Pero
en aquel momento era tan solo una niña. Una niña atemorizada por
una salvaje jauría de críos empeñados en convertir su día a día
en un auténtico infierno, no dejándole otro camino para escapar de
aquellas feroces dentelladas de odio que el que acabó con su vida.
Tras
este trágico episodio, los ladridos cesaron. Con la marcha de
Quiteria, toda esa ira que habitaba en aquellos niños y que los
llevaba a transformarse en canes enloquecidos desapareció de pronto.
Y como si de un milagro se tratara, se convirtieron en dóciles
perros, fieles al recuerdo de aquella pobre niña.
Por
algo Quiteria es la santa sanadora del mal de la rabia.