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Más cerca, Dios mío, de ti

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En cuanto María Robinson vio el estuche, lo supo. De pronto, todo lo demás carecía de sentido. Ajena a las muestras de condolencia, tomó aquella funda entre sus manos y se retiró a la soledad de su aposento. Una vez allí, extrajo de su interior el violín que dos años atrás le regalara a su prometido y lo acercó a su oído. Del instrumento, como si de una concha marina se tratase, emergió una suave melodía que se elevaba sobre un enjambre de gritos, llantos y oraciones en mil idiomas.

Ilustración: Lola Gómez Redondo