Mi primer encuentro con Valentín Guisande fue un precioso día de primavera en el aeródromo de Garray. Minutos después, estábamos volando y rápidamente supe dos cosas: que Valentín hacía honor a su nombre y que íbamos a ser buenos amigos.
Compartimos horas de vuelo en las que Valentín me fue enseñando toda la provincia y, casi por ósmosis, sin darme cuenta, me fui enamorando de Soria.
Todas sus fotografías están dotadas de una fina percepción de la naturaleza soriana. Es la mirada auténtica de una persona que entiende la vida tal cual es, sin figuraciones ni artificios, acompasada por un amor profundo y real a la naturaleza. Considera la luz, no solo en el aspecto físico sino también en el metafísico, articulando paisajes, esbozando sensaciones y transmitiendo belleza.
En aquellos días, recuerdo cómo cosíamos los cúmulos de ese cielo cromático y limpio con ilimitados mares verdes por horizonte. Valentín disecciona Soria, conocedor de sus senderos, de sus lagunas, de sus montes y veredas. No hay rincón que escape a sus pisadas. Sus largas horas de caza, caza fotográfica, registran en qué viejo rebollo anida el joven búho chico, por qué lindes de sierra Pela se vio por última vez al lobo, en qué cara del Urbión está la perdiz pardilla o en qué riachuelo anidan las escurridizas nutrias.
Sus fotos, muchas veces de gran dificultad técnica, son también un premio al esfuerzo y la paciencia, ya que es capaz de esperar inmerso en un río durante horas para congelar el rápido aleteo de un ánade volando.
Está fuera de toda duda su dedicación y maestría. La fotografía es una de sus pasiones, junto a su mujer Mamen, su «cachorro» David y su preciada Soria. Valentín, con su cámara, me ha enseñado a quererla, a través de una mirada única, la mirada de un enamorado de su tierra.
Ahora, en el invierno, los campos parados de Soria anhelan la primavera, pequeños micelios que esperan adormecidos bajo tu tierra. Y el cálido verano llegará de nuevo y yo, Soria, volaré en tu cielo.
Ya veo a Valentín vagando por tus sierras, recorriendo tierras baldías, el rostro cortado con su cámara, trípode y chaleco, buscando una nueva imagen, solo una más…
Rafael Giráldez Elizo, cuidador de nubes
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