Blog | Por César Ferrero

El Sella y sus pequeños buzos

Si te gusta la naturaleza y estás en Asturias, afortunado tú: no te quejes, que más no puedes pedir. Cumbres y playas, bosques intactos y prados con vacas, fauna que no queda ya en casi ningún sitio… ¡hasta palmeras, en las casas de indianos! Y otra de las posibilidades son las aguas de interior. Si paras en el Principado y es cerca de Arriondas, casi te sientes en la obligación de cambiar por un día las botas por las palas de remar. El río Sella suena a Descenso Internacional, ese multitudinario que lleva en marcha desde 1930 y trae consigo en su entorno una fiesta de las que marcan época. La consecuencia es que piraguas vas a encontrar allí por todas partes, y no hay mejor manera de conocer un curso fluvial. Que, por cierto, es una gozada.

El río bello El río bello

El Sella nace en los cercanísimos Picos de Europa, en el municipio leonés de Oseja de Sajambre, y tiene vida corta, 65 kilómetros aproximadamente. Pero intensa, como todos los ríos que dan al Cantábrico. Enseguida traza, por ejemplo, el magnífico desfiladero de Los Beyos, flanqueado por la carretera N-625. Se mete plenamente en Asturias, lo cruza el famoso y celebrado puente medieval de Cangas de Onís –con la cruz de la bandera asturiana colgando, bien grande- y poco después alcanza Arriondas. Desde aquí, en el curso medio, quedan unos 20 kilómetros hasta el puente de la ría de Ribadesella, que es el tramo que realizan los fenomenales palistas federados cada primer sábado de agosto. Y metros después, el Sella se hace uno con el mar.

A nosotros los desacostumbrados nos dejan hacer un buen tramo, de todas formas: los 16 kilómetros desde la propia Arriondas hasta el puente ferroviario de San Román, en la localidad de Llovio, a unos 4 kilómetros de la meta de los profesionales. A ritmo de paseo agradable se tardan 4 horas o menos, dependiendo de lo que te esmeres o te pares a contemplar. Las parejas ganadoras de palistas ‘de verdad’ completan sus 20 kms. en hora y pocos minutos, para que nos hagamos una idea. Además, las múltiples empresas con embarcaciones de la comarca te suelen dar oportunidad de retirarte antes si quieres, en nuestro caso el puente de Toraño (kilómetro 7) y la pasarela peatonal de La Uña (kilómetro 11), y allá donde les cites irán a buscarte en furgoneta. También tienes bidón estanco con bocata, fruta y agua, neopreno, etcétera. Y hasta hay puntos de venta de sidra y cervezas…

Muy dominguero, sí, pero dudo que haya muchos que se salgan del río antes de tiempo. Porque durante la mayor parte de este tramo ribereño, el Sella es una maravilla de aguas oscuras y frondosos sotos, que se interna por la rocosa y casi costera Sierra del Sueve. Yendo fuera de temporada, como ahora mismo, el nivel de piraguas es perfectamente soportable, y aunque el agua se descuelgue hacia el mar rodeado de civilización (entre la carretera N-634 y el tren de vía estrecha de FEVE), nos encontraremos trechos perfectamente pintorescos y solitarios. Tampoco hay pescadores, porque la vía fluvial está cerrada a la pesca de agosto a marzo. Estamos en un río truchero y salmonero, aunque para ver alguno de estos últimos subiendo a desovar va a hacer falta un poco de suerte, o más.

'Rápidos' sin más complicación que no embarrancar 'Rápidos' sin más complicación que no embarrancar

La dificultad de la travesía es nula, solo tendremos que ayudar un poco a la corriente. Apenas hay tablas o superficies totalmente planas, pero tampoco rápidos de entidad: el peligro es inexistente, y la prueba es que no te dan ni casco. La profundidad en estos momentos, nos dijeron, es bastante parecida a la que había en agosto, cuando el Descenso. O sea, no llega a cubrir a una persona mediana en los tramos más profundos. Y en los menos, necesitaremos suerte o habilidad para no encallar. En estos trozos, los ‘buenos’ cargan al hombro con la barca y siguen corriendo hasta que haya caudal. Nosotros podemos tomárnoslo con más tranquilidad.

Figuras para un cuadro

Piragüear no requiere de botas, y en este caso tampoco de prismáticos. Estorbarían, se podrían caer y desaparecer. Y lo bueno es que, integrados en la corriente, remando como durante décadas lleva haciendo mucha gente por allí, los animales ni te dan importancia. Pasas por encima de infinidad de peces, en nuestro caso múgiles que habrían remontado desde el curso bajo. Esa desembocadura que en ningún momento llegamos a intuir, aunque se supone que nos desplazamos por los cursos medio y bajo, y nos quedamos a 5 kilómetros del Cantábrico. Pero llaman más la atención las aves.

Las preciosas garcetas comunes, de blanco plumaje, patas negras y pies graciosamente amarillos, buscan cazar algún incauto ser en las orillas, con su aspecto de arpón preparado para el disparo. También hay una pariente gris y grandota, la garza real. Huyen estrepitosos los cormoranes, graznan escandalosamente las cornejas que cruzan por el aire, de orilla a orilla, sin necesidad de las pasarelas que de vez en cuando comunican los dos lados. ¡Quién fuera volador! Hay decenas de ánades reales, que dejan una estela como la nuestra al deslizarse sobre el líquido elemento. Tan comunes que nos hemos olvidado de que también son preciosos.

El ánade real, una constante El ánade real, una constante

Pero bueno, cada cual tiene sus preferencias en todos los aspectos de la vida. Y, entre los seres que ocupan los puestos altos de mi ranking de satisfacción, figura uno que en el Sella se me presentó delante. Disfruté el doble, porque por desgracia nunca he vivido habitualmente cerca de ríos limpios y a tramos relativamente salvajes como éste. De pronto, en una parte un poco más rápida, de cantos rodados que amenazaban con hacernos embarrancar, una especie de paloma pequeña parecía darse un baño. Se metió unos segundos bajo el agua, salió, se trepó a una piedra, flexionó unas cuantas veces las piernas haciendo que el cuerpo entero subiera y bajara como si tuviera muelles, y ahí lo vi bien, con su color chocolate y un amplio ‘babero’ blanco. ¡Un mirlo acuático! Uno de los pájaros más extraordinarios de Europa.

En España, es más frecuente donde más arroyos y riachuelos hay como los que a él le gustan, es decir limpios y de notable corriente. Eso pasa sobre todo en toda la húmeda franja norte, de Galicia a Cataluña. En el centro y el sur de la Península se concentra sobre todo en las montañas, por ejemplo las del norte de Soria.

Único en su clase

Me apasiona este mirlo acuático, otro bicho con superpoderes. Será la atracción que suscita lo especial. No es el único emplumado que vive de cara a las aguas. Hay flechas vivas como los alcatraces, que se tiran desde el aire al agua, como proyectiles, para capturar por sorpresa los peces que han identificado desde arriba. En cierto modo, el colorista martín pescador también funciona así. Pero son como nadadores humanos que se lanzaran desde el trampolín, y terminado el impulso volvieran a la superficie. Otros pájaros pescadores, como los cormoranes o algunos patos, bucean impulsados por sus patas palmípedas, se desplazan como nuestros hombres-rana. Pero el pajarillo rechoncho de las corrientes es otra cosa, puede hacer algo para lo que no están capacitados los demás: se sumerge, ‘vuela’ bajo el manto líquido aleteando con gracia y ¡hasta camina por el fondo! Sería el equivalente a los buzos ‘de escafandra’.

El mirlo acuático, un visitante siempre bienvenido El mirlo acuático, un visitante siempre bienvenido

Desde que me encontré con el primero fue un amor a primera vista. Uno diría que se acercó a la orilla a ver el agua pasar, o a ver su imagen reflejada. Y de pronto, salta dentro del charco y tarda un rato en salir, prácticamente intacto, con el plumaje bien protegido por el aceite que lo impermeabiliza. Lo produce una glándula cerca de la cola, que él extiende luego con el pico. Se calcula que puede permanecer 30 segundos bajo el agua, aunque normalmente sus inmersiones son breves pero muy abundantes. En aves de su tamaño, no hay nada ni medio parecido. Y se mueve, se mueve mucho. No da pie al aburrimiento.

Ahí abajo, se vale de su fino pico, mínimamente curvado hacia arriba, para levantar guijarros en busca de su alimento: insectos subacuáticos y pequeños moluscos y crustáceos de río. Una de las preguntas que surge al verlo en acción es, ¿cómo lo hace? Porque su hábitat predilecto es de fuertes y límpidas corrientes, y el animal es poca cosa. En cambio, ha desarrollado una técnica depurada, con la cabeza inclinada para abajo, de modo que la propia corriente pase por encima de su cuerpo y lo pegue al fondo. Además, una membrana cierra los agujeros del pico en esos instantes ‘fuera de elemento’.

Sinónimo de pureza

Normalmente, esta ave sin par vive más arriba de donde me lo encontré, en los arroyos montunos de cierto caudal. Pero cuando no hay mucha agua, como después del verano, o cuando el invierno congela esas zonas, a veces tiran un poco más para abajo si el río reúne condiciones –se ve que el Sella sí-, y hasta llega a los estuarios. Si esta especie anda por ahí, suele ser buena noticia ambiental, ya que necesita aguas poco alteradas, porque allí es donde proliferan los bichillos de los que se nutre. Por esto, también, se nota que su número decrece en las últimas décadas: la contaminación es uno de sus grandes enemigos.

En esta parte de Asturias se encuentran a gusto, o eso da a entender su presencia en el Sella. Porque después del primer ejemplar, a medio camino entre salida y meta, otro nos dedica ese vuelo pegado al espejo, con el que se aleja de nosotros los curiosos. Y poco más adelante, tres juntos coinciden en pequeña bandada, raro en unos bichos tan territoriales. ¿Papá, mamá y un hijo adolescente? A saber. En años buenos pueden realizar dos e incluso tres puestas. Está bien como despedida, a saber cuándo será el siguiente encuentro. Al fondo, el enrejado azul del puente de San Román, inconfundiblemente ferroviario, anuncia tras la última curva que el paseo se termina. Ha sido recomendable, repetible y con premio.

Prodigio de las corrientes (FOTO: naturalezaypicosdeuropa.blogspot.com.es) Prodigio de las corrientes (FOTO: naturalezaypicosdeuropa.blogspot.com.es)