El mar tiene ese nosequé, que vas, te metes, te dejas envolver, te pones a hacer el muerto y dejas de escuchar nada y te pones a mirar el cielo. Y ya está.
Hay épocas en las que uno está más receptivo a dejarse mojar y perderse dentro de lo grandísimo de las olas para luego volver a encontrarse y redecirse hola. Porque, si dejas de conocerte, mejor que montar un drama por lo perdido, igual mejor celebrar lo encontrado y saludarse educadamente a la nueva versión de uno mismo.
Y te dices: ¡hola! Y te preguntas: ¿Qué será ahora?
Total, que ahora que te han liado, se te viene la noche encima, y tú con estos pelos. Pero como dijo aquel, al final de la vida hay que llegar en reserva, derrapando, con cara de velocidad y habiéndose amortizado bien.
Y tú dices: Esta va a ser épica.
Si una cosa sabes es que, salvo el día del fin del mundo, por la mañana siempre sale el sol. Y sale. Y tú en la orilla con toda tu resaca, los picores de lo salao que eres y la arena que se te mete por la gomilla de los gayumbos, más feliz que el copón y optimista del carajo.
Y dices: Sigo siendo el rey aunque no tenga reino.
- Yo no.