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Total Soccer II

Los domingos por la tarde mi padre solía acudir al bar que hay debajo de casa para ver jugar a nuestro equipo por el canal de pago. Yo prefería quedarme en casa y escucharlo por la radio. Las apasionadas voces de los locutores hacían sin duda más emocionante el partido.

Ese día nos enfrentábamos a un recién ascendido a la máxima categoría. A priori un rival asequible. Todavía faltaba algo más de media hora para que diera comienzo el encuentro, así que decidí estrenar mi reciente adquisición. De entre todas las opciones posibles, elegí en la pantalla el equipo de mi ciudad y como contrincante, aquel que lo iba a ser esa misma tarde en el estadio. Parecía sencillo: izquierda, derecha, arriba, abajo, pase y tiro.

La emisora vociferaba las alienaciones de ambos conjuntos cuando el partido virtual finalizó. Tres a cero. No estaba nada mal teniendo en cuenta que era la primera vez que jugaba. Satisfecho, apagué la consola y subí el volumen del transistor.

Una hora y tres cuartos más tarde, el bar era una fiesta de banderas, cánticos y vasos en alto rebosantes de cerveza. Los nuestros habían ganado por tres goles a cero.

Mientras saltaba sobre la cama, presa de la euforia, ignorando, todo hay que decirlo, los gritos reprobatorios de mi madre desde la cocina, tomé la decisión de repetir cada domingo lo hecho aquella tarde pues no cabía duda de que le había dado suerte al equipo.