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Bécquer y Veruela

Avanzaba

el poeta por el silencioso claustro, retumbando en su cabeza las

historias relatadas por los aldeanos reunidos al calor del hogar en

las frías noches de invierno. Inquietantes relatos acerca de

aquelarres y brujas como la temida Tía Casca, del imponente castillo

de Trasmoz, levantado en una sola noche y tantas otras narraciones

estremecedoras acontecidas en aquellas tierras dominadas por el

imponente Moncayo. De súbito, sintió una presencia a su espalda.

Algo extraño teniendo en cuenta lo intempestiva de la hora pues muy

atrás quedaron ya las campanadas de la media noche. Avanzó raudo

por la penumbrosa galería hasta alcanzar la puerta de la iglesia y a

volver el rostro, creyó adivinar una sombra oculta tras una laude

sepulcral. ¿Quién anda ahí? - acertó a decir con un hilo de voz

mientras sentía desbocarse su corazón en el pecho. Pero ningún

sonido más pudo salir de su boca desencajada cuando contempló con

total nitidez como aquella extraña figura, tras clavarle su pétrea

mirada, regresaba a su capitel bellamente labrado con una

perturbadora sonrisa dibujada en el rostro.