Blog | Por César Ferrero

La Cebollera, cara 'B'

Ermita de Lomos de Orios: inicio y final Ermita de Lomos de Orios: inicio y final

Miro las montañas que hacen límite entre provincias como quien mira la luna: la ladera cercana es la familiar, la conocida. Pero por el otro lado está la cara oculta, como en nuestro satélite, que me parece mucho más lejana e inaccesible solo porque no se ve. Así me ha pasado siempre con el pico Cebollera, uno de los más altos de Soria (2.141 metros), que domina la comarca de El Valle. Dos de mis mejores amigos sorianos son precisamente de esta preciosa porción territorial, así que en mi lustro en la ciudad del Duero subí allí más de una vez y de dos. Pero siempre desde Soria, por Molinos de Razón y la Laguna Cebollera; nunca desde La Rioja.

Es que padezco un extraño síndrome, y creo que no soy el único: el de los mapas. No, a las hojas de ruta en sí no les hago mucho caso, ni sé usar el GPS -debería-. Me refiero a que los mapas son creaciones humanas que entre otras cosas marcan fronteras sobre el papel, y mi cerebro, inconscientemente, se las cree y las asume. En mi piso compartido de Soria teníamos uno muy completo colgado en la sala, obra de la Diputación Provincial. Pero todo ese derroche de detalle, al menos en la parte ‘física’, no era tanto a partir de la fina raya negra que separaba Soria de los territorios limítrofes, que también figuraban parcialmente. De las otras provincias apenas venían los ríos, nada de los montes: era como si las tierras sorianas estuvieran en mitad de una planicie.

Y hete aquí que la tendida pero alta Sierra Cebollera está precisamente repartida con La Rioja. Y sin darme cuenta, o sin darle yo importancia, ese mapa de la pared me invitaba a usar las botas y los prismáticos sobre todo por la que en ese momento era ‘mi tierra’, ignorando otras posibilidades casi igual de cercanas o atractivas. Lo mismo me pasó, pero en menor medida, con Urbión o el Moncayo, también fronterizos. Mi cabeza nunca contempló la ascensión desde la otra vertiente: es como si lo del otro lado fueran territorios bárbaros, como si la montaña solo fuera la mitad más a mano. Una estupidez con la que el pasado fin de semana terminé, al menos en lo que a la Cebollera se refiere.

Otro viejo conocido: el Moncayo Otro viejo conocido: el Moncayo

Curiosamente, el único parque natural riojano protege justo su parte de esta sierra, un sector del Sistema Ibérico de unos 30 kilómetros, entre los puertos de Piqueras y Santa Inés, cuyas cumbres no son tan abruptas como parecería corresponder a sus más de 2 kilómetros de altura sobre el nivel del mar. Hacia el sur, hacia Soria, el agua que mana, cae o se derrite desde la Cebollera va a parar al Duero, por medio de ríos como el Razón o el Razoncillo. Y la que prefiere bajar hacia la vertiente de La Rioja, en la zona de Camero Nuevo, irá a parar al Ebro, fundamentalmente canalizada por el Iregua. Como curiosidad, y según la web especializada en montañismo www.mendikat.net, el nombre de la cadena viene de la planta llamada asfódelo, gamón o ‘cebollero’.

El viernes pasado era el día de la ascensión. Para la ruta más clásica hay que ir al pueblo serrano de Villoslada de Cameros, donde está el centro de interpretación del parque; allí me informaron bien. Existen unos cuantos senderos señalizados, pero para recorrer los valles, no hacia los picos; según el personal del espacio protegido, se quiere evitar así que se anime ‘cualquiera’ sin experiencia a mirar a lo más alto. Sí que me mostraron sobre plano la ruta más lógica, que puede hacerse circular, y es lo que escogí: empezar en la célebre ermita de Lomos de Orios, desviarse uno por un amplio cortafuegos hacia el este, encaramarse a la cuerda de cumbres, hacer cima y bajar en busca de una pista forestal que nos devuelve al templo.

Cortafuegos entre el pinar; al fondo a la izquierda, Urbión Cortafuegos entre el pinar; al fondo a la izquierda, Urbión

¿Cuánto se tarda? “Eso es relativo”, me respondieron. Tanto por el estado de forma que tuviera como por la cantidad de nieve que presumiblemente iba a encontrarme ahí arriba, que ya podía ser importante. Y, más o menos, lo fue. Sí que me aseguraron que toda la vuelta son 21 kilómetros. Partes de 1.415 metros de altura, donde la ermita, y llegas a los citados 2.141 del pico Cebollera, pasando incluso por alguna elevación unos metros más arriba. Porque, ¡no es la altura máxima de la excursión! Resulta que el pico Cebollera es el más prominente, quizá el más bonito de la sierra, pero solo es el más elevado desde el punto de vista soriano. Metida hacia el lado riojano de la misma sierra está la Mesa de Cebollera (2.163 metros), una auténtica planicie con cortado, que desde algunos puntos de vista recuerda al pico Frentes. E incluso pasaremos por la casi inapreciable Mesa Sur (2.162 metros), en la misma cuerda hacia nuestro destino.

En Villoslada, enfrente del centro de visitantes, una señal te mete hacia una pista asfaltada que, en 9 kilómetros, te deja en la ermita de Lomos de Orios, en mitad de un precioso hayedo. Desde el santuario para arriba prácticamente todo el arbolado será pino silvestre. Luce preciosa la amplia escalinata de este santuario, uno de los más destacados de España si unimos celebridad, belleza y carácter montuno. Dejamos el coche aquí, y empieza el viaje. Sencillo, pero espectacular. Y, durante los próximos meses, muy blanco.

Ya en la cuerda, como en Canadá Ya en la cuerda, como en Canadá

Subiendo.

Desde el propio parking de la ermita, a la derecha de los peldaños, sale la pista forestal que nos encamina inicialmente. Un poste indica que por allí se va hacia la ‘Majada de las Disecadas’, senda nº 4 del parque. Ascendemos por la pista durante unos minutos, y cuidado porque en menos de un kilómetro, en una cerrada curva hacia la izquierda, deberemos dejarla para tomar un cortafuegos de buena pendiente. Digo cuidado debido a que las características de la curva no dejan ver que justo lo tenemos encima, y podríamos pasarnos de largo, como me sucedió a mí. Tampoco hay problema porque no mucho después hallaremos un cartel de la ruta marcada, con una advertencia como no he visto nunca en mi vida (‘¡¡Atención!! Ha sobrepasado el desvío a las cascadas de Fuente Ra. Retroceda 50 metros’). Ahí mismo, sube entre los pinos, a la izquierda, una pequeña senda que conecta nuestra pista con el cortafuegos.

Los siguientes minutos serán de empinado ascenso por esta amplia ‘avenida’ entre el bosque, en dirección a la cuerda. Atrás, no excesivamente lejos, vislumbraremos una montaña de perfil conocido, Urbión. Yo me encontré algo de nieve desde el principio (momento de colocarse las polainas), y en el tramo superior ya me hundía unos centímetros a cada pisada. Huellas de venados, jabalíes y pequeños carnívoros cruzaban una y otra vez, porque la nieve es así de indiscreta.

Casi arriba del todo el pinar se cierra en torno al cortafuegos, como un callejón sin salida. Pero con resquicios, porque afortunadamente nos podemos seguir moviendo entre los troncos. Con un poco de suerte identificaremos los hitos que siguen hasta la cresta. Fue para mí el tramo más complicado, con buena capa de nieve que hacía complicado avanzar, y sucesivos hundimientos hasta la rodilla.

Hacia la cumbre, con el alambrado limítrofe Hacia la cumbre, con el alambrado limítrofe

Un grupo de rocas –evidentemente tapadas de blanco, como un montículo de azucarillos desmoronado- nos indicará que estamos en la cuerda, concretamente en el alto de Cueva Grande (2.081). Como no se veía camino lógico y estaba todo atestado de nieve, lo que hice yo fue rodearlo, dejando la cima a la derecha y encaramándome poco a poco usando las piedras como escalones: es todo un descanso, eso de no hundirse. Arriba, la cuerda de la Cebollera es casi una llanura ondulada, con un impactante aire siberiano de estepa salpicada de coníferas que han retenido la nieve y parecen de hielo. También nos podemos asomar a El Valle, y a lo lejos la mole del Moncayo emerge inconfundible: efectivamente se asemeja a ‘Los Urales’, papel del macizo ibérico en la película rodada en Soria Doctor Zhivago.

‘Llaneando’.

El día que me tocó resultó soleado y de algo de ventisca, pero ya tan arriba el ‘terreno de juego’ estaba duro y apenas había hundimientos, agilizando mucho la marcha. No hay más misterio que seguir caminando hacia el sur, o sea hacia la derecha desde que alcanzamos la línea de cumbres, dejando abajo el valle por donde va la pista forestal que tomamos inicialmente. Aunque prácticamente no se noten, porque no son cimas abruptas, en unos 5 kilómetros pasaremos por los altos de La Gamella (2.102 metros), Mesa Sur (2.162) y La Chopera (2.135 metros).

Mástil en el mar helado Mástil en el mar helado

Bajando desde ésta hacia el último collado tendremos ya delante una cumbre mucho más empinada que el conjunto, y una línea de alambrado –oxidado y yacente- a nuestra izquierda: ahí está el pico Cebollera, con el vértice geodésico bien visible, como un mástil desesperado en medio de las olas antárticas que forma el hielo. Está hecho, ya. Si no me han informado mal, la alambrada marca el límite entre Soria y La Rioja y, ya que hay que cruzarlo para dar los últimos pasos, la pura cima de este monte rayano estaría del todo en tierras sorianas. Da igual, ya quedamos que las fronteras son invenciones nuestras, por lo menos en casos así. Tardé tres horas y medias desde Lomos de Orios, sin apenas paradas.

Las vistas son esplendorosas hacia las dos vertientes. Suerte poder contemplarlas: recuerdo mi primer intento –frustrado- de subir aquí, desde Soria: había tanta nieve y tanta niebla que no sabía por donde ir, solo se veía blanco por todas partes. Eso sí, tuve la mágica y nunca repetida sensación de estar metido en una caja absurda. Por suerte, mis propias huellas me sirvieron para deshacer camino hacia a la civilización.

La cumbre y su melena blanca La cumbre y su melena blanca

Bajando.

Me quedaban dos horas de luz natural, y es lo que tardé en volver al coche, totalizando unas 5 horas y media para todo el recorrido. Lo más fácil es lo que hice: descolgarse hacia el norte, es decir hacia el lado riojano, por un bonito circo glaciar que forma parte de los genéricamente llamados ‘Hoyos del Iregua’. Son praderas con lagunillas de las que nacen los riachuelos que se unirán en el inmediato río de ese nombre. En concreto, al pie del pico Cebollera está el ‘Hoyo Mayor’, desde el que mana el arroyo de Puente Ra. El descenso es vertiginoso, en parte porque la supuesta senda que hay no se ve por la nieve, pero aquí ésta sí que ayuda a bajar 'a saco', sin problemas. Ya en el Hoyo apenas se intuye el riachuelo, tapado por el manto blanco.

Bajamos un poco más y nos juntamos con nuestra vieja pista forestal pero unos miles de metros después, que da toda la vuelta a este valle. Simplemente la seguimos hacia la derecha durante media docena de kilómetros, predominantemente hacia abajo (atentos a los ciervos que pueden cruzársenos), no hay pérdida. Alcanzaremos de nuevo el desvío al cortafuegos, que evidentemente ignoramos y, en breve, la ermita y el pequeño aparcamiento. Con un aire más cautivador aún, cuando las luces se apagan.