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Guardaviñas en Alcubilla de Avellaneda: 24 horas evitando daños y hurtos en los viñedos

Pasaba allí las 24 horas de casi cuatro meses vigilando los viñedos de los demás, pero él también era vigilando. Un concejal registraba las alforjas de su mujer cuando se acercaba a llevarle la comida con el fin de que no volviera con un racimo de uvas a su casa
Guardaviñas en Alcubilla de Avellaneda
photo_camera Guardaviñas en Alcubilla de Avellaneda

Las 24 horas del día durante casi cuatro meses, cuando la uva empezaba a tomar color, desde junio, hasta su recolección, en octubre, en una choza de piedra de 60 centímetros de grosor y 130 de altura. Era la figura del guardaviñas con el cometido de vigilar, incluso escondido, que nadie, ni personas ni animales, entrasen en los viñedos que tenía encomendado cuidar. El nombramiento de este jornalero, al menos en el caso de la localidad soriana de Alcubilla de Avellaneda, se decidía en una reunión general de todos los vecinos, otorgándose el puesto al que había realizado la postura más baja.

Pero a pesar del consenso tampoco se fiaban mucho de esta persona a la que le encargaban el cuidado de sus viñedos y de su sustento, ya que en ocasiones iban a la casa de los familiares del guardaviñas para comprobar que estos, normalmente la mujer, no se llevaba racimos a casa cuando se acercaba hasta la choza a llevarle la comida. Una 'vigilancia del vigilante' que corría a cargo de los concejales y que, en ocasiones, registraban las alforjas o las talegas de la mujer del guardaviñas.

El guardaviñas era la choza de piedra revocada de barro arcilloso, tanto en el interior como en el exterior, generalmente de planta circular y falsa cúpula, que utilizaba el viñadero, guarda contratado para vigilar las viñas desde que maduraba el fruto hasta finalizar la vendimia. 

La choza se construía realizando una pared vertical que a partir de un punto se iba cerrando poco a poco en círculo a medida que ascendía, hasta culminar en un solo sillar que cerraba la construcción.

Una edificación perfectamente integrada en el paisaje y cuya función se desempeñó hasta el año 1950, cuando se perdió esta tradición de guardar las viñas, desapareciendo a su vez la figura del viñadero y reconvirtiéndose el chozo en refugio. Alcubilla de Avellaneda contaba hasta seis guardaviñas de los que se mantienen tres, y es solamente una la que fue restaurada en 2007 y puede visitarse para colarse por su pequeña puerta de 90 centímetros de alto y 55 de ancho y hacerse una idea de las horas que aquellos jornaleros pasaron entre aquellas paredes redondas y arcillosas sin más ocio que observar hectáreas de viñedos.

Unas intensas jornadas laborales en unos pocos metros cuadrados que tenían una recompensa económica, sobre 1870, de unas 20 pesetas (doce céntimos en la actualidad) por temporada (unos cuatro meses). La paga, en los últimos años, hacia 1945, era de 100 pesetas (60 céntimos). Un sueldo costeado por el Ayuntamiento de la localidad o la Hermandad

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