Una semana en los Alpes

Una expedición que llegó a estar conformada por 16 sorianos partió el pasado

domingo 24 de agosto

de Soria con dirección a los Alpes. El objetivo era doble. El principal, o al menos el generador del viaje, acompañar a Luis Ángel Tejedor y Andrés Palomar en su andadura en la CCC (Courmayeur-Champex-Chamonix), la carrera de 101 kilómetros que se disputaría el viernes 29 de agosto. El otro motivo era bien sencillo de encontrar: disfrutar durante una semana de las posibilidades montañeras de los Alpes.

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Dos autocaravanas partieron a la 1.00 de la mañana de Soria. Cruzaron Pina de Ebro a las 3.45, dejaron Montserrat a la izquierda a las 6.45 y llegaron a la frontera de La Junquera a las 8.45 para afrontar el primer almuerzo.

Narbona 11.15, Montpellier 12.00 y Nimes 12.30 fueron los siguientes hitos. En Montpellier fueron alcanzadas las dos autocaravanas por el coche que había partido a las 4.30 de Soria, en el que viajaban otras tres personas.

Valence 15.30 y Chambery 17.30. Tomamos entonces la decisión de rodear el lago Leman o lago Ginebra, una de las grandes masas de agua de Suiza. El camino elegido era más largo pero diferente al previsto para la vuelta y, solo por ello, apetecible.

Se pasa cerca de Ginebra y se atraviesa Lausana, pero las vistas más espectaculares del lago se encuentran ya cerca de su final (Vevey, Montreux). Tuvimos suerte de llegar todavía de día, si bien ya muy cerca de su final.

Comenzó entonces el trayecto nocturno hacia Simplon (sin llegar). Se cruza Sion y, en Visp, se gira hacia Zermatt. Empiezan a pesar los kilómetros y el último tramo hacia Täsch se hace largo. Son casi 30 kilómetros de curvas tan cerradas como la noche y al llegar no sabemos muy bien qué hacer. Son las 22.30, el equivalente en España a las tres de la mañana. Recogemos a uno de los viajeros del coche, los otros dos ya han subido a Zermatt donde tenían reservada habitación.

Metemos las autocaravanas en un parking pero no parece buena idea. Afortunadamente, nos lo advierten y encontramos uno de los dos campings que hay en la localidad, pasada la misma a la derecha. Abre toda la noche. Mañana

lunes 25 de agosto

será momento de hacer el check-in en el camping. A pesar de las 21 horas y media de viaje del día anterior, nos levantamos a las 7.00. No es lo mismo el movimiento de 11 personas que el de dos. Unos hacen la inscripción en el camping, otros preparan el desayuno, los otros se van aseando... A las 9.30 logramos montar en un taxi colectivo hacia Zermatt, lo que resulta más barato que comprar 11 billetes de ida y vuelta de tren.

¿Qué es Zermatt? Hace unos pocos siglos no dejaría de ser un villorrio helvético perdido entre las montañas como los miles que existen en el centro de Europa, condición que no habría perdido (salvo los lógicos avances de los tiempos) de no hallarse justo a los pies del Cervino o Matterhorn: ni es la cima más alta de los Alpes ni la más difícil de hollar, pero ha quedado convertida en emblema de las montañas por su esbeltísima figura piramidal. Todo el mundo la ha visto decenas de veces lo sepa o no.

Su cima está a 4.478 metros sobre el nivel del mar. A primera hora de la mañana era perfectamente visible desde Zermatt, según pudimos comprobar solo por fotos. Cuando nosotros llegamos las nubes ya habían cubierto la parte más alta. Otra vez será. Ahora Zermatt es un núcleo mediano de población que vive exclusivamente de todo el turismo que generan las montañas y, especialmente, el Cervino. Por su casco únicamente circulan pequeños coches eléctricos ya que está prohibido acceder a Zermatt en vehículos particulares.

Nosotros buscábamos un pequeño aperitivo del Cervino. Para ello, tomamos el teleférico que nos dejó en Schwarzsee, a algo menos de 2.600 metros. En algo menos de dos horas, nuestras piernas nos llevaron hasta el refugio de Hörnli, en el que se alojan los montañeros que deciden subir al Cervino. El refugio está cerrado por reformas hasta el verano que viene, cuando se conmemorará el 150 aniversario de la primera ascensión acometida por la cordada que dirigía Edward Whymper, quien alcanzó la cima después de ocho intentos fallidos.

Es fácil saber por qué el refugio está donde está, a algo más de 3.200 metros. Justo después del mismo empieza la parte técnica de la ascensión al Cervino. Hay unas maromas que ayudan a salvar los primeros pasos, pero ya no es posible ascender sin utilizar las manos. Cuatro del grupo hicieron algunas maniobras de escalada en esta base rocosa de la montaña, mientras los demás tomaron el camino de regreso no ya hasta el teleférico, sino hasta el mismo pueblo de Zermatt. Son unos 1.800 metros de desnivel negativo que los cuádriceps terminan acusando. Pero la caminata merece la pena. Decenas de sendas van surgiendo a cada lado y es fácil imaginar que todas las que bajan terminan en Zermatt, igual que termina en el poblado la parte habitable de este valle.

El último taxi baja a las 19.00 hacia Täsch. Si se llega más tarde, como les sucedió por minutos a los que se quedaron arriba, es suficiente con llamar a un teléfono y pronto sube un vehículo a recoger. A partir de ahí, intendencia pura en el camping, para hacer la cena, consumirla y acostarnos no muy tarde después de dos jornadas de cansancio. Además, los planes que teníamos previstos para el

martes 26 de agosto

no iban a poder cumplirse. Y no por culpa nuestra. Las pequeñas y no muy molestas nubes del lunes se convirtieron en una capota gris que cubrió todo el valle y todas sus montañas. Las previsiones que consultamos el martes hablaban de lluvia constante y nieve por encima de los 3.000 metros. Nosotros teníamos intención de subir más, a los 4.200 metros del Breithorn, pero también habrá que esperar a posteriores ocasiones.

Subimos nuevamente a Zermatt para hacer la visita a la que no nos dio tiempo el lunes. El Museo Alpino guarda una joya que erizará los vellos de los amantes de la historia del alpinismo: un trozo de la cuerda que se rompió en el descenso de la ya citada primera ascensión al Cervino, rotura que supuso el fallecimiento de cuatro de los siete pioneros. Los materiales técnicos y la indumentaria de los orígenes del alpinismo, así como antiguas fotografías de aquellos hombres, también les gustarán a todos los enamorados de esta disciplina.

Después del Museo, tocó dar un paseo por el cementerio donde se recuerda a las víctimas del Cervino, que no han sido pocas, varias de ellas en ascensiones invernales. A las 13.00 habíamos quedado con el taxista y a esa hora nos presentamos para bajar a Täsch. Comimos, recogimos y arrancamos las autocaravanas para afrontar la segunda y última gran parte del viaje, la que hemos vivido durante cuatro días en Chamonix, ya en Francia.

Algo más de tres horas nos costó cubrir el trayecto entre estos dos grandes centros vacacionales y montañeros de los Alpes. Por supuesto, no habíamos mirado nada para aparcar las autocaravanas durante nuestra estancia en Chamonix. Mientras unos nos acreditábamos como periodistas para la carrera del viernes, los demás iban comprando y depositando los vehículos en el parking de Grepon, de donde ya no se han movido hasta la tarde de hoy sábado, cuando hemos partido de nuevo hacia España. Gracias también a que en nuestro grupo había dos corredores, conseguimos que la estancia durante estos cuatro días no haya tenido coste alguno, lo que siempre es de agradecer, pero especialmente en países como los que hemos visitado.

Instalados ya, y reunidos de nuevo los trece expedicionarios que partimos de Soria el domingo de madrugada, nos dimos la tarde del martes el primer paseo de los muchos que nos hemos dado estos días por Chamonix.

¿Qué es Chamonix? Algo parecido a Zermatt, pero cambiando el Cervino por el Mont Blanc. Esta, con sus 4.810 metros, sí es la montaña más alta de los Alpes, y cuando aparecen los números no importa nada más, ni la belleza, ni la dificultad, ni la historia, por mucho que la gran mole blanca tenga de sobra de las tres.

No era cuestión de alargar la tarde en exceso porque habíamos decidido madrugar el

miércoles 27 de agosto

para otro de los grandes momentos de la semana. Antes de las 8.00 habíamos quedado todos en nuestro aparcamiento de Grepon, desde donde partimos caminando hasta la estación de Montenvers. Allí nos montamos a las 9.00 de la mañana en uno de los trenes cremallera más famosos del mundo, el que sube desde Chamonix hasta Montenvers.

No somos los únicos. Muchos suben con la cámara al cuello, calzado de paseo y con la intención de regresar a la media hora. Otros subimos con crampones, piolets, cuerdas y con la intención de no perder el último tren de la tarde.

Montenvers no es sino la estación de entrada de La Mer de Glace, el Mar de Hielo, el glaciar más grande de los Alpes a pesar de su incesante pérdida de volumen en los últimos siglos. Los que van con calzado de paseo pueden visitar la cueva de hielo que hay en el interior del glaciar, cueva que se va moviendo inevitablemente al mismo ritmo que el hielo. También, si van con tiempo, pueden bajar las larguísimas escaleras que dejan a los pies de la gran masa de hielo aunque solo sea para captar la sensación de vértigo bajando por las paredes verticales.

Nada más salir del tren, nos pertrechamos con nuestros arneses para descender esos escalones y caminar unos minutos antes de calzarnos los crampones y encordarnos. No todo el mundo lo hace estos días en La Mer de Glace, porque las grietas se aprecian con claridad (glaciar franco) y es posible dejarlas a un lado o superarlas por sus puntos asequibles. Nosotros nos atamos para ir acostumbrándonos a esta modalidad alpina de avance.

Competir con la belleza y la espectacularidad de un glaciar no es posible. El día era espléndido de sol y no fuimos los únicos que tuvimos la idea de acudir ese día al Mar de Hielo. Ya disfrutaremos otro día la satisfacción de la soledad en la naturaleza… demasiadas razones para volver.

Después de algo menos de una hora de caminata se llega a una suerte de campo de prácticas de actividades en el hielo. De hecho, había un grupo de gendarmes franceses preparándose para cuando tuvieran que intervenir en situaciones con el glaciar de por medio. También había monitores de empresas especializadas en estas aventuras, grupos de amigos y familias con niños que ya nacen con la montaña en la vena.

Nosotros estábamos integrados en la categoría de grupos de amigos, principiantes la mayoría. La escalada en hielo es sencilla, ligera e intuitiva… hasta que te pones a hacerla. Los expertos, con la práctica ya ganada, apenas parecen clavar crampones y piolet mientras van subiendo. Los nuevos deben emplear el doble de fuerzas, hasta que empiezan a agotárseles, para recorrer tan solo unos pocos metros. La experiencia impresiona.

Cuando el campo de prácticas empezaba a vaciarse, iniciamos igualmente la retirada. Desanduvimos el glaciar y ascendimos nuevamente por las escaleras verticales. Aún nos dio tiempo a tomar algo en la terraza de la estación de Montenvers, mientras disfrutábamos de las Grandes Jorasses y su Espolón Walker, del Pequeño Dru y su extinto Pilar Bonatti, de los Alpes…

Llegados a Chamonix se produjo la unión de los 16 sorianos, con la llegada de tres que hicieron el recorrido desde Soria a lomos de sus motocicletas. Entre tanto, en el camino, subieron con ellas algunos de los puertos míticos del Tour de Francia, el Alpe d’Huez, el Galibier, etcétera. La noche del miércoles la empleamos en cenar en la ciudad, abandonando por una vez nuestra fidelidad a las autocaravanas. Vimos también la llegada de la TDS, una de las cinco pruebas que componen el Ultra Trail del Mont Blanc, del que hablaremos un poco más abajo.

Pudimos disfrutar tranquilamente de la raclette en la calle principal de ‘Cham’ porque para el

jueves 28 de agosto

no habíamos dispuesto planes especiales. Pero claro, Chamonix no está a hora y media de Soria y no íbamos a pasar un día entero sin disfrutarlo o, mejor dicho, sin disfrutar de sus alrededores. El jueves fue algo así como un día de tiempo libre, en el que nos fuimos agrupando en grupos o en unidades para ir haciendo lo que nos pidiera el cuerpo según las horas iban avanzando.

Algunos no pudimos evitar madrugar para dirigirnos hacia el glaciar de Bossons, al menos hasta un mirador del mismo que se encuentra aproximadamente 300 metros por encima de Chamonix. Lo hicimos trotando en la subida y cabalgando en la bajada. Todo el valle es un edén para los practicantes de las carreras de montaña.

Después de algunas labores de intendencia indispensables cuando conviven tantas personas en tan pocos metros cuadrados, retomamos la actividad por la tarde. Esta vez, varios de nosotros caminamos algo más de un cuarto de hora para llegar a una escuela de escalada que se encuentra relativamente cerca del albergue juvenil. Hay varias vías de diferentes dificultades. Probamos con algunas hasta que la noche nos mandó de nuevo a casa. Mejor, porque el

viernes 29 de agosto

estaba previsto que fuera como fue, una jornada muy larga. Ese día era el centro neurálgico de nuestra estancia en los Alpes, la razón por la cual estábamos allí y no en ningún otro lugar del planeta. Dos de los integrantes del grupo, Luis Ángel Tejedor y Andrés Palomar, habían conseguido inscribirse en la CCC. No es la prueba estrella de la semana (la UTMB, de 168 kilómetros alrededor del Mont Blanc), pero sí es una carrera durísima de 101 kilómetros de recorrido con salida en la cara sur del Mont Blanc, en el italiano valle de Aosta, en Courmayeur.

Los autobuses de la organización partieron a las 7.00 de la mañana. Ya se respiraba el nerviosismo de la gran cita, especialmente entre los corredores, que trataban de ganar los últimos momentos de relajación mientras los vehículos cruzaban el túnel del Mont Blanc. Alrededor de las 7.30 estábamos en Courmayeur. Quedaba hora y media para la salida, prevista a las 9.00.

En la línea de salida y en sus alrededores esperaban más de 1.900 corredores de numerosos países. España era uno de los mejor representados. De hecho, la megafonía sonaba en francés, inglés y español. Si el ambiente de la salida de cualquier carrera es bonito, el de una de estas características es indescriptible. Minutos antes de las 9.00 ya estaban todos los atletas, divididos en tres tandas, esperando el pistoletazo de salida. La prueba da una gran vuelta en Courmayeur para que el público pueda ver su paso a los pocos minutos del inicio de la misma. A pesar de la gran cantidad de corredores, con un poco de atención es posible reconocer a quien se busca. Nosotros lo conseguimos.

Empezaba entonces el largo día. La organización dispone varios autobuses para permitir disfrutar del paso de los atletas por más de un punto. Además, hay otro sistema de SMS para informar de los tiempos de paso de los atletas elegidos. El entramado en general es complejo, pero al final se va aclarando uno con la guía del acompañante que no falta en nuestros bolsillos y que hojeamos cada pocos minutos.

El primer punto que elegimos para seguir la carrera es Arnuva, subiendo el valle desde Courmayeur, a unos 1.700 metros de altitud. Para variar, el paisaje es impresionante, igual que las construcciones de montaña que vamos dejando a nuestros lados. Mientras descansamos en la pradera, el sistema de SMS nos informa de que los sorianos del Banzaii Antártica marchan entre los puestos 120 y 130 de la carrera.

Desde que pasan los primeros corredores, nos apostamos junto al avituallamiento para no perdernos el paso de ningún atleta y, especialmente, para no perdernos a los nuestros. Al final los vemos. Todavía no han pasado 30 kilómetros y los dos van con buenísimas sensaciones. Les aplaudimos, les animamos, corremos unos metros con ellos y les despedimos.

Toca volver de nuevo en autobús a Courmayeur, donde esperamos más de una hora para regresar a Francia, de nuevo por el túnel del Mont Blanc. Allí sufrimos uno de sus famosos atascos, y alrededor de las cuatro de la tarde estamos en Chamonix.

Después de algunas dudas a la hora de interpretar la guía del acompañante, conseguimos encontrar el punto desde el que sale nuestro quinto autobús del día, el que habrá de dejarnos en Trient después de atravesar una nueva frontera, la de Suiza. El sistema de SMS nos sigue poniendo al día, nuestros corredores ni pierden ni ganan posiciones.

Hay mucha gente como nosotros, esperando a sus deportistas, y no es difícil empezar a hacer amigos de día. Van pasando corredores y, cuando esperábamos, asoman por la recta de llegada al avituallamiento, todavía juntos, Tejedor y Palomar. Parece que van bien pero, cuando hablamos con ellos en el punto de asistencia, Tejedor nos cuenta que sus sensaciones no son buenas. Es el kilómetro 72 de carrera, así que faltan casi 30.

Valora la retirada porque tiene calambres desde hace algunas horas. Sin embargo, sabiendo que va a ir siempre acompañado por Palomar, decide seguir adelante después de tomar fuerzas con la comida y la bebida del avituallamiento y con el potasio y el magnesio que nos deja otro de los acompañantes de una de las corredoras.

Salen de Trient hacia Vallorcine, a la vez que nosotros nos dirigimos a la parada de autobuses para montarnos en el que habría de dejarnos en Vallorcine. Empieza a caer la noche y a llover en abundancia. Por razones que no alcanzamos a comprender y que nadie nos resuelve, lo que iba a convertirse en una espera de media hora termina convirtiéndose en una de casi tres.

Por supuesto, nos perdemos el paso de los nuestros por Vallorcine, hasta donde sí habían llegado otros tres integrantes de nuestro grupo que se habían quedado escalando en Chamonix. A través de nuestros teléfonos nos informan de las tribulaciones de Tejedor. Es el kilómetro 82. Quedan 19. Palomar va muy bien y continúa adelante entre la lluvia y la noche. Finalmente, se queda solo entre los sorianos. Tejedor entrega su dorsal a la organización y, con la ayuda de la enfermería, su cuerpo va recuperando calor y su rostro color. Quedan muchas CCC’s.

Nuestro autobús sale alrededor de las 23.00 pero ya no tenemos prisa. En Chamonix nos juntamos de nuevo todos, esperando ya tan solo a Palomar. Algunos deshacemos una parte del recorrido para acompañarle en sus últimos metros. No le puede faltar mucho. Finalmente aparece. No es lo mismo terminar en un puesto que en otro ni es lo mismo terminar por encima de 17 horas que por debajo. Después de 100 kilómetros y de casi 12.000 metros de desnivel acumulado, aún guarda fuerzas para correr el último tramo por debajo de cuatro minutos el kilómetro. Cuando quedan algunas fuerzas, la adrenalina hace el resto.

Le esperamos todos en meta, incluidos Luis Ángel Tejedor y sus acompañantes del grupo, que acaban de llegar. Las grandes alegrías son mudas pero se nota la importancia del momento. El Ultra Trail del Mont Blanc es la cita más importante del mundo de carreras de montaña, y ser parte de la misma no puede olvidarse. En sus cinco pruebas, de diferentes distancias y conceptos, participan más de 7.000 personas. Y si no hubiera límites impuestos por la organización, serían muchas más. La fiebre de las carreras de montaña ya está extendida por todo el mundo, como hemos podido comprobar estos días en la feria del corredor, donde están los expositores de las principales marcas y de numerosas y variopintas carreras, a cada cual más loca y, por tanto, más sugerente. Estamos haciendo nuestros planes.

Es tarde pero no tenemos prisa. Llegamos a las autocaravanas casi a las tres de la mañana. Ya estamos en la previa de nuestro último día en Chamonix. Tenemos previsto dedicar el

sábado 30 de agosto

a vivir en directo el final de la principal carrera de la semana, la UTMB, los 168 kilómetros que dan la vuelta al macizo del Mont Blanc. Es el equivalente al Mundial en fútbol o a los Juegos Olímpicos en atletismo.

A pesar de lo tardíos que fuimos el día anterior, volvemos a levantarnos más bien pronto, al menos los primeros. No había nada preparado para primera hora así que la puesta en marcha fue escalonada. Fue un clásico último día de un viaje, repaseando las calles conocidas buscando algún recuerdo. A la vez, estábamos atentos a la llegada de los primeros corredores de la prueba.

Sorprendentemente, la megafonía anunció otra llegada, la de uno de los equipos que había participado en la PTL. La PTL es la prueba más larga de las cinco que forman el conglomerado de la UTMB. Son 300 kilómetros sin un recorrido fijo, sin clasificación final y se corre por equipos de dos o tres personas. Habían salido el lunes, cinco días antes. La llegada fue apotéosica, aprovechando además la coincidencia con la espera de la prueba reina. Eran dos belgas que alcanzaron la meta de Chamonix destrozados pero orgullosos de su esfuerzo y de todas las horas compartidas. En meta les aguardaban sus respectivas familias.

Y no mucho después, como ya se iba previendo según todas las informaciones y según la pantalla gigante, llegó por fin a meta el ganador de la UTMB, el francés de 29 años François d’Haene. Los 40 minutos de ventaja que tenía sobre sus perseguidores fueron motivo para que disfrutara con pausa de la última recta, con cientos de personas aplaudiéndole mientras levantaba los brazos y saludaba a su mujer y su bebé. No ha bajado de las 20 horas por apenas 11 minutos.

Igualmente emocionante, o más, fue la siguiente llegada, la de los españoles Iker Karrera y Tófol Castanyer. El vasco y el mallorquín, ambos de Salomon igual que el ganador, hicieron juntos los 168 kilómetros de la carrera, ayudándose mutuamente en el vano intento de alcanzar a d’Haene y en el de entrar en posiciones de podio. La parte final, también con el cuarto lejísimos, la hicieron andando y levantando los brazos, antes de acudir a saludar a sus familias para ser recompensados tras su brutal esfuerzo.

Las calles centrales de Chamonix, a tope, empiezan a ir vaciándose. Quedan unos 2.000 corredores por entrar, pero nos esperan muchos kilómetros por delante. Nos vamos al parking. Comemos, recogemos, hacemos algo de limpieza, nos despedimos de algunos de los miembros del grupo que se van mañana y arrancamos las autocaravanas a las 19.00 horas.

Nos esperan algunas horas menos de viaje que en el trayecto de ida pero aun así sabemos que la noche del sábado y la mañana del

domingo 31 de agosto

van a ser cansadas. Hacemos el viaje todo seguido, alternándonos para conducir y para dormir. Paramos en varias áreas de servicio y en otras de descanso para ir estirando las piernas, comer y beber. Amanece cuando dejamos Barcelona. A Ágreda, donde habíamos alquilado las autocaravanas, llegamos antes de las 15.00 horas. Está todo en orden, según comprueba el propietario de los vehículos, quien tendrá que hacerles un pequeño lavado para intentar que no se note que allí han dormido casi una docena de personas durante una semana.

No viene nadie a buscarnos porque habíamos dejado dos coches en Ágreda. Milagrosamente, y gracias a que uno de ellos es inmenso, conseguimos entrar nosotros y nuestras pertenencias en esos dos coches. Poco antes de las 16.00 llegamos a Soria, a nuestra sede. Repartimos los materiales y, ahora ya sí, finaliza nuestra semana por los Alpes. Pronto nos esperarán otros montes, otros lugares. Hemos viajado Alfonso, Andrés, Cristina, David, Encarna, Félix, Javi, Luis Ángel, Mariano, Nacho (1, 2, 3 y 4), Óscar (1, 2) y Sergio.

Por Sergio Tierno

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