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Salto Ángel: Historia de un sueño cumplido

Por Óscar Reyes. Noviembre de 2022

No hay duda. Venezuela posee una porción privilegiada del extraordinario inventario de paisajes y ecosistemas del planeta. Su situación en el cinturón intertropical y el hecho de participar de las tres zonas geográficas americanas, la andina, la caribe y la amazónica, regalan a su territorio una diversidad, una riqueza ambiental y una belleza abrumadoras. Entre sus formidables tesoros destaca un lugar único, el principal atractivo turístico del país: el Salto Ángel en el Parque Nacional de Canaima, la catarata más alta del mundo.

Lo que aquí cuento es la culminación de un sueño que se planteó hace mucho tiempo, una aventura que acabó convirtiéndose en casi una obsesión.

Cronología de una obsesión

Grandes dosis de ilusión no son suficiente. Para convertir una meta en realidad se necesitan, además, empeño, esfuerzo y algo de fortuna en el camino.

Como si de una ancestral tradición oral se tratara, el Salto Ángel llegó a mí por primera vez hace relativamente poco, unos 10 años, a través de conversaciones entre compañeros de trabajo que contaban haber estado allí hacía tiempo. Por unanimidad, “un sitio increíble”, aseguraban.

La curiosidad me llevó a hurgar en internet y en aquellas primeras búsquedas, además del inevitable asombro ante la belleza de las imágenes, me inquietó la escasa y confusa información sobre cómo llegar hasta allí. Apenas un enredo de datos muy desactualizados que, sumado a la subjetividad del rastro de algún viajero en el pasado, dejaban demasiado margen a la imaginación y avivaban el misterio de un lugar remoto.

Un episodio inesperado y significativo tuvo lugar unos años después, allá por 2014. Una oportunidad de oro se frustró por muy poco. Una tripulación con servicio a Caracas, entre los cuales estaba Jorge, uno de mis mejores amigos de la aerolínea, había organizado la excursión a Canaima a través del contacto de uno de los pilotos. En las mismas fechas, yo tenía un vuelo a Salvador de Bahía que intenté cambiar por activa y por pasiva con los compañeros no interesados en hacer esa excursión, pero al final no pudo ser. Mi gozo en un pozo. Aquella decepción, sin embargo, no hizo otra cosa que acrecentar mis ansias por volver a intentarlo.

A partir de entonces, me lo tomé más en serio. Compré la guía Sudamérica para mochileros de Lonely Planet, exploré en Google Maps y empecé a leer artículos en prensa de viajes para documentarme y recabar datos útiles acerca de cómo planificar el viaje. Y cuanto más sabía, más aumentaban mis deseos de conocer esa privilegiada zona de la Tierra.

Pedro

Pasaron los años y en diciembre de 2019 se produjo un acontecimiento que lo cambió todo. Un antes y un después. Conocí de manera fortuita en un avión a Pedro, un venezolano de origen español con quien propicié un contacto que terminó en una relación de amistad, que todavía perdura y que cuento en este relato. Ese primer encuentro, pero sobre todo el viaje que hice posteriormente a Venezuela en marzo de 2020 para reunirme con él y su familia, me proporcionaron la confianza necesaria para enfrentar la pésima y justificada fama de inseguridad que padece el país sudamericano y con su apoyo, me sentí definitivamente preparado.

Carlos, ¿te vienes?

Aunque en ningún momento supedité mi viaje a Venezuela a ir acompañado, admito que lo prefería por seguridad y a posteriori, me felicitaré enormemente por la compañía. Lo cierto es que Carlos tenía todas las papeletas. Es amigo, viajero empedernido como yo y con disponibilidad en la época de mis vacaciones, así que no se lo piensa dos veces cuando le propongo mi plan para mediados del pasado mes de noviembre. La fecha también responde a un criterio climatológico ya que las cascadas en esa zona se despeñan impetuosas tras la época de lluvias, entre los meses de mayo y el mes elegido. Todas las piezas van encajando.

El precio justo

Desde el principio, Pedro pone a nuestro servicio su enorme poder de influencia para resolvernos la gestión de los pasajes a Canaima, el alojamiento y todo lo necesario para que nuestra experiencia sea VIP. Insiste incluso en pagarnos un sobrevuelo en avioneta, que amablemente acabo desestimando. Cuando comunico con sus contactos, investigo su plan y lo traduzco a números me doy cuenta de que los precios se han multiplicado en los últimos años por la inflación y la devaluación del bolívar y el presupuesto nos resulta desorbitado. El orgullo del mochilero experimentado se opone a pagar casi 300 dólares por cabeza y noche, excursiones aparte, por muy lujoso que sea el hospedaje.

A partir de entonces, Carlos toma las riendas para encontrar una alternativa que se adecue a nuestros recursos financieros. Despliega su formación en psicología y marketing, además de su amplia trayectoria en la reputada Carlson Wagonlit Travel, empresa que gestiona viajes de negocios, para contactar con los 13 alojamientos ubicados en Canaima y empezar a negociar con ellos. Su estrategia consiste básicamente en conseguir condiciones especiales con el pretexto de ser ambos “expertos en el campo del turismo” que vamos a prospectar la zona con la idea de formar una pequeña agencia local para enviar a turistas mochileros europeos que buscan un producto más abierto, con más poder de decisión para diseñar una experiencia de viaje más personalizada. Él, por supuesto, es el especialista en agencias de viajes mientras que yo aporto mi amplia trayectoria en aerolíneas.

En las comunicaciones con los responsables, Carlos analiza meticulosamente las carencias de los campamentos en la gestión de la información en redes, entre otros aspectos susceptibles de mejora y a estos les resulta tan interesante el intercambio de conocimientos, que el día que llegamos somos recibidos casi con la pompa propia de autoridades expertas. Menudo crack!

Canaima, por fin

El vuelo de la aerolínea Conviasa procedente de Caracas se desarrolla sin incidencias y el 13 de noviembre sobre las 9:00h aterrizamos, por fin, en el pequeño aeropuerto de Canaima, felices por haber visto desde el aire los primeros tepuyes.

Allí nos espera, paciente, el conductor que nos lleva a nuestra primera cita, el campamento Parakuná que, junto al Tepuy Lodge, son los dos alojamientos resultantes de aplicar el filtro de oferta más económica. Con precios muy similares, la idea ahora es visitarlos antes de tomar la decisión final.

El camión transporta a sus dos únicos ocupantes por caminos sin asfaltar hasta la recepción donde nos espera la amable encargada, que nos invita a café, nos cede la clave wifi y nos lleva a hacer un tour por las instalaciones, sorprendentemente vacías, para ofrecernos el apartamento que más sea de nuestro agrado. Las atenciones y la impresión son muy buenas y nos despedimos del Parakuná agradecidos, comprometiéndonos a darles una pronta respuesta.

Tepuy Lodge

El Tepuy Lodge se encuentra al otro lado del pueblo, así que la excusa nos brinda el primer paseo siguiendo el camino de tierra que se abre paso entre las edificaciones, dispersas de modo anárquico en un entorno dominado por árboles y vegetación. Un supermercado principal a la izquierda y más adelante una coqueta iglesia estratégicamente ubicada en una explanada, parecen ser, ambos, centros cívicos importantes del tranquilo lugar.

Nos dirigimos a uno de los pocos campamentos situado a orillas de la bella Laguna de Canaima, uno de los atractivos principales de la zona y al llegar, Luis nos recibe con una sonrisa, nos invita a café y galletas y nos conduce al restaurante desde cuya terraza podemos charlar viendo el agua por primera vez.

En los días previos, Carlos ha pactado con la jefa, Caterine, una cantidad que es susceptible de mejora y ahora, como ella no está, hay que cerrar el precio definitivo con el chico intermediando telefónicamente. Hábilmente, Luis nos acompaña a la laguna mientras nos explica las condiciones de la pensión completa y el programa de excursiones incluidas, en las que él va a ser nuestro guía. Y allí, maravillados por las vistas desde la playa, cuando termina la conversación, la decisión ya está tomada. Nos aceptan la oferta y seremos los únicos huéspedes del Tepuy Lodge en los próximos cuatro días. La destreza y la capacidad de persuasión del que será nuestro guía, han resultado determinantes.

DÍA 1: Salto del Sapo y Salto del Hacha

Al llegar a Canaima, el visitante es secuestrado por la certeza de hallarse ante un escenario como pocos en el mundo, a la experiencia de una revelación contradictoria de sutil y monstruosa potencia de los elementos de la naturaleza. El poder del agua se representa ante nuestros ojos con el Carrao, imponente en su camino hacia el poderoso Caroní, río más importante que recorre la Gran Sabana, en dirección al Orinoco. Esta vasta extensión de terreno (10 820 km2) es la más icónica del inmenso Parque Nacional de Canaima (30 000 km2) uno de los más grandes del planeta y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994.

Laguna de Canaima

Desde la playa de la laguna, cuya agua es de un curioso color anaranjado producido por la alta concentración de taninos de plantas y árboles en descomposición, se divisan tres palmeras, una serie de vigorosas cascadas y al fondo unos tepuyes que completan la postal.

Después del delicioso almuerzo, no hay tiempo que perder. Hacemos el check in, cada uno en un apartamento doble, en línea con el tratamiento exclusivo ofrecido, Luis nos da instrucciones sobre la indumentaria que necesitaremos y nos embarcamos en una curiara, típica embarcación indígena, hacia los saltos situados frente a nosotros. Empieza la acción!

El paseo consta de una navegación corta por la laguna hasta la isla Antolli y desde allí realizamos una pequeña caminata hasta llegar al Salto del Sapo donde disfrutamos del inmenso espectáculo de toneladas de agua que, al caer, producen un ruido estruendoso.

De allí, tras subir unas escaleras rudimentarias, llegamos a la entrada de la mágica cascada del Hacha con más de 20 metros de longitud, la cual atravesamos por la hendidura entre la pared de piedra y la impresionante cortina de agua.

Es una auténtica gozada y la experiencia saca al niño juguetón que llevamos dentro.

Más relajados, seguimos la caminata, bordeando la parte alta de los saltos hasta llegar a un mirador con vistas espectaculares. Desde esa nueva perspectiva, la grandiosidad del vergel se abre ante nosotros invitando contemplarlo en silencio. La visión sonora del agua junto a los tepuyes, esas misteriosas mesetas de piedra arenisca de extraordinaria belleza que emergen a lo lejos en la selva, nos hacen sentir insignificantes. Son las formaciones geológicas más antiguas del planeta, cuyo origen data del Precámbrico, y sus cumbres han sido singularmente cinceladas por el paso del tiempo. En ese instante nos declaramos tepuy-fans para siempre y Carlos se adjudica uno favorito, el tepuy de la Abuela.

DÍA 2: Ascensión al Tepuy Kuravaina y chapuzón en el pozo azul

El plan para el segundo día es también muy sugestivo, sobre todo para quienes somos amantes de los trekkings en la naturaleza. Si hay que caminar, ¿qué mejor que subirse a un tepuy y disfrutar las vistas desde la cima? En el desayuno, Luis nos pregunta si no nos importa que su mujer, Jessica, venga con nosotros y a nosotros nos parece una idea estupenda. Al fin y al cabo, la muchacha se ha ganado ya nuestra simpatía mientras nos atendía con las comidas y el intercambio cultural siempre es enriquecedor.

Luis tiene 27 años y es indígena pemón, oriundo de Canaima, y ella, algo más joven, es de Mérida, y ambos tienen una hija preciosa de unos 2-3 años que se pasea a veces curiosa y otras indiferente ante la presencia de los forasteros.

Los cuatro nos dirigimos por carretera hacia la parte alta del pueblo hasta llegar a un rústico punto de embarque, donde hay varias curiaras amarradas. Una de ellas nos lleva, río arriba, hasta la zona desde la que iniciaremos el paseo.

Durante la navegación por el Carrao, río de típicas aguas negras en cuyas orillas abunda las palmeras Moriche, se divisan el imponente  tepuy Kusari y, mi favorito, el Kurún-tepuy (1.350 metros), cuyo perfil clásico es visible desde prácticamente toda la región de Canaima.

A desembarcar, con los tepuyes gobernando a nuestra derecha y bajo un sol cada vez más severo, caminamos por un llano sin vegetación hasta llegar a un bosque donde pronto hacemos una parada para refrescarnos.

 

Futuro cacique

La poza es una maravilla y lo mejor es que estamos solos. Evidentemente, los guías se coordinan para no coincidir en las localizaciones más concurridas y Luis hace lo propio para que nuestra visita sea absolutamente exclusiva. Lo cierto es que la buena impresión inicial se ha multiplicado en el poco tiempo compartido y el chico, a pesar de su juventud, nos sorprende por el grado de competencia. Indígena de varias generaciones, muy conocido y apreciado en la comunidad de Canaima, nos cuenta que en el pasado su tío fue cacique, máxima autoridad pemona, y que con su labor ayudó a preservar este paraíso. Su máxima ilusión sería poder coger el testigo algún día y Carlos y yo estamos seguros de que su sueño se hará realidad. Su vocación se plasma en entusiasmo y conocimientos, que demuestra con gran cantidad aportaciones muy interesantes de historia, geología, vegetación y fauna de la zona y todo ello hace que la experiencia para nosotros sea muy valiosa. Un joven sabio que habla por los codos!

Después de refrescarnos, reanudamos la marcha ascendiendo progresivamente los casi 500 metros de desnivel hasta la cima y observamos por primera vez, a nuestras espaldas, el Auyán-tepuy. Su visión, aunque a lo lejos, nos anticipa emociones que vendrán tan solo unas horas después.

Las increíbles vistas del tepuy-Kurún desde la cima del Kuravaina evocan paisajes inventados. No es de extrañar que Conan Doyle encontrara en Canaima la inspiración para su “Mundo Perdido”.

De nuevo, la ventaja de ser un grupo reducido hace que podamos permanecer allí arriba el tiempo necesario, merendando y disfrutando del espectáculo y la compañía, sin prisas.

El cura de Canaima

Ya de vuelta en el pueblo, Carlos y yo decidimos visitar la iglesia, y allí sumamos una tremenda anécdota. Si ya los primeros pobladores documentados de la Gran Sabana, además de los pemones, resultaron ser los misioneros capuchinos catalanes a finales del siglo XVIII, resulta que el cura de la iglesia de Canaima en la actualidad es también catalán. Departiendo con él, en su lengua materna, Xavi Serra me cuenta que lleva más de 30 años en Venezuela y que en uno de sus viajes a España conoció a Bárbara, una compañera de mi aerolínea. “No me digas que no es una coincidencia bárbara!” le escribí a ella por WhatsApp junto a una foto de ambos.

DÍA 3: Salto Ángel. Ida y pernocta

En la vida todo llega, todo pasa y todo cambia. El día que he estado esperando durante tantos años ya está aquí y, curiosamente, la noche que le precede, he podido dormir a pierna suelta a pesar de los nervios y la emoción. Menos mal, porque en la próxima no contaremos con la comodidad de una cama doble con almohadas. Tras el desayuno, regresamos al mismo lugar donde embarcamos ayer aunque, esta vez, el despliegue de logística nada tiene que ver. Ahora nos acompaña el personal que se encarga del transporte de los víveres necesarios para pernoctar en el campamento Isla Ratón, el más cercano a la catarata.

Aunque para llegar a ese punto, antes hay que emprender una navegación por el río Carrao, que es un auténtico desafío. Nos separan al menos cinco horas de travesía en curiara durante la cual, lo más difícil, será mantener un sincronizado equilibrio en la angosta embarcación, para evitar que esta voltee y naufraguemos en aguas de bajísima temperatura y rapidísimo caudal.

Rafting con curiara

Sentados estratégicamente en la embarcación para compensar el peso, ataviados con chalecos salvavidas y bolsas estancas para resguardar los teléfonos móviles, iniciamos la aventura a contracorriente. La tripulación la forman una persona encargada de la proa, siempre con la vista al frente y otro en la popa, que maneja con pericia el motor, ambos perfectamente sincronizados para sortear las piedras en los tramos de poca profundidad. Se nota que conocen el recorrido como las palmas de sus manos. Aproximadamente una hora después de zarpar hay que bajar de la curiara para salvar un trayecto a pie de unos 45 minutos. Nos advierten que es una medida preventiva que han puesto en práctica recientemente porque los rápidos en esa parte del río son tan violentos que han provocado varias muertes.

La inmensidad del Auyantepuy

Poco después de reemprender la marcha, del lado derecho, se aparece por primera vez el coloso. Al encontrarse con el sentido de la palabra inmensidad frente a las paredes del Auyantepuy, uno tiene la certeza de ser partícipe de una naturaleza extraordinaria, de compartir la vida de un trozo privilegiado de la corteza terrestre, tallado por milenios de interacción entre sus partículas elementales. Habíamos leído acerca de sus dimensiones: 2.535 metros de alto y 700 km2 (el doble que la superficie de toda la Sierra de Guadarrama) pero nunca imaginamos semejante apariencia. Pasan los minutos, las horas, navegando río arriba y siguen emergiendo paredes del lado derecho y del lado izquierdo. ¿Cómo puede ser? De las crestas irregulares, se precipitan decenas de cataratas que se forman tras las lluvias. Es una visión casi fantasmal, que te deja sin palabras.

La segunda vez que nos apeamos de la curiara es para estirar la piernas y reponer fuerzas en Isla Orquídea, llamada así por las muchas flores de esa bella especie que en ella crecen. Allí, en la playa, semienterrado en la arena, me encuentro el trozo del remo de una curiara, con el mango intacto, que será el souvenir que viajará conmigo de regreso a España.

Al retomar la travesía, cuando parecía que el río nos iba a dar un respiro, la tripulación se ve obligada a dirigir la embarcación por entre dos enormes piedras con las que evitamos colisionar por muy poco con la ayuda de Luis, que interviene a tiempo con sus propias manos. Tan pronto como nos recuperamos del susto, nos adentramos en el valle del río Churún y en pocos minutos, a lo lejos, la vemos por primera vez.

Éxtasis

Ahí está, con sus casi mil metros de altura, el formidable Kerepakupai Merú, “salto del lugar más profundo” o Salto Ángel, por el aviador norteamericano, James Angel, a quien se le atribuye la noticia de su existencia tras estrellar su avioneta en la cima en 1937. La principal razón por la que hemos venido a este lugar del mundo.

Es un hecho, el mundo no está bien organizado. El grave delito radica en el mal reparto del patrimonio y el difícil acceso de algunos de los mayores tesoros de la Tierra. Aunque bien pensado, gracias a ello, la huella humana no ha desbaratado todavía ese bendito desorden.

Cuando desembarcamos, muy excitados, el plan es subir a contemplar la cascada más de cerca, desde sus miradores, y para ello hay que atravesar una senda en mitad de la selva, cuyo recorrido es igualmente fabuloso. Carlos, con buen criterio, sugiere que hagamos el paseo en silencio para favorecer la conexión e, imbuidos, emprendemos la marcha moviéndonos sigilosos a través de la espesura vegetal, hasta oír el murmullo, creciente a cada paso, que nos conduce hacia la privilegiada atalaya. Al llegar, es imposible no emocionarse frente a semejante manifestación de grandeza. Embobados, nos fundimos en un abrazo y pasamos un buen rato contemplando y registrando el momento con las cámaras. Podríamos perfectamente pasar un día entero sin apartar la vista de la catarata. Tal es su fuerza de atracción.

A continuación, iniciamos la trepada que nos lleva al llamado mirador de los Japoneses, en su costado derecho. Desde allí, cual regadera, la cascada nos rocía con infinitas gotas de agua que caen desde lo alto y la nueva panorámica nos permite maravillarnos igualmente ante al espectacular Cañón del Diablo. Observándolo desde ahí, se comprende por qué es tan inaccesible que, hasta la fecha, posee varias zonas a las que nadie ha llegado.

Para culminar y lograr con ello la completa comunión con las aguas celestiales, descendemos a continuación hasta la poza que se forma un escalón más abajo del rompiente del salto y nos zambullimos en ella, dichosos.

DÍA 4: Salto Ángel. Vuelta al mirador y regreso a Canaima

La incomodidad de la hamaca, sumada al sonido, por momentos atronador, de la lluvia que no ha parado de caer en toda la noche, apenas me han dejado dormir. Además, casi despierto a Carlos de un sobresalto al caerme torpemente en la oscuridad, cuando me tumbaba de nuevo en la hamaca al volver de mear. Falta de costumbre, supongo.

Con los primeros rayos de luz, todavía tumbados en la hamaca, contemplamos un amanecer para el recuerdo. La cima de la catarata se despierta escondida tras las nubes regalándonos una imagen desconocida e igualmente majestuosa. El tamaño es tan descomunal que pone en entredicho la lógica de las matemáticas. ¿Cómo puede alcanzar esa magnitud si estamos a cinco kilómetros de distancia? También desde aquí es imposible dejar de mirarla.

Agüita!

Como no regresamos a Canaima hasta después del almuerzo, disponemos de toda la mañana allí, para dedicarla a lo que nos plazca. Carlos prefiere relajarse en el campamento y yo, que quiero exprimir a tope el tiempo que me queda, decido cruzar el río y subir de nuevo al primer mirador. Luis me ve tan decidido que no intenta disuadirme y me acompaña, a pesar de que la gran cantidad de agua caída en la noche ha variado ostensiblemente la fisonomía del lugar.

El caudal del río exige ahora improvisar otro sitio más inestable para desembarcar, ya que el otro ha desaparecido por la crecida. En cualquier caso, el problema se presenta sobre todo horas después, de regreso del mirador, cuando la curiara no puede venir a recogernos porque, en ese impás, la situación ha empeorado todavía más. Entonces, desde la orilla, Luis me pregunta si sé nadar bien y le respondo afirmativamente, pero un tanto inquieto porque no tengo claro qué trama exactamente. Me dice que quiere tirarse al río y dejarse llevar por la fuerte corriente, a la par que nada hacia la otra margen para, desde allí, seguir caminando hasta el lugar donde podrán venir a por nosotros. Y quiere que yo haga lo mismo, pero solo unos instantes después para que no haya mucha distancia entre los dos, por si pudiera necesitar ayuda. Le pregunto si debo quitarme las zapatillas, me dice que no y me advierte que tengo que tirarme boca arriba, con las piernas por delante y levantadas para no golpearme contra las piedras.

Estoy todavía evaluando la idoneidad de la maniobra cuando veo que Luis se aproxima a la orilla con la intención de tirarse, sin someter su plan a una segunda reflexión. Y se tira. Y yo me tiro detrás. Tras unos segundos interminables a merced de las aguas torrenciales y con un subidón de adrenalina considerable consigo llegar a la otra orilla donde debo agarrarme fuertemente de su brazo para frenarme y poder salir. Lo hemos conseguido!

Despedida

Al día siguiente, en la despedida, muy contentos por todo lo vivido, mostramos agradecimiento a todo el equipo de Tepuy Lodge y en especial a Luis por las atenciones recibidas en unos días que vamos a recordar para siempre.

No sabemos si volveremos en un futuro a la Gran Sabana, pero es indudable que la belleza y el misterio de estos paisajes en los que se atestigua la historia del planeta se instalaron en nuestro espíritu y nos sumergieron, por un tiempo, en ese extraño estado de ánimo que embarga a los seres humanos ante las enigmáticas manifestaciones de la naturaleza.