Blog | Por César Ferrero

El plató de Félix

Pelegrina“Félix Rodríguez de la Fuente es mi padre”, leí una vez que contestó David Attenborough, el canoso y dicharachero presentador de programas faunísticos de la BBC, en una entrevista. Y me sorprendió que un ‘sir’ británico, un prócer de la sacrosanta cadena pública británica, describiera así a un extranjero, con lo ególatras que dice el tópico que son allí. Así que, importante ha de ser, el tal Félix.

Soy uno más de los centenares de miles de niños de la Transición a los que este hombre, el mejor comunicador del que tengo conocimiento, nos cambió la vida directa o indirectamente. Sobre todo con su mítica serie televisiva, ‘El Hombre y la Tierra’, que desde los primeros compases de su inolvidable y energética sintonía inicial me mantenía pegado a la pantalla, abducido, de punta a punta del capítulo de turno. A veces para desesperación de mis padres, pues lo echaban de noche, entre semana, y había que irse a dormir, que el cole no perdona. Creo recordar que nunca lo consiguieron.

“Yo soy yo y mi circunstancia”. Imagino que la semilla del amor a la naturaleza la llevaba dentro, pero Félix y sus ayudantes, todo un ‘dream team’ para despertar conciencias, la abonaron y regaron. Sus documentales sobre las maravillas de la fauna ibérica han sido decisivos en muchas de mis andanzas. Por ejemplo a la hora de acercarme varias veces aquí, a la hoz de Pelegrina o barranco del río Dulce, pegando a Sigüenza, Guadalajara. ‘El plató de Félix’, hoy pequeño parque natural.

Muchas de las decenas de capítulos de ‘El Hombre y la Tierra’, el programa de la televisión española más exitosa e internacional de todos los tiempos, se grabaron en este pequeño, agradable y precioso cañón. Un lugar ideal para un paseo tranquilo y facilísimo, interesante en cualquier época del año y apto para todos los públicos, niños inclusive.

Y se llega enseguida. Desde Soria capital apenas son 115 kilómetros: viaje hasta Medinaceli, A-2 en sentido Madrid y segunda salida hacia Sigüenza (118). En poco más de 7 kilómetros por carretera local estamos en el pueblo, y poco antes hay un magnífico mirador erigido “por suscripción popular”, reza la placa, en 1980 y en homenaje al entonces recién fallecido Félix y sus colaboradores.

Desde el pueblo de Pelegrina, adornado con su vertical castillo, se desciende a la orilla del río, que a su paso por este rincón de la meseta ha horadado, como muchos otros, la roca caliza que amuralla el curso fluvial a ambos lados. Crían aquí las rapaces rupícolas o de nidificación en roca, como el buitre leonado, el águila real, el halcón peregrino y el búho real, alguno de los protagonistas de la sin par serie. Junto al río, el bosque galería basado en los chopos hace las delicias de aves más pequeñas y trinadoras. En otoño, contemplar el cañón desde un altozano es un espectáculo dorado…

La ida y vuelta desde la población hasta el fondo del cañón apenas tiene desnivel, y son poco más de 5 kilómetros. Se puede alargar un poco la caminata, sobre todo en el deshielo, para trepar un poco ‘al fondo a la derecha’ y visitar una magnífica cascada temporal que da un toque casi mitológico al ya de por sí fascinante paisaje. Para retornar a Pelegrina se puede cruzar al otro lado del pequeño curso fluvial y conocer la otra orilla, a ratos más pegada a la roca y con algún paso en el que se ha habilitado una rudimentaria barandilla, por si acaso.

Enclave histórico.

Eso me parece esta pequeña hoz, al menos para la historia de la naturaleza. Con un simple vistazo a las laderas y muy poco de imaginación, los nostálgicos intuiremos las persecuciones de los lobos a los ciervos, que alguna vez chapoteaban en su huida por el río Dulce junto al cual humeó el fuego del campamento de los naturalistas. Además, ‘el último lince’ iniciaba su jornada de caza pasando entre estos farallones rocosos, y desde más arriba, el águila real oteaba el horizonte antes de lanzarse a por el pequeño muflón y bajar en picado con él en las garras, en la escena más espectacular y recordada de las horas y horas de los múltiples capítulos…

…sí, es cierto, era una escena trucada. Como se puede comprobar perfectamente siguiendo las imágenes, hay un movimiento raro, un cambio de plano cuando las uñas de la rapaz enganchan al pequeño cuadrúpedo. Como cuenta en su autobiografía el malogrado naturalista soriano Aurelio Pérez (de Barriomartín, el hombre calvo y con bigotes que a menudo aparece con una rapaz sobre el puño acompañando a Félix), allí estaba él, oculto y jugándose el tipo sobre una mínima cornisa, sujetando a la presa para que el águila (amaestrada) pudiera capturarla ante las cámaras.

Se dice incluso que lo que lleva el águila en las garras en la segunda parte de la impactante escena, cuando baja hacia el fondo del valle, era un nuevo animal, convenientemente vaciado para que pesara menos… Los lobos, criados por el propio Félix y su familia, también corrían tras los ciervos en un cañón que no dejaba de ser un recinto cercado, muy amplio pero sin escapatoria, y en general la inmensa mayoría de las escenas de caza eran así.

…sobre todo, porque filmar todo esto era imposible. Sí, los protagonistas no eran animales libres. Pero allá por los años 70 era la única manera de conseguir material inédito de semejante calidad: la fauna salvaje no posa. Y sirvió para mostrarnos escenas que pocos habían visto, menos aún filmado, y sobre todo para enamorar a millones de personas de un país donde hasta entonces la escopeta y el veneno campaban a sus anchas, apoyados desde la propia administración. Si el lobo, las rapaces y el lince siguen cazando en libertad es, en buena parte, por el golpe de timón que dio Félix a nuestro modo de mirar y apreciar la naturaleza. Y… gracias a sus animales cautivos.

A mitad del camino de ida en este recorrido, cruzando un paisaje anónimo que a la vez forma parte de nuestras vidas, existe un pequeño y sencillo edificio, una simple caseta donde el equipo del programa guardaba el material de rodaje. Es prácticamente todo cuanto recuerda lo que pasó aquí, a la postre decisivo para la conservación ambiental. ¿Se le daría más importancia si estuviéramos en Inglaterra y fuese el escenario de sir David Attenborough…?