Blog | Por César Ferrero

Derrotado contra el maestro del camuflaje

Uno de esos viajes míos me llevó a principios de mayo al límite suroeste entre Portugal y España, allá donde el Guadiana (dichosos esos Ojos), líquidamente bastante más obeso que en la Mancha, marca la frontera. La costa atlántica de Huelva, un rincón de la ‘piel de toro’ que siempre he tenido tan lejos que nunca había pisado: el tiempo siempre escasea y la distancia, en este caso, sobra. Por desgracia, tampoco pude detenerme mucho.

Ayamonte, Isla Cristina, Islantilla. Localidades onubenses de mucho apartamento y urbanización. Pero antes del verano hay aún poco turista, y me pienso aprovechar. Duermo en un casi vacío camping entre las dos últimas, a 300 metros de la playa, y compruebo que esos 6 ó 7 kilómetros de tregua urbanística realmente están muy bien: no hay apenas edificios, solo una franja de unos 200 metros compuesta por tres sectores sucesivos y complementarios: pinar sobre suelo arenoso, dunas cubiertas mayoritariamente de retama blanca, y playa de arena fina, ancha y larga.DSC_0312

Por si fuera poco, cruza parte de este espacio una senda de pequeño recorrido, el PR-131, llamado promocionalmente ‘Senda del Camaleón’. Es un nombre ilusionante para mí: habitualmente no lo tengo en mente, pero este pequeño saurio es una de las criaturas más fascinantes de la creación. Y, por lo visto, aquí los hay. Merece la pena dedicar una jornada a tratar de encontrarlo.

A mí me parece un prodigio de animal. El más extravagante de los guionistas de ciencia-ficción jamás habría inventado algo así; más bien, su existencia real habrá inspirado a unos cuantos. Si estamos acostumbrados al ruido de la hierba seca cruzada como un rayo por las lagartijas, este otro reptil es opuesto a eso, es el paradigma de la parsimonia. Casi siempre subido a una rama merced a esa cola prensil, digna de mono, y a esas manos dispuestas como tenazas, avanza con una prudencia absoluta, como dándole trascendencia a cada paso.DSC_0297

Este tranquilo e imposible ser subsiste únicamente en puntos mayoritariamente costeros y salvados de la especulación de todo el Mediterráneo y alrededores: la costa del norte de África, Próximo Oriente, Grecia y sus islas, Sicilia… y el sur de la Península Ibérica, desde el vecino Algarve portugués hasta Murcia, pero sobre todo en las cinco provincias costeras andaluzas: Huelva, Cádiz, Málaga, Granada y Almería. Vive casi siempre entre las dunas y sus bosquetes anexos. O sea, como lo que contemplo a unos pasos del camping.

 ¿Cómo se busca un camaleón?

Lo bueno de improvisar es la libertad, lo malo que las preguntas más básicas pueden asaltarte por no haberte preparado las materias. Situado en el panel que da inicio a la senda, la de hoy es clara: ¿y ahora qué…? Miles de pies de retamas y aciculadas ramas de pinos ocupan los siguientes kilómetros hasta Islantilla. Caminar mucho importa poco esta vez, y deduzco que hay que ser lento, como mi objetivo, y salvar la impaciencia y la tendencia al despiste para transformarlas en minuciosidad...

El panel sugiere también que la mejor época es el celo, entre julio y septiembre, cuando los camaleones se muestran más activos y su piel es más oscura y llamativa. No es el caso. Al final, soy consciente de que el pajar es enorme y la aguja ha llegado hasta nuestros días precisamente confundiéndose con la vegetación, haciendo del pasar desapercibido un arte. Y mejor así, porque otra de sus grandes amenazas es que cae tan bien que demasiados humanos que se topan con él sucumben a la tentación de llevárselo a casa, un desastre para la especie.DSC_0295

 Por otro lado, lo del cambio de color –otra propiedad casi extraterrestre- es cierto pero con matices: no es a voluntad, sino que depende de temperatura, estado de ánimo o, en época reproductiva, el sexo de quien tienen delante… Aún así, cualquiera de las coloraciones no extremas se parece peligrosamente a su entorno. Otro obstáculo para el improvisador.

 Así pasan los minutos, y las horas. Observando, observando cada planta, de cerca, desde diversas perspectivas. Sin resultados, pero albergando esa emoción que produce el saber que la pequeña joya (30 cms. máximo) puede dejarse ver en cualquier momento. No es lo mismo internarse en un robledal de cualquier parte que hacerlo en uno del occidente asturiano, donde, quién sabe, la lotería natural te puede regalar un oso pardo, aunque sea eso, una lotería. Aquí, junto a la brisa marina onubense, el camaleón puede estar a la vuelta de la mata.

 Enemigos por tierra y aire.

El reptil no aparece. Sí hay muchos conejos y sus gazapillos, nerviosas lagartijas, vencejos que van y vienen, gaviotas que se dirigen al mar, mirlos que montan la escandalera cuando te aproximas, y bastantes grupos de los inteligentes rabilargos, esos córvidos de cabeza negra, dorso marrón y cola azul y… larga, claro. Salsean aquí y allá, buscando quién sabe qué. Oportunidades, porque son auténticos buscavidas. Pero siempre dan movimiento al paisaje.

 A medio camino entre Isla Cristina e Islantilla me topo con una edificación de alegres paredes en blanco y añil. Es la ‘Casita Azul’, nada menos que el ‘Centro de interpretación la Naturaleza’ isleño. Aquí podrán orientarme, quizá. Está absolutamente vacío de gente, salvo el chico que lo cuida, y lo primero que encuentra el visitante es la reproducción de un camaleón a gran escala. En cuanto se levanta, señalo al magnífico bicho verde y moteado.

 - ¿Qué hay que hacer para ver uno de estos?

 Responde inicialmente con un meneo de cabeza, casi demostrándome su compasión. Y a continuación confiesa, con marcado acento local: “Es difícil. Está casi extinguido” (y le han hecho una senda y un centro de interpretación, pienso yo). ¿Por qué? “La gente se los lleva”, así que “casi mejor que sea difícil encontrar los pocos que quedan. Y además, estos últimos años hay un montón de estos pájaros, que nadie los controla, que se los comen”. Señala la foto en un folleto: es un rabilargo de esos que proliferan fuera. Y rapaces, sus enemigos naturales, no he visto casi ninguna, más allá de un remoto milano negro.

 Ya prácticamente agotada la jornada de búsqueda, sabiendo casi al 100% que no habrá resultados, odio por un rato a los dicharacheros cuervos. Un poco más si cabe, aunque no tienen culpa, porque pienso que no son ‘de aquí’: el rabilargo tiene una de las más extraordinarias distribuciones geográficas de todo animal planetario, pues solo existe en nuestra Península y ¡el Lejano Oriente asiático! Leí en su día que en tiempos renacentistas los navegantes portugueses los trajeron como mascotas desde sus exóticas colonias. Tiene, ciertamente, un aire a acuarela japonesa. Y ahora se come a nuestros pequeños dragones…

 Prejuicios (algo) rotos.

Sin embargo, una vez más el equivocado era yo. Ya en casa, me encuentro con que mis conocimientos estaban alterados, desactualizados. Leo sobre el rabilargo que un fósil de 40.000 años encontrado en Gibraltar (mucho antes de cualquier navegante portugués por Asia) demuestra que ya existía aquí. Y que los análisis genéticos confirman que prácticamente los rabilargos ibéricos y los orientales son realmente especies diferentes, separadas hace como poco 1 millón de años al emigrar la especie hacia sureste y suroeste, empujadas desde un núcleo común por las glaciaciones. Por lo tanto, es ‘de aquí’.DSC_0301

 En cambio el camaleón común, el único representante europeo de las 160 especies que hay en el mundo (África, sobre todo, y también Asia), no es perfectamente autóctono: habría sido traído del otro lado del mismo Estrecho de Gibraltar por los navegantes fenicios, en épocas prerromanas. Pero solo le hacía falta ese puente, porque el hábitat que encontró era el mismo en la costa norte del ‘Mare Nostrum’, y se adaptó rápidamente. No vino antes por no saber nadar en aguas abiertas…. Mucho más recientemente, parece que los militares españoles los traían también del norte de África a zonas como Cartagena (Murcia), y ahí quedaron, porque el entorno también era similar.

 Hete aquí que nuestro pájaro amenaza en Isla Cristina al reptil introducido… Aunque en este último caso haga tanto tiempo que sea también de la casa por derecho propio. Su escasez y rareza en todos los sentidos lo convierten en otro tesoro de la fauna ibérica.

 En cuanto al camaleón: mi pasión sigue intacta. Otra vez será. Y para el rabilargo: lamento el malentendido.