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Buenrollismo cultural. Capítulo 5: del asco al gusto (y altero el pasado porque me toca)

Hace unos meses vi un anuncio a bombo y platillo del SONORAMA, uno de los festivales señeros de la música alternativa e indie en este país. Para quien no esté muy puesto en dicha corriente musical, digamos que bebe casi en exclusiva de tendencias foráneas (anglosajonas, en su mayoría) y cuya idiosincrasia, al menos hasta anteayer, se llevaba bastante mal con cualquier seña de identidad medianamente castiza o tradicional española. Pues bien, en tal comunicado la organización del festival proclamaba, henchida de orgullo, que el cabeza de cartel sería nada menos que RAPHAEL. Cerré los ojos, sacudí la cabeza un par de veces y volví a leer, pero resultó que lo había entendido bien. En mi ignorancia pensé que los amantes de dicho estilo y habituales en tal cita anual montarían en cólera por lo que yo consideraba una tomadura de pelo hacia ellos y sus gustos… pero casi todos los que conozco aplaudieron encantados la noticia y se apresuraron a respaldarla con argumentos tipo “ya iba siendo hora”, “fue un pionero del género” y “Raphael somos todos”.

Por esa misma regla de tres, a mí se me ocurrió instantáneamente que, de no haber fallecido, Manolo Escobar podría haber encabezado el Viña Rock, que es el festi por antonomasia del denominado Rock Estatal, fundamentándome en que el difunto cantante fue el epítome de un sonido genuinamente ibérico. Seguramente será que yo me perdono con facilidad mis propias estupideces, pero ambos ejemplos me aparentaban la misma enjundia.

No voy a objetar que el señor Rafael Martos fuese algo adelantado a su tiempo en cuanto a modos y maneras (otros lo denominan “estrafalario para la época”), pero tanto como precursor de la música alternativa… A ver si esta reivindicación de la figura de Raphael va a ser un repetir de loro de la que, en su día, hicieron otras figuras de la farándula... Por ejemplo, Enrique Bunbury empezó a sacar la cara por el señor Martos cuando la crítica especializada comenzó a comparar sus tesituras vocales; siendo gótico-siniestro en su juventud, malpensado de mí, me da que mucho Raphael no escuchaba, sino que igual es que le conviene... Luego está el caso de Alaska, que le da lo mismo al lado de quien la sientes, sea Camilo Sesto o Jiménez Losantos, ella es fan de toda la vida, lo cual me lleva a concluir que esta señora o bien carece de criterio, o (más probablemente) adolece de un fariseísmo directamente proporcional a sus ganas de chupar candelero.

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En fin, que unos cuantos vemos al interfecto, más bien, como un cantante melódico de los de entonces, y dejando a un lado las diferencias estilísiticas, tan emblema de aquella cultura como lo fue el malogrado almeriense al que le robaron el carro. No obstante, opiniones personales aparte, de memoria ando bastante bien, y recuerdo perfectamente como los indies, hasta hace bien poquito, echaban pestes de todo este tipo de símbolos españolazos. Ahora resulta que en la estantería de los más cool, entre el disco de Lori Meyers y el de The Jesus and Mary Chain está el Grandes Éxitos de Raphael. Y yo me lo creo.

Me resulta absolutamente pasmoso constatar cómo también hemos no sólo cambiado sino hasta invertido nuestras escalas de valores en cuanto a la consideración social que damos a ciertos oficios, actividades y aficiones. Hace diez años un chaval manifestaba su deseo de ganarse los garbanzos como cocinero y a su viejo le entraba un sofoco, y le echaba una charla de tres cuartos de hora sobre lo esclavo que era el oficio y la vida tan perra que le esperaba… A día de hoy, entre que nos subimos todos al carro de cuatro chefs famosos (lo que consigue un español es, por ley, un triunfo de todos los españoles), y que nos encanta todo lo que nos venden los realities de la tele, los papis y mamis están poco menos que reservando plaza en las escuelas de hostelería según se acaba la Primera Comunión… Dejemos aparte la cuestión de que lo hagan pensando en las Estrellas Michelin y en los restaurantes con lista de espera de dos años, y no en el diminuto fogón de la Tasca Miserias, lo cual tiene el mismo fundamento que matricular a la criatura en un conservatorio o una escuela de música, creyendo que acabará en la Filarmónica de Viena o en los Rolling Stones, en lugar de la más que probable orquesta de verbena de pueblo…

Extiéndase el ejemplo a la albañilería, que gracias a los divinos programas de reformas domésticas ha pasado en nuestros ojos de sucio y trabajoso oficio para currelas a poco menos que fino arte plástico para celebridades en la materia; a las antaño sórdidas casas de empeño que ahora se nos presentan casi cuales escuelas de sociología y culturilla general; a la puja en subastas de bienes embargados, que siempre nos pareció miserable y carroñera, y ahora nos emociona como si fuese Eurovisión… Hasta el camionero de larga distancia, que nos apenaba por la de días que está lejos de los suyos, y en la actualidad nos lo presentan festiva y jovialmente como “el rey de la carretera”, y los tatuadores que antes nos daban miedo por la calle pero hoy son envidiadas estrellas mediáticas.

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Pero la gravedad no está en que hayamos cambiado de parecer, ya sea en casos como el del cantante o en el tema de los oficios. Es bueno y sociológicamente saludable abrirse a nuevas informaciones y gustos, dejando a un lado los prejuicios, y ya iba siendo hora de dignificar ciertas profesiones y actividades. Lo gordo es que no lo hemos hecho por convicciones ni reflexiones propias, sino porque los medios de comunicación nos lo han pintado de bonito y lo que nos desagradaba, de repente, nos gusta un montón. Y además, no me acuses de que antes me asqueaba porque es mentira y yo he sido forofo desde siempre…

Y lo más terrible es que pasado mañana pueden cambiarnos otra vez el cristal de las gafas, y Raphael volverá a ser casposo y si nos sale un hijo cocinero lo querremos matar a guantadas.

Y esas serán nuestras convicciones de toda la vida.