Quiteria
era una santa. Y la chica de mi colegio con la mirada más triste que
haya visto nunca. Motivos no le faltaban, esa es la verdad. A veces,
los niños pueden resultar muy crueles. Y con ese nombre pronto se
convirtió en el objeto de las burlas de sus compañeros de clase. Ya
saben: ¡Quita Quiteria! acompañado de un empujón. Y cosas por el
estilo, que en esto de las mofas no es necesario ser ingenioso, basta
con tener la intención de hacer daño. Si a eso le añadimos que
era espigada, pecosa, de cabello bermejo y que un amasijo de hierros
se ocultaba en su diminuta boca (por aquel entonces los aparatos de
dientes no eran tan discretos como los de ahora) no era pues de
extrañar que le sobraran los motes y le faltaran los amigos.