El estridente pitido del detector se elevaba sobre la voz aguda del niño llamando a su padre. Éste acudió raudo a su encuentro pala en mano.
- Ojalá sea un casco – deseó el chico sin poder contener la emoción mientras su padre se afanaba en horadar aquel viejo cerro – O mejor, una espada de antenas.
Pero no tardó la desilusión en instalarse en su rostro infantil cuando de la tierra emergió una fíbula de bronce.
- Aún hay más – informó el padre al escuchar el chasquido de una vasija funeraria al romperse. De pronto, sintieron como retumbaba el suelo bajo sus pies. Y al elevar la mirada descubrieron una enorme nube de polvo que se dirigía amenazante hacia ellos.
- ¡Son guerreros celtíberos! – exclamó el niño, presa del terror.
Entonces, el padre recordó lo que se decía acerca del castigo para aquellos que osan importunar el descanso de los muertos y como alma que lleva el diablo, regresaron al coche para dejar atrás aquel yacimiento.
Mientras, los participantes de la recreación histórica, unos a caballo y otros a pie, daban por finalizada su pequeña exhibición, recibiendo tanto los aplausos del entregado público asistente como unas merecidas caelias.