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¿Cómo funciona una escuela en un campo de refugiados?

El artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge que “toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria”. Sin embargo, hay contextos en los que garantizar algo tan fundamental, es complicado.

Una de esas realidades complejas son los campos de refugiados, donde en ocasiones sólo se cubren necesidades básicas de supervivencia. Hoy, en este blog tenemos la oportunidad de conocer la experiencia de Rafael Moreno, voluntario de la escuela del campo de refugiados de Oinofyta (Grecia), que ha pasado allí casi cuatro meses repartidos en dos estancias entre 2016 y 2017.

Rafael, natural de Rota (Cádiz) y doctor en biología, contaba con 37 años durante su primera estancia en el campo de refugiados. Como él mismo narra, el proyecto de la escuela surgió en abril de 2016 a iniciativa de María, hija de un refugiado político chino, que creó la ONG Armando Aid, preocupada principalmente por la falta de acceso a la educación de los refugiados que llegaban de forma masiva a Grecia. Nutrida únicamente por donaciones (tanto de materiales como monetarias), y con un capital humano compuesto íntegramente por voluntarios, la escuela cuenta en la actualidad con un sistema organizado de clases y objetivos educativos. Respecto a las instalaciones, el edificio está dividido en aulas, cada vez más equipadas; además, en los últimos tiempos han conseguido adecuar unos baños en el patio que pueden ser usados por los alumnos. Una de las clases del colegio se usa como guardería en colaboración con la ONG I Am You. El trabajo de Fais Mohammad, como encargado del mantenimiento y enlace entre el colegio y la comunidad de refugiados está siendo fundamental para el sostenimiento de este servicio.

En invierno en la tiendaEn la tienda en verano

Respecto al día a día en la escuela, comenzaba con la llegada de los profesores alrededor de 30 minutos antes de que sonase la campana de comienzo de las clases. En esa media hora se preparaban los materiales  y se limpiaban las aulas. Después había una primera hora de clase, media hora de recreo en la que los niños jugaban en el patio y comían una pieza de fruta, y luego otra hora de clase. Los alumnos tienen entre 4 y 15 años, separados por edades y niveles, y la cantidad de niños por aula varía entre los 10 y 20. Fundamentalmente se enseña inglés y matemáticas. Por la tarde, le toca el turno de aprender inglés a los adultos (a partir de los 16 años), separados por sexos y en tres niveles.

Esperando para entrar en el coleWorking hard

Las principales dificultades a las que se enfrentaban los voluntarios docentes, según nos cuenta Rafa, son seis:

  • Barrera idiomática: los niños a los que él daba clase hablaban un inglés bastante monosilábico y entendían poco, por lo que la comunicación era bastante difícil.
  • Diferencia cultural: el respeto que mostraban a los profesores era inferior al que mostraban hacia gente de su cultura.
  • Diferente nivel y edad: el hecho de que en una clase hubiera niños de diferentes niveles y edades dificultaba mucho trabajar con ellos (sobre todo si no había profesor asistente).
  • Falta de hábito de ir a la escuela: muchos de los niños nunca habían ido al cole, lo que significa falta de todo tipo de hábitos: llegar a la hora, estar sentados, atender, respetar al profesor, hacer cosas que no les apeteciese...
  • Segregación por sexos: los niños eran reacios a priori a hacer cosas con otros niños si no eran de su mismo sexo.
  • Número variable de alumnos: el absentismo era frecuente e intermitente, lo que hacía que el número de alumnos fluctuase mucho.

Confusión escritura árabe 2Dibujo en una clase

Sin embargo, a pesar de las dificultades, el voluntario asegura que los niños iban respondiendo bien y aprendiendo más y más: “uno de los grandes pilares de su progreso fue el hecho de tener el mismo profesor durante meses. Conocerlos y conocerme ellos a mí creó una confianza mutua que hizo que el comportamiento de los niños mejorase sustancialmente, además de que la experiencia que fui adquiriendo me dio más herramientas. Sin duda el hecho de la rotación sistemática de profesores que venían para poco tiempo era uno de los principales lastres para el progreso de los alumnos”.

Sobre el futuro del proyecto, Moreno se refiere a la información que le sigue llegando desde Oinofyta: el colegio será cerrado el mes que bien y relocalizado en otro campamento. La labor de los voluntarios de ese campo de refugiados se centra ahora en dar consultoría a otras organizaciones que llevan colegios y que necesitan ayuda.

Para este voluntario, lo mejor de la experiencia es el enriquecimiento del que se ha beneficiado por haber conocido otra cultura, tan distinta, y por haber dado clase a sus niños. “Conocer la realidad de los refugiados ha sido duro, pero en nuestro campamento estaban relativamente bien atendidos y no se veían escenas duras (más allá de la dureza que conlleva ser refugiado huyendo de la guerra y haber dejado todo atrás, incluyendo en muchos casos familiares, vivos o asesinados). Sin embargo nunca olvidaré ciertas cosas, como el dolor de ver marcharse familias y alumnos para intentar llegar a los países ricos de Europa, despedirme de mis alumnos para verlos marchar por la noche para cruzar a pie las fronteras de los Balcanes, ver como sus padres se despedían de sus amigos llorando... Sin duda convivir con refugiados me ha hecho relativizar aún más los problemas que tenemos por aquí y sentirme muy afortunado”.

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