Por Enrique Andrés Ruiz

José María Herrero Gómez, la invención de lo perdido

Haber cumplido ya más de dos décadas de andadura artística y no haber pisado con su obra (ni suspirar por hacerlo) ninguna sala de Madrid o Barcelona o cualquier otro nudo en el que se tejen las famas, da cuenta del talante, ciertamente esquivo y eremita, de José María Herrero (Soria, 1961). Nos encontramos, pues, ante alguien cuya verdad parece disociar dos dedicaciones: de un lado la personal e integral de su obra, y de otro, la de la autopromoción y difusión de ella, siendo el caso de nuestro artista, de esta segunda, no se ocupa ni poco ni mucho.

De su Soria natal, Herrero partió hace ya quince años a unas latitudes tan radicalmente otras como las tinerfeñas de La Laguna, donde ejerce como profesor en la Facultad de Bellas Artes. Y el verdadero meollo de su trabajo sería inexplicable sin pensar en una permanente trashumancia espiritual entre ambos lugares. Sus pinturas, que no distinguen abstracción o figuración como patrones estilísticos, sus arcaizantes y casi disparatados bronces, los aguafuertes -en cuya técnica es un maestro-, no cantan en realidad sino a ese encuentro imposible -es innegable la raíz romántica de todo lo suyo- entre la memoria de una tierra amada en la que, aún estando ausente, está presente el corazón, y la extrañeza de otra que, aún presente, no parece sino el lugar de una ausencia.

Las palomas, los toros, el agua de los ríos vienen a ser los testimonios recurrentes de ese viaje in fin. E igualmente sin fin, una y otra vez el artista vuelve sobre lo hecho, como una permanente sucesión, como unainacabable autocita, pintando sus propias esculturas, esculpiendo las figuras de sus lienzos, como si tratase de una espiral que excava hacia una realidad inaprehensible y ya casi imaginaria. Y su desbordada fantasía de ecos surreales, más o menos magicistas, acaban por ser el único lugar para el encuentro con lo perdido. O más bien para la invención de lo perdido, tal y como parece ser éste el destino de esta aventura que es, al fin, la de una soledad verdadera.

Enrique Andrés Ruiz es Crítico de Arte

IMÁGENES
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

EL AUTOR

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EXPOSICIONES INDIVIDUALES (Útimos años)

1996. Círculo de Bellas Artes, Tenerife. Audiencia Provincial de Soria. 1997. “Pasiones del Agua”. Exposición itinerante por la Comunidad de Castilla y León: Museo de Salamanca. Caja España, León. Biblioteca de Castilla y León, Valladolid. Fundación Díaz Caneja, Palencia. Museo de Burgos. Monasterio de Santa Ana, Ávila. Palacio de Audiencia, Soria. 1998. Torreón de Lozoya, Segovia. Convento de San Agustín, El Burgo de Osma. 2000. “Tiempo de Fetiches”, Caja Canarias, La Laguna, Tenerife. 2001. Galeria Arco Romano, Medinaceli, Soria. 2009. “De Duero y oro”, Audiencia Provincial de Soria..

EXPOSICIONES COLECTIVAS (Útimos años)

1999. “Canción de las figuras”, Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid. Instituto Cervantes de Roma, Bruselas, Manchester, Burdeos, Toulouse y Paris. 2001. Primera Bienal Internacional Douro-2001, Aijó, Portugal. 2002. “Paisajes Intergeneracionales”, Academia de España, Roma. 2003, Premio Máximo Ramos, El Ferrol, La Coruña. 2004. “Muelles y Mandalas”, Galeria Muelle-27, Madrid.

PREMIOS

1996. Primer Premio Josep de Rivera, Tercera Bienal Internacional de Grabado, Xátiva, Valencia.

OBRA EN MUSEOS Y COLECCIONES

Museo Nacional de Cerámica González Martí, Valencia. Instituto Gran Duque de Alba, Ávila. Biblioteca Nacional, Madrid. Ayuntamiento de Xátiva, Valencia. Museo Bello Piñeiro, El Ferrol, La Coruña. Junta de Castilla y León, Valladolid. Ayuntamiento de Soria. Caja Soria. Caja Canarias, Tenerife.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

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