Blog | Por César Ferrero

El coloso discreto

2:47 horas de la madrugada del 1 de agosto de 2013, cerca de Muelas de los Caballeros (comarca de La Carballeda, Zamora), ladera sur de la sierra de La Cabrera, límite norte provincial con León. La naturaleza española recibe la noticia del año, cuando no de la década o más allá, en forma de histórica imagen. El apicultor Isidro Bordel, harto de encontrar sus colmenas asaltadas en los últimos meses y de las tomaduras de pelo de sus vecinos, había acordado con la Junta instalar allí cámaras de fotos con sensor de movimiento. Y esa noche el llamado ‘fototrampeo’ funcionó varias veces. Un oso pardo, detalla el valiosísimo reportaje gráfico, se deleita con la miel en Zamora. Oficialmente llevaba un siglo sin suceder.

Los osos pardos más cercanos pueblan la Cordillera Cantábrica, al otro lado de la vasta provincia vecina de León. ¿Cómo llegó? Dicen los expertos que es un adulto joven, y esos tienden a moverse mucho. Sí, pero, hasta ahora, siempre dentro de los límites de la empalizada norte de la Península. Pudo venir, me imagino yo, desde los Ancares, entre Lugo y León (límite oeste de su distribución), y tirar hacia el sureste por los montes Aquilanos y El Teleno, hasta Muelas. Superando mucho asfalto, muchos líos. Y, ¡sin ser detectado!

En realidad, Bordel y los técnicos de la Junta ya tenían indicios anteriores, más que suficientes. Pelos, rastros de uñas, ¡huellas! “De qué iban a ser, ¿de un tejón grande?”, ironiza para www.desdesoria.es el propio apicultor, que recuerda “lo que he tenido que aguantar” entre los paisanos, que hablaban de un ‘oso de dos patas’ como autor de los destrozos. Desde entonces, “algunos han venido a pedirme perdón”.

Oso pardo 'capturado' en Asturias mediante la misma técnica de fototrampeo nocturno (FOTO: FAPAS) Oso pardo 'capturado' en Asturias mediante la misma técnica de fototrampeo nocturno (FOTO: FAPAS)

‘Giorgino’ era el nombre con el que empezaron a llamar al animal o impostor, finalmente lo primero. Cuenta Bordel que en teoría hacía “entre 80 y 100 años” que el oso pardo no pisaba esa sierra, y por extensión la provincia de Zamora, “pero yo creo que pudo haberlos hasta hace 50 ó 30 años”. Han sido discretos, eso sí.

Argumenta que hasta que hace unos lustros él puso las suyas, “antes no había colmenas tan altas”, las anteriores “estaban más cerca del pueblo, a 500 metros para arriba” y los osos no se atreverían a bajar, por lo que quizá los locales no se enteraron de que siguió más tiempo.

En esas en partes altas de la sierra, el animal tiene miel y frutos como los arándanos en abundancia, y visita su particular fuente dulce cada 3 semanas. Bordel está contento a medias: ya no soporta chanzas, pero espera que los daños no los pague su gremio…

La cuestión es que se trata del primer movimiento claramente expansivo del oso pardo ibérico desde que, hace un siglo, quedó confinado en las alturas cantábricas y el Pirineo. Según los expertos, es fácil que tras una temporada de aventuras en La Cabrera marche hacia quién sabe dónde, quizá de vuelta a su lugar de origen, donde mora, ¡que se sepa!, el resto de sus congéneres. “Yo creo que se va a quedar”, opone Bordel, porque “tiene de todo por allí”… salvo compañía.

Crónica de unas cifras pírricas

El tópico colectivo dice que el oso pardo es el clásico mamífero de lo más profundo de las montañas. Y tiene su sentido, porque hace mucho que es así. En realidad, el plantígrado (así se llama a los mamíferos que apoyan toda la planta del pie para andar, como los osos… o los humanos) es tan versátil, tan inteligente, tan omnívoro (de ciervos a salmones, pasando por insectos, frutas del bosque y, por supuesto, miel), que en realidad podría vivir en cualquier sitio. Lo de las montañas es medio nuevo: es que se ha tenido que subir ahí, naturalmente huyendo de nosotros y nuestras devastadoras consecuencias.

En su momento el oso pardo poblaba casi toda la región Holártica (Europa, Asia no tropical y Norteamérica), evidentemente presentando razas distintas, desde lo gigantescos osos Kodiak de Alaska hasta las variedades más pequeñas, como la española. Pero, sobre todo en Europa occidental, el hacha y el rifle lo masacraron; solo quedan en España, Italia y Francia (Pirineos), sumarán poco más de 300 ejemplares. Se calcula que de Soria desapareció en torno al siglo XVIII.

Hayedo del Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias (Asturias), en el 'país del oso'. Hayedo del Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias (Asturias), en el 'país del oso'.

Hay que irse hasta los Balcanes para encontrar más, aunque precisamente de allí, concretamente de Eslovenia, procede originalmente buena parte de los aproximadamente 25 que habitan los valles pirenaicos, a caballo entre ambos lados de la frontera. Eran tan pocos que desde 1996 Francia empezó a reforzarlos con ejemplares de aquella raza, genéticamente próxima y más o menos con excedentes para exportar.

Y lo dicho, en la Península quedaron divididos entre Cordillera Cantábrica y Pirineos, poblaciones que perdieron todo contacto hace muchas décadas. En la primera mitad del siglo XX, incluso, los que se dividieron fueron los cantábricos, unos 200: la mayoría se concentra en la población occidental, de Asturias-León-Galicia, de la que se supone que procederá ‘Giorgino’; y unos pocos resisten en la oriental, de Asturias-León-Palencia-Cantabria. En la zona del puerto de Pajares, que separa ambos núcleos, hay mucha infraestructura concentrada y dificulta que se comuniquen.

La consanguinidad es el problema recurrente del oso pardo ibérico, igual que del lince y otros seres que sobreviven en el alambre. Aún así, la cosa fue mucho peor en los años 80, cuando no quedaban más de 70 osos en la Cordillera. Aquí sí, el trabajo de administraciones y ONGs como la Fundación Oso Pardo o el FAPAS ha servido, y mucho. Parece que el peligro crítico ha pasado… por ahora.

¿Cómo lo lograron?

Por un lado, 200 y pico ejemplares en el conjunto peninsular son poquísimos. ¿Cuántos habrá llegado a haber en su máximo histórico? Pero por otro, yo no le encuentro explicación. Porque no estamos hablando de un conejo, que desaparece entre cualquier matorral. De pie sobre sus patas traseras, propiedad muy de oso que utiliza el animal para otear y defenderse, un macho adulto asturiano –mayor que la hembra- supone más de dos metros y pico de mole. A cuatro patas algo menos, pero su aspecto siempre resulta muy voluminoso: el peso masculino promedio es de 150 kilos, y 300 el máximo…

Buscando algo de provecho cerca del 'Homo sapiens' (FOTO: FAPAS) Buscando algo de provecho cerca del 'Homo sapiens' (FOTO: FAPAS)

Pese a todo esto, porcentualmente muy poca gente ha visto un oso en muchos lustros, incluso entre los vecinos humanos de su hábitat o entre los millones de excursionistas que cada fin de semana atraviesan todos los parajes posibles: es bestial, pero puede pasar completamente desapercibido.

No lo encontraron ‘a fondo’, tanto como para extinguirlo, ni siquiera los furtivos o alimañeros. Siguió procreando y tirando para adelante a pesar de cepos, lazos, vías de tren, autopistas, batidas, enfermedades… Nunca lo he terminado de entender, pero me encanta.

El país del oso

‘Asturias, paraíso natural’, dice el eslogan turístico del Principado. Es publicidad, pero yo estoy de acuerdo. De lo que yo he visitado y lo que a mí me gusta, es lo más completo que existe: desde cabos vertiginosos y playas fantásticas hasta cumbres de vértigo mirando al mar y bosques inmensos y casi vírgenes, poblados aún por todos, sí, por todos sus habitantes primigenios.Y, dentro del paraíso, la mayor concentración de osos y todo lo demás está al suroeste. Entre los parques naturales de Somiedo y de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, conectados ambos espacios por el ‘corredor de Leitariegos’. Los osos se mueven con mayor soltura de Somiedo a Narcea, y viceversa, que del occidente al oriente asturiano.

Allí me dirigí, claro, siguiendo mi política de ‘velo una vez antes de morir, tú o él’. Convenientemente asesorado, un abril me dispuse a pasar unos días en el occidente asturiano, en el valle del Narcea. Me moví por varios sitios, incluido el mágico bosque de Muniellos, que presume de ser el mayor robledal de España y uno de los menos alterados de Europa: hoy, solo dejan entrar a 20 personas al día. Completé el precioso recorrido circular que lleva a sus secretos lagos, pero los osos no suelen salirte al paso.

Mastines guardianes, en el puerto de Leitariegos Mastines guardianes, en el puerto de Leitariegos

Había que hacer esperas, y el lugar indicado era un mirador con amplia vista sobre la ladera de enfrente: desde la carretera del fondo de un pequeño valle, suponía tres cuartos de hora de pista ascendente, y paciencia. Así todos los días, en doble tanda: antes del amanecer y con las últimas luces, cuando más se mueven los mamíferos. En ocasiones me encontraba yo solo, otras veces nos juntamos allí hasta 10 personas, algunas con telescopios. Todos observando.

Subiendo la primera mañana casi me choco, como conté en el anterior ‘post’, con un precioso lobo. No lo vi más. Y, pese a que a veces se multiplicasen los oseros, empecé a desesperarme porque llevaba 4 días y, ni rastro, además de que madrugar tanto lo llevo mal. Jabalíes, corzos, rebecos, cabras domésticas…. Mirar y mirar, pero el motivo de mi presencia no salía.

El regalo

Por fin, la mañana del 16 de abril, subí y me encontré con el todoterreno de la Fundación Oso Pardo, y uno de sus guardas, un joven del pueblo más próximo, al que ya había visto otra vez por allí. Tenía un telescopio muy moderno, y básicamente lo tenía, porque yo no pasaba de los prismáticos. Nos pusimos a hablar en voz baja, aunque nuestras miradas se dirigieran siempre cientros de metros más allá. Me contó anécdotas apasionantes con la fauna salvaje, le expliqué mi desazón (“es que nunca sabes dónde va a estar el osu, igual cambia unos días al otro lado del picu”) y fue pasando el tiempo, entretenido.

Entonces, mientras seguía mi charla con aparente atención, el chico, mucho más habituado a observar, me señaló el ocular de su telescopio: “Mira a ver qué te parece esto”. Miré y encontré tres pequeñas montañas de piel marrón, buscando entre unos arbustos: lejos pero, gracias a la óptica, sumamente cerca, nítidos. Una osa y sus dos crías grandes, de la temporada anterior, una de ellas muy rubia. Para él no era una novedad, y pude recrearme largo y tendido, durante media hora larga.

Soy un desastre para las fechas, pero lo recuerdo bien: aquel 16 de abril se me juntaron osos y cumpleaños.