Siempre me ha sorprendido la capacidad de Denís para expresarse a través de los dibujos. No es un tipo de muchas palabras pero sus ilustraciones expresan todo lo que lleva dentro. Ese mundo volátil que crea deja entrever la armonía que se asoma desde su cabeza. Ese universo de seres que se entrelazan sobre tonos pastel y que puede sosegarte como partirte por dentro. Un mundo que domina los sueños y parece querer anclarlos al papel.
Siempre he leído más en sus dibujos que en sus palabras. En su forma de expresarse sobre el papel en vez de con la palabra. Su angustia y serenidad que me susurra o me grita desde su obra.
Incluso la técnica es un lenguaje para él. O eso quiero ver yo. Se le quedó corto el óleo y habló a través de la ilustración vectorial. El lienzo le supo a poco y pintó sobre madera. Las dos dimensiones lo limitaban y, con la ayuda de la aguja de Cris, les dio volumen a través de Twee Muizen y su inagotable universo de personajes. Y domó todas las técnicas, usándolas a su antojo para expresarse. Para decir lo que le pasaba por la cabeza. Como simples lenguajes que emplean un tono u otro. Incluso quiso añadirle el ruido y el dolor del traqueteo de la máquina de tatuar. Y trazó ese camino transversal que le hizo llevar los mismos sueños, el mismo universo, los mismos seres que plasmó en madera, óleo o papel, a la sangre y la piel. Y dominó ese lenguaje también. Y creó algo nuevo, algo suyo.
Y es que siempre me ha sorprendido que descubra nuevas formas de hablar, hablando tan poco.
Por Artur Galocha. Director de Arte en revista Libero y Cambio 16