Blog | Por César Ferrero

Soria recóndita (II): integrados en el Duero

El Duero nos recibe, en Vilviestre (Foto: Iratxe Fernández de Velasco) El Duero nos recibe, en Vilviestre (Foto: Iratxe Fernández de Velasco)

Aunque es difícil medirlo con absoluta exactitud, el río Duero fluye durante unos 900 kilómetros. Nosotros nos centramos en recorrer cuatro, un trecho aguas abajo del embalse de la Cuerda del Pozo: entre el puente de la carretera que lleva a Vilviestre de los Nabos y el puente de Congosto, en Langosto, ambos núcleos pertenecientes a El Royo. Parece poco, ¿y cómo lo haremos? ¿A pie, en barca? ¡No!, en boogie, esa pequeña tabla playera para tumbarse encima y navegar entre las olas. Aquí no las hay, pero es perfecto para dejarse llevar. Esta vez, ni botas, ni prismáticos. Naturaleza, mucha. Y deporte: una especie de ‘hidrospeed’ más calmado.

Entre mis incontables proyectos pendientes y abandonados está el de recorrer el Duero entero en piragua, y hace tres años intenté llegar al menos hasta la mitad, con poco éxito. Hacen falta tiempo, buen equipo y experiencia, y yo solo tenía lo primero. Salí desde Vilviestre mismo, y me retiré el tercer día, en Los Rábanos, después de naufragar en la primera jornada no menos de 7 veces hasta Garray… El agua estaba más brava de lo que creía, y básicamente era mi primera vez: fue como lanzarse a correr el Tour de la que debutas sobre la bici. O peor, porque la piragua y el remo no te esperan en el suelo cuando vuelcas…

Eso sí, me sirvió para conocer desde dentro, literalmente, este tramo absolutamente maravilloso de la naturaleza soriana. Y catar qué fuerte baja la corriente del Duero jovencito. Tanto que, harto del proceso de volcar-buscar la piragua-vaciarla-volver a empezar, metí el remo en el hueco y me tiré al agua, agarrándome al bote como los piratas de Astérix al mástil de su barco hundido, y fue lo que más disfruté del frustrado viaje. Velocidad, un río estrecho pero vigoroso en medio de la llanura solitaria, ramas que a veces se cierran como una persiana horizontal… y un pescador sumergido hasta la cintura, fascinado al verme aparecer así, con el que mantuve una amena charleta.

Superando el puente en Vilviestre (Foto: Iratxe Fernández de Velasco) Superando el puente en Vilviestre (Foto: Iratxe Fernández de Velasco)

Así que, un año después de eso, hace dos, ideamos con un amigo otra modalidad: boogie en vez de piragua, nada de remos, y que decida la corriente, con aletas para ayudarnos a tomar impulso en los remansos. Aquella vez, también en julio, salimos en el mismo punto de Vilviestre, terminamos prácticamente en Hinojosa de la Sierra. Y nos gustó.Este año hay pocas variaciones: que somos tres, y que hemos acortado el viaje –nos quedamos con el primer sector, el de más brío fluvial-. Además, aunque no se pueda hacer virguerías fotográficas y la camarita se la juegue un poco/bastante, llevamos una con nosotros, a ver qué pasa. Para poder contarlo aquí. 

Agua con renovadas energías

El Duero del que disfrutamos es apenas un adolescente, aunque ya sabe lo que le deparará la vida: toparse con paredes artificiales que lo embalsan. Desde sus fuentes en la zona alta de Urbión, se despeña y gana en grosor hacia Duruelo, para tranquilizarse bruscamente en dirección a Covaleda (más que recomendable el tranquilo sendero a pie entre estas dos localidades, junto a la ribera, de belleza asombrosa) y seguir en busca de Salduero, Molinos y Vinuesa.

Alejándonos de Vilviestre (Foto: Iratxe Fernández de Velasco) Alejándonos de Vilviestre (Foto: Iratxe Fernández de Velasco)

No ha cumplido el Duero los 40 imberbes kilómetros cuando pierde la libertad absoluta de la niñez: choca con la presa de la Cuerda del Pozo, el primero de una quincena de grandes embalses que truncarán su ritmo hasta la desembocadura en Oporto. Le hace perder el cauce y desparramarse, anegando una buena cantidad de hectáreas. Pero tras el muro y su correspondiente aliviadero, su vida vuelve a parecerse relativamente a lo que esperamos de un río juvenil. 

Y ahí es donde entramos nosotros. Casualidad o no, las dos veces que los pioneros hemos hecho este extraño viaje hemos obligado a detenerse sobre el puente a un pequeño pelotón de niños en bicicleta, porque el espectáculo debe de merecer la pena. Consiste en unos desconocidos de aspecto más que extravagante, bizarros hombres-rana con casco de ciclista en la cabeza (por si las ramas bajas), aletas en los pies, chalecos salvavidas, flotadoras tablas bajo el brazo y carnes embutidas en el neopreno, entrando al río marcha atrás, que es más cómodo cuando te conviertes en palmípedo…

Parecerá excesivo, tanto material para tan pequeña travesía, pero nada en nuestro prestado equipo sobra. Realizamos la pequeña aventura el pasado sábado 20 de julio, y el agua seguía estando admirablemente helada, sobre todo cuando los brazos enteros entran en contacto con ella por vez primera. La encontramos medianamente turbia, o al menos yo la recuerdo mucho más clara, las otras veces. Según me cuentan, en Soria están saliendo a tormenta por tarde en la última semana, así que parece normal.IMG_5169-001

Be water, my friend

Pues nada, entramos hasta las rodillas y solo queda echar el boogie sobre la superficie, tirarse encima, chapotear un poco con pies y manos y se acabó, porque según te acercas al centro del cauce empiezas a planear, como si un repentino motor invisible arrancase desde la panza de la tabla. Pasamos bajo el puente, movemos los miembros más para combatir el ‘shock’ gélido que otra cosa y desaparecemos por la primera curva a la derecha. Al principio cuesta un poco dominar la tabla, que parece querer huir más ligero sin cargas encima, pero pronto se aprende a domarlo.

Nenúfar amarillo Nenúfar amarillo

Las tres veces que me he dejado arrastrar por estas aguas he sentido lo mismo: es fascinante, tan salvaje que parece un riachuelo patagónico. El Duero se mete en el campo, no se ven pueblos, no se ve gente, te sientes parte de un bloque líquido que viaja entre los fresnos, los sauces, los chopos, árboles que a menudo parece que se inclinan a beber, o a saludarnos. Esta vez no hubo saltos de truchas (actualización de última hora: mis compañeros, que me dejaron atrás, sí vieron una que pegó dos o tres, de un metro de altura), ni huída de garzas, pero otras veces hemos coincidido aquí, sin quedar. Y cuando las orillas se cierran tanto que parece que una toca con la otra, más emocionante resulta aproximarse, ¿qué habrá más allá…?

Lo cierto es que la apariencia salvaje solo es eso, solo tiene la mitad positiva del concepto, porque en realidad resulta todo amable, no hay peligro: aunque la corriente es fuerte, casi siempre haces pie, incluso hay tramos donde el fondo está sorprendentemente a mano sin que uno lo sepa. Apenas afloran rocas, salvo en los laterales, que no transitamos, y no hay ramas ni troncos de consideración, por lo que el casco es testimonial, aunque no esté de más: esto no es un parque temático, el próximo vendaval puede tirar uno y que se lo encuentre el próximo marinero de agua dulce...IMG_5175-001

Lo disfrutamos, pero menos que la otra vez. Nuestra impresión es que hay más agua que hace dos años y, paradójicamente, menos corriente… Otro amigo nos da una posible explicación: los rápidos se forman cuando el agua esquiva o salta los obstáculos del cauce; como ha llovido tanto este invierno, hay más líquido, el fondo queda más lejos y produce menos ondulaciones… No sé si será como él dice, pero al menos me parece verosímil.

Esto se traduce en que, sobre todo en la segunda mitad de trayecto, el agua no lleva tanta velocidad y tenemos que darle más a las aletas de lo que esperábamos. Sigue valiendo la pena, en cualquier caso. A mitad de camino nos dice adiós un grupo de bañistas, único factor humano de nuestra expedición, además de los amigos que esperan en la meta, que son los mismos que nos han ayudado e inmortalizado en la salida.

Tradicional cojera

En algunos remansos florecen nenúfares de pétalos amarillos, muy bonitos. A ratos las orillas se separan bastante, casi como entrando en Soria capital, otras volvemos a estar en un curso alto casi de montaña… Pierdo una aleta, como ya le pasó al otro en la primera edición: si el Duero solo se cobra estos tributos, yo me conformo. Ojalá llegué al Atlántico… ¿Y si se juntara con la de la otra vez? Si basta con dos casos, ya hemos inaugurado una tradición.IMG_5173-001

Por fin, hora y diez después de lanzarnos al agua, a la salida de otra curva escuchamos voces arriba, en el puente de Congosto, y algo más allá se aprecian los restos de los pilares de piedra de otro que hubo aquí mismo. A la derecha hay unas mesas de merendero: es el lugar convenido y además tiene fácil salida. El frío empezaba a hacerse notar tras tanto remojo a tan baja temperatura, y el agua siempre da hambre y cansancio. A ver qué tal han salido las fotos. Yo creo que volveremos el año que viene.

Llegando al puente de Langosto (Foto: Iratxe Fernández de Velasco) Llegando al puente de Langosto (Foto: Iratxe Fernández de Velasco)