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Libertad de... 5ª parte: PRENSA

No sería justo cerrar esta serie sin reivindicar una libertad muy cacareada, pero que a la luz del día a día brilla por su ausencia en todo su esplendor: la de todos aquellos periodistas profesionales, cronistas puntuales o simples aficionados a la palabra para publicar, TEÓRICAMENTE lo que les dé la santa gana.

Me temo que se hace necesario aclarar un par de conceptos. El primero de ellos es descorazonador, pero hace más daño vivir subidos en el guindo: la imparcialidad no existe. Doy por obvio que a las columnas y artículos de opinión se les presupone la parcialidad (aunque sigue habiendo quien intenta vendernos la cuadratura del círculo), y sí que se puede leer de una manera aséptica y sin valoraciones el parte del tiempo, el estado de las carreteras y listados de información similares, pero a la hora de contar cualquier noticia interviene el factor emocional humano y la percepción subjetiva, así que por muy neutros que tratemos de ser, es inevitable dar nuestro enfoque. Y esto no es necesariamente malo, al fin y al cabo nuestras limitaciones son tan parte de nuestra condición humana como lo es el buscar afinidad, incluso en la orientación política de la prensa que consumimos. Sea como fuere, líbrenos el cielo y toda la mitología vikinga de quienes se autoproclaman “objetivos e imparciales”, porque de ahí a creerse en posesión de la verdad absoluta no hay ni dos centímetros, y luego ya sabemos lo que viene…

imparcialidad

Punto y aparte. Cuando en este país se tratan los conceptos “libertad de prensa” o “censura”, no suele tardar demasiado en mentarse a Fraga Iribarne y su Ley de Prensa e Imprenta; por resumirla pronto y mal, todo lo que se publicase en España debía llevar el visto bueno de la autoridad, y si les tocabas las narices te secuestraban la publicación y en paz. Este tipo de prácticas, en la actualidad, están oficialmente tan extinguidas como dicha ley… ¿Recuerdan lo que le pasó al semanario El Jueves en 2004 cuando osó satirizar a los reales casaderos? Pues ahí lo tienen: ya no se llamará Ley 14/1966, pero la censura existe, y, parafraseando a un amigo mío, “existe mucho”.

Como escribió en su primer libro el genial ex Troglodita Sabino Méndez (cuya lectura recomiendo tanto a sus fans como cualquier aficionado a la prosa rica y “bien tirada”), con la normalización democrática se pasó de una censura institucional de tintes políticos y/o morales a una autocensura económica; en teoría ahora puedes manifestar lo que piensas sin la bendición del ministro ni del obispo, pero de tu bolígrafo o tu boca hasta los ojos y los oídos del público general se llega atravesando un campo de minas, y tales artefactos explosivos no son sino leyes, decretos y otros inventos análogos. La fórmula es muy sencilla: todos estos blindajes legislativos tienen la finalidad teórica de garantizar que nadie atropella la libertad ajena en el ejercicio de la suya propia, lo cual está de rechupete, al menos sobre el papel. Lo que ocurre es que, como yo soy la versión oficial y llevo el volante del autobús, me organizo el aparataje legal para que, a la práctica, insultarme, criticarme, estar en desacuerdo conmigo e incluso no aplaudirme sean delitos tipificados; legislación antiterrorista, derecho al honor, aforamiento,… A un político de la oposición, a una religión minoritaria o a un personaje de “ambientes alternativos” les puedes lanzar lo que te dé la gana, y aunque te pases con ellos 17 pueblos del rasero que me había puesto para mí y los míos, mientras ellos no se quejen mucho y las circunstancias no me obliguen a pronunciarme de un modo políticamente correcto, miraré para otro lado y quizás hasta me ría. Eso sí, ¿quieres guerrear conmigo? No sabes lo caro que sale que te retiren de los kioskos una tirada entera, que te anulen la licencia o que te cierren el servidor: nada tan efectivo para mantenernos calladitos y formales como que nos toquen el bolsillo.

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Y hago especial hincapié en este aspecto porque, aun con todo lo que me gusta despotricar y protestar, me parece que va siendo hora de romper una lanza en favor de la prensa, y en concreto de sus obreros. Bien es cierto que siempre hubo publicaciones y medios “por amor al arte” (fanzines, radios libres, …) y la llegada de internet aumentó su número exponencialmente, pero (y aquí viene el segundo concepto que quería aclarar) los medios de comunicación al uso, mal que les pese a muchos que parecen vivir en la inopia y a otros tantos aficionados a la demagogia utopista, son empresas. Ganarse la vida con el periodismo no es ningún delito moral, y si tu trabajo no se puede vender, o los propietarios del medio en que trabajas deciden que “esto sí, esto no”… Recuerden, amigos: un periodista tiene sus pensamientos (como todo ser humano), y puede que hasta le paguen por airearlas como columnista de opinión o analista, pero un periodista es UNA PERSONA, y un trabajador, y antes que nada tiene que comer; que yo sepa las órdenes del jefe, que es quien firma tu nómina, no tienen que estar necesariamente en concordancia con tus propias ideas, y el código penal vigente no es objetable. Así que, por favor de los favores, usemos el razonamiento dos segundos y medio y dejemos de identificar automática e indefectiblemente al currante asalariado con el libro de estilo y la línea editorial del medio en el que trabaja, y mucho menos con la ley que les toca acatar.

Luego ya, si quieres tener tu propia prensa gratuita y en miniatura, llámese página web, blog, o el simple muro en tus redes sociales, la cosa cambia sensiblemente. En principio no te van a leer tantos miles de personas como a un medio grande, pero por otro lado tampoco vas a tener el punto de mira sobre tu cabeza con tanta facilidad: aún por muchos filtrados, barridos y rastreos que quieran hacer, es virtualmente imposible ejercer de policía en tantos millones y millones de lugares a la vez. ¿Resultado? Que si eres un poco avispado, evitas determinadas palabras y expresiones clave, y empleas según qué herramientas digitales, casi, casi puedes campar a tus anchas sin apenas restricciones, o al menos hacerlo durante mucho tiempo antes de que te den el alto por algo. Eso sí, cuanto más éxito tengas y más pasiones despiertes, más vigilado estarás. Y si no, que se lo pregunten al señor César Augusto Montaña Lehman, Strawberry para los fans y amigos, habida cuenta de la que le han liado por colgar en su Twitter unos comentarios/chistes/opiniones que no son de mejor ni peor gusto ni crudeza que los que colgamos cualquiera en las redes todos los días; simplemente, a él, por conocido, le han pillado de cabeza de turco. Y lo que nos queda por ver, herman@s...

free strawberry

¿Existe la libertad de prensa? A nivel de medios de comunicación de masas, rotundamente NO, y cada día menos. A nivel medio y underground… No sé yo si hacer algo cuando nadie te está viendo cuenta como libertad…

Sirva este cierre de la pentalogía como resumen aplicado de las cuatro partes anteriores, y al alimón, y principalmente, como sincero homenaje y agradecimiento a esta Santa Casa, desdesoria.es, por dejarme publicar lo que me sale de las patas sin haberme censurado jamás, y por tratarme siempre con excepcional cariño e infinita paciencia y comprensión. Espero que mis exabruptos jamás os acarreen problemas ni “mordazas”.