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Mártir III y último

Pero

en aquel momento era tan solo una niña. Una niña atemorizada por

una salvaje jauría de críos empeñados en convertir su día a día

en un auténtico infierno, no dejándole otro camino para escapar de

aquellas feroces dentelladas de odio que el que acabó con su vida.

Tras

este trágico episodio, los ladridos cesaron. Con la marcha de

Quiteria, toda esa ira que habitaba en aquellos niños y que los

llevaba a transformarse en canes enloquecidos desapareció de pronto.

Y como si de un milagro se tratara, se convirtieron en dóciles

perros, fieles al recuerdo de aquella pobre niña.

Por

algo Quiteria es la santa sanadora del mal de la rabia.