Blog | Por Sergio Tierno / Viajes, geografía, deportes y curiosidades

Cap. 248. 30-8/1-9-2020. Tres días en una de las joyas cantábricas, Castro Urdiales

Como en 2019, el viaje familiar de este año ha sido al norte costero español, y también a Cantabria. Si el año pasado elegimos la zona más occidental (Suances como base de operaciones), esta vez nos hemos ido al extremo oriental, a la localidad de Castro Urdiales, tocando ya con el País Vasco y más concretamente con Vizcaya.

De hecho, tan cerca está de Bilbao (apenas 30 kilómetros), que el diario de cabecera de las personas que estaban en la playa o tranquilamente en las terrazas era 'El Correo'. La relación entre Castro y Bilbao es muy estrecha y, después de conocer un poco mejor la localidad cántabra, se entiende que los que vivan o trabajen en la urbe vizcaína elijan Castro Urdiales para escaparse como segunda residencia o para vivir de continuo y acudir cada día a su labor.

Nuestra estancia empezó la tarde del domingo 30. Acercado por mis padres hasta Navaleno, donde se encontraba el resto de la familia, salí con ellos tres (hermana, cuñado y sobrina) hacia el mar Cantábrico. Conseguimos hacerlo de una vez...

Esa tarde del domingo la dedicamos a conocer los elementos más famosos de Castro, la zona llamada Puebla Vieja, con su imagen tan icónica y conocida de la iglesia de Santa María de la Asunción.

Nos extrañó ver a tanta gente vestida con la misma camiseta, roja, y algunos incluso con banderas. Preguntamos y salimos de dudas: a las seis de la tarde empezaba la regata Bandera Ciudad de Castro Urdiales. La organización había pedido a los aficionados que no acudieran presencialmente a ver la prueba por el tema del coronavirus, pero o bien muchos de ellos no hicieron caso, o bien otros años no tiene que caber un alfiler en esta prueba. Además, la Sociedad Remera Castreña ganó y logró subir a la máxima categoría.

Me regresó pronto a casa para trabajar, así que me libré sin quererlo de un gran chaparrón de estos habituales en el norte.

Ese chaparrón fue algo excepcional en estas menos de 48 horas que pasamos los cuatro en Cantabria. El lunes, único día completo, lo dedicamos por la mañana a la playa. Elegimos la de Ostende, que está algo más cercana de nuestro hogar.

La playa es preciosa, aunque quizás haya algo menos de gente que en la otra (Brazomar, sensación subjetiva de un par de vistazos), porque a las minúsculas todavía les quedan algunos cientos de años para convertirse en arena fina. Aun así, aquí conseguimos darnos el primer baño marítimo del año.

Muy cerca de esta playa de Ostende se encuentra una cala pequeñísima en la que apenas había tres o cuatro personas. No hay pequeñas piedras, sino bien grandes. La cala es preciosa porque su salida a mar abierto es a través de un túnel de roca, según nos había parecido la noche del domingo cuando estuvimos paseando por allí.

Comimos muy bien en uno de los restaurantes de la zona hostelera de Castro, y por la tarde decidimos hacer una breve escapada. Como la mayoría de las personas que tengan ese pensamiento, nuestra excursión fue a la cercana localidad de Laredo, con un acercamiento hasta Seña, yendo hacia la montaña.

En Laredo, en su inmensísima playa de La Salvé, hubo paseo por la acera e incluso descalzos por la arena, pero sin llegar a mojarnos. Entre unas cosas y otras, se acercaba la hora de la cena, momento del día que volvimos a pasar en casa antes del nuevo paseo nocturno para ayudar a dormir a la menor del grupo y para tomar un café.

El martes 1 yo tenía que volverme a Soria en tres autobuses, lo que me deparó la última sorpresa del viaje. Por la mañana, de nuevo un día estupendo de calor agradable y poco viento. Esta vez cambiamos a la playa de Brazomar, con más gente que en Ostende según nos pareció. También es verdad que es más pequeña.

Hubo tiempo de sobra para volver a casa poco después de las doce y terminar de hacer la mochila. El autobús a Bilbao no sale de la estación de autobuses, sino de las calles céntricas, con varias paradas.

De allí me despedí a la una del mediodía de los tres afortunados que aún se quedaban 24 horas más. Poco después de la una y media llegué a Termibus, la estación de autobuses de Bilbao. Cuando salí, vi que la estación intermodal se llamaba San Mamés. Efectivamente, la Catedral está ahí al lado. Aunque ya lleva unos años y sí lo conocía por fuera, aún no había estado dentro del estadio de Athletic Club.

Y en realidad, tampoco es que ahora haya estado plenamente dentro, pero al menos sí comí en la taberna llamada La Campa de los Ingleses, desde cuyos ventanales se ve el imponente graderío y el césped del recinto deportivo.

A las 15.15, bus a Logroño. Y a las 17.30, nuevo bus a Soria, para empezar el miércoles a trabajar en esta semana cuyos mejores días han sido al comienzo, al contrario de lo que suele asociarse.