asturias, las cumbres más altas de los Picos de Europa se levantan a menos de 30 kilómetros en línea recta del Cantábrico. Los Pirineos, tanto por el oeste como por el este, van ondulando y perdiendo altura hasta sumergirse en dicho mar o en el Mediterráneo, en los cabos de Higer y Creus. En Mallorca, hay sectores donde la norteña sierra de Tramuntana se hunde a pico en el ‘Mare Nostrum’.

Pero para completar el abanico, en Calpe, norte de Alicante, existe otro tipo de caso paradójico: aunque la sierra está cerca, ya ha alcanzado el nivel ‘0’ y es la llanura la que se funde con el agua salada, mansamente. Cuando de pronto, un último estertor serrano parece arrepentirse de la idea, erupciona desesperado desde el mar hasta los 332 metros de altura y nuevamente decae, resignándose a morir clavando el filo de su extremo entre las olas. Es el peñón de Ifach, mínimo parque natural de 47 hectáreas, que pese a estar rodeado de apartamentos y urbanizaciones sigue resultando estéticamente imponente.2

Visto con perspectiva, desde un lateral lejano, el segundo peñón más famoso de España parece todo un dinosaurio marítimo emergiendo parcialmente de su hábitat. Desde el estrecho istmo que lo une a Calpe se asemeja al casco de un gigantesco guerrero. Es un casco de roca caliza, en realidad una parte más de las muy cercanas montañas prebéticas de La Marina, que las peculiaridades geológicas dejaron aquí, como una mágica ofrenda a Poseidón. Antaño isla cercana a la costa, las acumulaciones arenosas y los fondos bajos se mezclaron para crear la pasarela natural que hoy une la roca con Calpe.3

Por sus extremas características, Ifach es un enorme reclamo para escaladores y submarinistas a la vez, dada la verticalidad de alguna de sus vertientes y la gran calidad de sus fondos marítimos. Pero si no somos ni de un bando ni del otro, también a pie se puede conquistar el vértice geodésico del pequeño gigante, en una hora o menos desde las playas de sus pies. Hay un par de pasos un poco vertiginosos, pero la gente de bien ha instalado allí ‘barandillas’ a base de cuerdas y cables, que ayudan mucho en los momentos clave. Hay que tener cuidado, sobre todo, si van niños con nosotros.

 La conquista de la roca

La más que turística localidad de Calpe ofrece también unas viejas salinas en su mismo centro, igualmente protegidas, donde se puede observar incluso flamencos y gran variedad de aves acuáticas. Desde aquí el peñón, evidentemente muy visible, queda muy a mano, señalizada su única entrada ‘civilizada’ mediante carteles. Hasta el mismo pie de la roca proliferan los apartamentos que cambiaron el aspecto de esta costa, muchos poblados por extranjeros, que suponen un espectacular 60% del censo de 30.000 habitantes...5

No hay pérdida: desde el istmo empieza a subir un camino que lleva directamente a un centro de interpretación, que describe las características geológicas, botánicas –hay especies de roca sumamente exclusivas- y faunísticas de esta soberana piedra, sobre la que vuela incluso el preciado halcón de Eleonor. Un torno (!) mide las entradas de visitantes, y de ahí no resta más que subir: nos harán sudar bien, los 300 metros pasados de desnivel. La pequeña aventura empieza zizagueando entre el pinar de carrasco, en el tramo inicial, y después de un túnel continúa con mayor dificultad: iremos más pegados a la roca, siempre con los citados apoyos dispuestos a echarnos una mano, o más bien nosotros a ellos.

Encontraremos a mitad de camino una encrucijada: si seguimos el sendero de frente, según veníamos, daremos con el mirador de la punta del Carallot, cerca del morro de nuestro particular plesiosaurio, con impresionantes vistas pero a media altura con respecto a la cumbre. Y si doblamos hacia la derecha, aunque convendría decir más precisamente hacia arriba, afrontaremos la segunda y más empinada mitad de la subida, de alto desnivel pero sin grandes dificultades. Así que podemos ir y volver al mirador, tarea que nos llevará 10 minutos más los que le dediquemos a la contemplación del paisaje, y continuar ascenso.

 Parada y sonrisa

Los últimos pasos se suavizan hasta alcanzar el vértice geodésico del peñón. Las gaviotas patiamarillas nos recibirán previsiblemente con su particular ‘bel canto’, puede que también una confianzuda colonia de gatos en busca de lo que les pueda ofrecer el visitante. Misión cumplida, y bien recompensada. Solo resta deleitarse con la impresionante panorámica que se abre hacia cualquiera de los puntos cardinales.6

 Si dirigimos la vista hacia la inmensidad azul, dicen que en días muy claros se divisa Ibiza. Hacia tierra destacan las sierras alicantinas, algunos acantilados próximos, playas apacibles, variados kilómetros de costa mediterránea. Incluso, desde aquí arriba, la explosión urbanística de Calpe mejora en aspecto, aunque como siempre nos preguntaremos cómo sería todo esto cuando era virgen. Cómo ha sufrido el litoral levantino. Aquí arriba, al menos, respiramos paz.