Hace 4 ó 5 años, el concurso de cortos de la Boca del Lobo del soriano Javier Muñiz seleccionó ‘Itzalak’, de Iñigo Kintana, para las proyecciones de Madrid. Yo vivo allí, así que me tocó ir a presentarlo. Cuando llegó el momento y me llamaron al estrado, salí y dije solo esto:
- Buenas noches. Iñigo es un tipo de pocas palabras, así que seguro que le encantaría que nos pusiéramos a ver el corto, sin más.
No mentía, y en unos minutos los demás comprobaron que tenía razón. Eso deduzco de los aplausos.
En esta pequeña selección de obras hay también pocas palabras, en general. Las justas, ¿para qué más? Con Iñigo aprendí, o apuntalé, eso de que el cine es el imperio de la imagen. De una lírica algo tenebrosa, ya lo veréis. De riqueza de matices y puntos de vista, de una cadencia variada pero precisa. Que hace avanzar argumentos múltiples, pero siempre con un suspense que espanta todo aburrimiento. ¡Creedme!
Lírica tenebrosa, sí. Y música oscura. La vida y su fachada. ¡Ay de la humanidad, si un Wikileaks personal publicase todo lo que a cada uno se nos pasa por la cabeza! Ellos, sus personajes, no nos deben diplomacia alguna, así que nos recreamos con sus miserias, que a menudo –es preocupante, sí- identificaremos: también son nuestras.
El miedo aguarda ahí, cerca. La seducción de lo prohibido por la sociedad, el bosque como frontera de lo éticamente aceptable, la lucha por el control del demonio que vive en nuestro interior, el juego de una violencia (¿quizá?) más imaginaria que real, la familia y las palabras que se piensan, se mastican y preparan pero terminan por no salir jamás de la boca…
¿Hay alguien que nunca sintió nada de esto? ¿Sí? Ya. El alivio, en este caso, es que les pasa a ellos. Por esta vez, estamos salvados. Pero había que contarlo, para aliviarnos y… seguir en guardia.
Después de tanta palabrería, seguro que le encantaría que nos pusiéramos a ver los cortos, sin más.
César Ferrero
es periodista.
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