El peregrino llegó hasta la puerta de la posada y pidió por caridad algo de sustento. Pocos eran los que recorrían este tramo del Camino así que los parroquianos no le quitaron ojo de encima . Vestía un roído hábito franciscano y unas desgastadas sandalias. Portaba llagas en manos y pies similares a las heridas sufridas por Cristo en la Cruz. Pero lo más llamativo fue la cantidad de animales (pájaros, conejos...) que le seguían fielmente. Aquel desconocido parecía ser la reencarnación del mismísimo San Francisco de Asís. El posadero se frotó las manos. Ya veía el negocio. Durante unos días el menú incluiría caza menor.