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La teoría de las Inteligencias Múltiples

Durante prácticamente el total de la historia educativa de este país, los alumnos se han dividido irremediablemente en: buenos y malos; los de sobresaliente y los que suspenden; los que tienen buenas medias y los que condicionan su futuro y su vida porque no han llegado a la nota de corte exigida. De tus puntuaciones finales dependen la carrera que puedes elegir, la beca que te dan o no, incluso el poder acceder a un puesto de trabajo o no. De esta manera, es muy complicado que la evaluación forme parte del proceso de enseñanza- aprendizaje –como pretenden las corrientes pedagógicas más innovadoras- y se convierte, desgraciadamente, en un fin en sí mismo, el fin más importante de la educación.

Uno de los grandes problemas del sistema de evaluación de la educación española es que se centra en analizar la adquisición de conocimientos de los alumnos, basándose solo en un tipo de inteligencia muy concreta. Valoramos si se han aprendido, palabra por palabra, el discurso que aparece en los libros –o que los docentes hemos recitado en clase-, sin apenas pensar si éste tiene aplicación práctica y útil para los alumnos, o sin ni siquiera plantearnos que lo hayan comprendido. Es más, damos por válido ese discurso institucionalizado –a través de la editorial de turno-, y ni siquiera nos planteamos, ni facilitamos a los alumnos que lo hagan, analizarlo desde una perspectiva más crítica. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en los libros de historia, escrita siempre por los vencedores, que memorizamos a pies juntillas sin ni tan siquiera pensar en contrastar una mínima parte de ella.

Es cierto que en el planteamiento educativo por competencias básicas, introducido en la LOE en 2006, hace referencia a la teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner: Así, la competencia en comunicación lingüística representaría la inteligencia lingüística, o la competencia en Conocimiento e interacción con el mundo físico, a la inteligencia naturalista. Sin embargo, a la hora de ponerlo en práctica seguimos anclados a un sistema de aprendizaje –y por lo tanto de evaluación- tradicional, o como denominaría Freire, bancario, memorístico.

Tenemos que ser conscientes de que educar a los niños no supone instruirlos en una serie de materias concretas. Debemos ir más allá, debemos prepararlos para la vida, para vivir en sociedad, comprenderse a sí mismo, a los demás, expresarse utilizando el lenguaje que mejor domine –muchas veces, una imagen vale más que mil palabras. O un gesto, o un sonido-. No todos somos iguales, sin embargo el modelo educativo actual nos corta a todos por un mismo patrón, y el que se sale del patrón es tachado de incompetente y expulsado del sistema. Y, sin embargo, sacar las mejores notas no nos garantiza estar preparados para la vida adulta. No siempre el más brillante es el que saca mejores notas, ni al contrario.

La historia está repleta de casos de auténticos genios que fracasaron durante su época escolar. Y es que no solo se es un genio con una cartilla de notas repleta de matrículas de honor. También están los artistas plásticos, musicales, interpretativos. O los que saben interpretar y manejar sus emociones y sentimientos, y los de los demás, a la perfección. O los que se relacionan con su entorno natural de forma prodigiosa. Todas ellas, formas de entender el mundo tan válidas como el que se aprende el libro textualmente, solo por conseguir ese tan ansiado 10.

Debemos superar este anquilosamiento educativo, ir más allá, escuchar a los alumnos, porque ellos mejor que nadie conocen lo que está fallando en este tan criticado sistema español. Y entenderlos, con todos sus puntos de vista, sus distintas interpretaciones de la vida, cada una de ellas tan válidas como las demás.