Blog | Por César Ferrero

Guadiana, ¿dichosos esos Ojos?

El cielo está plomizo sobre la Mancha, cubriendo la horizontalidad sin concesiones de la provincia de Ciudad Real. Dicen que aguantará, que como mucho quizá llueva un poco esta tarde. Bueno para los turistas, no tanto para el espacio donde nos han llevado las cuatro ruedas del coche: las Tablas de Daimiel, el más importante humedal interior de España. El punto donde se unen, o unían, los ríos Guadiana –dulce- y Cigüela –salobre-, en un espacio tan sumamente plano que, justo aquí, desbordan para anegar unas 1.850 hectáreas. Más adelante el terreno adquiere el mínimo de pendiente para que el Guadiana siga un curso ya normal, ya de río al uso, y deje de ser tabla… rasa.

Pero eso era lo habitual hasta hace un cuarto de siglo. 25 años después se ha convertido en lo excepcional. En invierno de 2010, las noticias decían que una racha inusual de precipitaciones había llenado de pronto las Tablas, como no se veía en lustros, y en cuanto pude me acerqué, pensando en que podría ser la última oportunidad. Ya había estado allí un verano anterior, y fue deprimente: apenas 50 hectáreas artificialmente inundadas. Pero valió la pena aquel segundo viaje: el pantanal rebosaba, y si la primera vez había junto al camino una triste barca abandonada sobre la tierra cuarteada, la segunda continuaba en el mismo sitio pero prácticamente sumergida. ¡Y contenta!1

Ésta de febrero de 2013 es mi tercera vez aquí, no sé lo que me voy a encontrar. Llevo los prismáticos y la cámara preparados, pero antes de internarnos en el más castigado Parque Nacional español, prefiero acercarme al mostrador del centro de visitantes, a que me den el clásico tríptico informativo y preguntar lo que me espera: “¿Cómo están de llenas las Tablas?”. “Llevamos tres años de más lluvias de lo normal”, recuenta el guía. “Estamos al 70%”. Un alivio.

¡A ver si aprovechamos la oportunidad! Tres pequeños recorridos muy próximos al edificio, basados en parte en pasarelas de madera sobre las aguas poco profundas, te dejan entrever las características del espacio protegido. Está salpicado de observatorios, también de madera, desde los que mirar a las aves acuáticas sin ser vistos, como buenos espías. Uno de ellos da a la llamada ‘laguna de aclimatación’, donde se guarda en cautividad una muestra de buena parte de los variados y preciosos patos que habitan las Tablas, algunos en extremo peligro de extinción como la malvasía.

También se visita la Isla del Pan, donde se asienta un pequeño bosquete del taray, de aspecto exótico, único árbol del interior del parque. Desde su pequeña colina se domina el gran charco y sus carrizales y masegares, con los Montes de Toledo como lejano telón de fondo. Daría un dedo de la mano por poder meterme en barca durante días, a explorar tranquila y silenciosamente todo lo que veo, pero me tengo que ceñir a lo poco que nos dejan a los visitantes: el resto es para las aves y anfibios silvestres, para la vegetación palustre. Es el precio que hay que pagar para que sigan existiendo.

Según los geólogos, bajo las Tablas se asienta la inmensa laguna subterránea llamada Acuífero 23, que en épocas de bonanza acuática comunicaba con la superficie, rebosaba hacia el exterior. “Eres como el Guadiana” es una frase muy extendida, que denota irregularidad. Y a efectos prácticos, caduca: este gran curso fluvial nace en las Lagunas de Ruidera, entre esta provincia y la contigua de Albacete, y poco después se esconde en el subsuelo, entrando a formar parte del 23 -es una de las teorías, al menos-. Unos kilómetros más allá, ¡milagro!, volvía a brotar cerca de las Tablas, manando por los llamados Ojos del Guadiana.

Llorar de alegría.

Si algún nuevo amante de la naturaleza se acerca inocentemente a los Ojos, señalizados por un cartel marrón de esos de ‘lugar de interés’ junto a la carretera N-420, quienes desbordarán serán sus propios órganos visuales. Es un secarral como otro cualquiera, y nada más. Realmente, la última vez que el agua salió de allí fue a mediados de los 80. Qué paradojas: para ellos, llorar siempre fue síntoma de felicidad…

25 años hace de eso, y otros tantos metros llegó a bajar el nivel del acuífero subterráneo, que evidentemente lo ha tenido imposible para volver a manar. Campañas de desecación durante el franquismo y la multiplicación explosiva de los pozos de regadío en la zona (legales e ilegales) mataron al Guadiana, en casi igual medida al Cigüela y de rebote a las 250 especies de aves que usaban este lugar como morada o zona de paso, descansadero en mitad del infinito, en el oasis de la llamada ‘Mancha Húmeda’.2

Durante años y años, las Tablas (Parque Nacional desde 1973) han recibido auxilio artificial, mediante trasvases desde la cuenca del Tajo y pequeños diques, para conservar al menos una parte encharcada, de forma que el visitante pudiera hacerse una idea de lo que allí hubo. Idea poco clara y decepcionante, tanto que la misma UNESCO ha estado a punto de retirarle al Parque el título anexo de Reserva de la Biosfera que ostenta desde 1981, por pura degradación.

A mediados de 2009, y por culpa de años de dura sequía, el destino –provocado- dio otra vuelta de tuerca contraria a los intereses del maltrecho parque: el subsuelo inmediato, formado por turba (una especie de carbón vegetal milenario, para entendernos), entró en combustión espontánea y lenta: salía humo de la tierra… ¿Se ha visto alguna vez mayor contradicción?, ¡un humedal en llamas…!

Ese fuego oculto, difícil de erradicar sin ingentes cantidades de agua, pudo matar las Tablas para siempre: la citada base de turba es clave para que, cuando se inundan, el suelo no chupe el líquido y todo quede en nada. Por fortuna el destino –esta vez no provocado- mandó al auxilio, en el invierno 2009-2010, las más nutridas lluvias del último medio siglo, el mejor bombero posible. Coincidieron con un trasvase de urgencia (los había suspendido el Gobierno, por la crisis), que de todas formas ya no hacía falta.

Estábamos esperándote.

Las Tablas se salvaron en el último suspiro, en definitiva. Y como dice el guía, los últimos 3 años han sido bastante lluviosos, tanto que, unidos a una campaña progresiva de cierre de pozos de regadío que ha dado algunos frutos, el Acuífero 23 ha llegado casi a regenerarse. Aunque como se suele decir, lo difícil no es llegar… sino mantenerse.

Por fin, el domingo 9 de noviembre de 2012, fecha para la historia de la naturaleza europea, la utopía se hizo realidad, al menos en parte y vete a saber hasta cuándo: un hilo de agua brotó del subsuelo y comenzó a deslizarse por el polvoriento cauce del Guadiana, seco desde 1986. Corriente que creció, se juntó con la del Cigüela y desbordó una vez más en la llanura manchega. Para alegría de algunos, como yo.

El Acuífero no ha subido tanto, aún, como para que mane por donde siempre lo hizo, por los Ojos, que están a una altura algo superior. Quién sabe si llegará a hacerlo, y si no será apenas por unos días. Pero al menos, ahora mismo, los patos, los ánsares, las zancudas como los preciosos flamencos… disfrutan de la Mancha Húmeda como antaño. Guadiana, llevábamos tanto tiempo esperándote…