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El primer 'Hitchcock puro': El enemigo de las rubias (The lodger, 1927)

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"Una historia de la niebla de Londres".

Esta imagen del actor Ivor Novello, en la que queda retratado magistralmente el complejo de culpa y el subsiguiente merecido castigo, pertenece a la película de Alfred Hitchcock El enemigo de las rubias, también titulada El vengador (The lodger, 1927). En este plano se refleja la culpa del personaje (que no deja por eso de ser inocente en lo que a la trama principal de la película se refiere, aunque culpable, como todos, por el mero hecho de nacer y vivir, según la moral católica tradicional) en una doble dimensión: la terrenal, que será decretada por la justicia encerrando al condenado entre esos barrotes cuya sombra se cierne sobre el rostro del protagonista, y la "divina", la tan amargamente inducida en el propio Hitchcock y que él se dedicó a extender a sus personajes, proyectada en forma de cruz, además de en el rostro, en el alma del protagonista.

El enemigo de las rubias pasa por ser el primer "Hitchcock". No era, de hecho, su primera película sino la tercera, pero sí es la primera en la que, y el propio director lo dejó dicho, aparecen todos los ingredientes que caracterizarán la obra del genio desde ese mismo año de 1927 hasta su última película en 1976 (el suspense como principal elemento narrativo, el inocente falsamente acusado que debe huir del auténtico culpable y de la policía, la historia de amor surgida en plena angustia persecutoria, el humor negro, la doblez de los personajes, el clímax final en un entorno reconocible...). Incluso es la primera película en la que hace una de sus apariciones ante la cámara, en concreto dos veces (costumbre que empezó siendo una necesidad por la falta de figurantes, continuó como superstición y terminó siendo un gag para sus fans, una obligación que despachar en los primeros minutos del metraje para que el público pudiera concentrarse en la historia que narraba la película). En esta ocasión Alfred Hitchcock da rienda suelta a varias de sus primeras pasiones como director de cine, incubadas ya desde su época de estudiante. Dentro de la aburrida y poco sociable vida de Alfred, dominado por su madre y en un constante sinvivir debido a su estricta educación católica, sus pasatiempos o entretenimientos eran de lo más variado y de lo más extraño para un joven de su edad. Tenía, por ejemplo la afición, conservada a lo largo de toda su vida, de aprenderse los horarios de los trenes, y también los dibujos de los trazados de las líneas de tren y metro de Londres e incluso de toda Inglaterra, con sus distintas trayectorias y paradas. No es de extrañar, por tanto, el protagonismo que adquieren los trenes en sus películas.

Otra de sus costumbres por aquella época, atraído por el sentimiento de culpa, la idea del pecado y el hecho de que, a pesar de los claros mandatos de la religión al respecto, la gente cometiera actos tan inexplicables, era la lectura de las noticias de asesinatos que aparecían en la prensa sensacionalista. Leía y memorizaba los pormenores de los truculentos casos de muerte violenta que se daban en el país, pero sobre todo en Londres, devoraba las entregas periódicas de las historias de crímenes que se publicaban junto a la prensa, y, cuando ya fue más mayor, adquirió el hábito de, al igual que solía acudir al teatro o al cine con regularidad rutinaria, asistir a las vistas orales de los juicios por asesinato que habían sido la comidilla de los barrios cockney de Londres (también son motivo recurrente en sus películas aquellos que acuden como público a las vistas orales de los juicios, como en El proceso Paradine, de 1947, o Yo confieso, de 1952).

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De entre todas las historias de crímenes que coleccionaba en sus recortes o en su memoria con todo detalle, hubo dos que le impactaron especialmente. La primera, y a la que se hace referencia textualmente en la película 39 escalones cuando un tipo del público le hace una pregunta sobre él a Mr. Memory, es el caso del Doctor Crippen, que asesinó a su joven esposa y la enterró en un depósito de carbón (un estilo de vida alternativo, como diría Woody Allen). La segunda, cómo no, la historia de Jack, el famoso 'Destripador', en la que se basa esta película. El enemigo de las rubias cuenta la historia de un asesino de mujeres que comete sus crímenes mientras la policía busca desorientada sin descubrir ninguna pista concluyente. Al mismo tiempo, como nota principal que ya va a aparecer en toda la filmografía del maestro, se cuenta la historia de un inocente (Novello) acusado erróneamente de los asesinatos, y a su vez, otra de las bases fundamentales del cine de Hitch, se narra la historia del triángulo amoroso entre el inocente Novello, la hija, rubia por cierto, de la patrona de la casa donde se hospeda, y del pretendiente de ésta, curiosamente el policía que dirige la investigación para atrapar al 'Vengador', un metódico asesino que sólo mata mujeres rubias, siempre por estrangulamiento, siempre los martes, y siempre dejando su siniestra marca encerrada en un triángulo (irónico paralelismo con los tres ángulos de la historia de amor).

Como es de esperar, todas las pistas acusan al inocente Novello, perseguido por el prometido de la chica, que une a su celo profesional sus celos personales como motivación para la persecución (una vez más Hitch retrata a la policía como un ente amenazador más que como fuerza de seguridad ciudadana, y una vez más traza un genial y sarcástico paralelismo entre una historia criminal y el incipiente romance sentimental, tanto o más peligroso que la amenaza de muerte), y sólo el final conllevará la identificación del verdadero culpable. El desenlace de la película, necesariamente feliz como imprescindible tributo al público de la época (Hitch no se arrepintió nunca lo bastante de su empeño en hacer morir al niño de Sabotaje, 1936, lo que despertó en su momento las iras de los espectadores contra él) era justo el que Hitchcock no quería. Su intención era que el personaje de Novello fuera el auténtico asesino, y fijar el drama precisamente en el amor que una mujer, rubia además, pudiera sentir por un asesino aun siendo consciente de ese hecho.

Pero los estudios y los productores se negaron, aduciendo que Novello era una estrella y que no podía hacerle aparecer como un asesino ante el gran público (que desconocía la homosexualidad y adicción a los psicotrópicos del actor, que era considerado en Inglaterra una especie de Rodolfo Valentino, como retrata muy bien Robert Altman en su película Gosford Park, de 2001). La tesis de los estudios prevaleció, y Hitchcock tuvo que variar su planteamiento, lo cual volvió a sucederle más veces en su carrera (por ejemplo con el personaje de Cary Grant en Sospecha, de 1941, inicialmente considerado en el guion el asesino de su esposa y finalmente reconducido a la más estricta lealtad conyugal) y contribuyó a aumentar sus recelos por trabajar con grandes estrellas y a su desprecio por los actores en general y sus continuas comparaciones con el ganado. De hecho, cuando su carrera fue declarada finiquitada por gran parte de la crítica tras el fracaso de Marnie (1964) y la poca taquilla de Los Pájaros (1963) y Hitchcock, genio entre los genios, diseñó la primera versión de Frenesí (1966) que no llegó a terminar nunca, se opuso a trabajar con estrellas (el argumento de esta primera versión tenía muchas cosas en común con El enemigo de las rubias, puede decirse que era una especie de remake, pero con imágenes de desnudos y escenas de sexo, ¡en 1966!), línea en la que insistió al final de su trayectoria.

La historia está repleta, además, del habitual humor negro del director, como cuando retrata a las chicas rubias metiéndose mechones de pelo negro bajo el sombrero para aparentar lo que no son y salir tranquilas a la calle, o la angustiosa escena en la que el pobre Novello, perseguido por una multitud que pretende lincharle, salta una valla (la misma que se proyecta como barrotes en su cara en el plano de la primera imagen) y las esposas que lleva puestas (utilizadas también como metáfora del enamoramiento, o más concretamente de la prisión que supone el matrimonio) quedan enganchadas en las puntas de lanza de los barrotes.

La película destila una estética sombría, oscura, como corresponde a una historia de crímenes en el Londres de principios del siglo XX, pero ya destaca por ser una obra de una riqueza visual extraordinaria para las fechas en que fue rodada (ese excepcional plano, rodado con un techo de cristal, en el que desde el piso de abajo la familia imagina al personaje de Novello, al que suponen culpable, caminando de un lado a otro de su habitación, cavilando nervioso sobre la manera de librarse de la policía), y dejaba clara ya la magnífica predisposición de Hitchcock hacia el arte del cine, en el que se consagraría en las décadas posteriores hasta convertirse en uno de los cinco o seis mejores cineastas de todos los tiempos.