Blog | Por César Ferrero

Desfiladero busca inquilino

Era diciembre del año 2000, o eso creo. En Soria, el Duero se congeló y la gente patinaba sobre el hielo, lo vi en el Telediario. Y yo tenía unos días de vacaciones, que biengasté en Canarias. Nada de sol y playa, aunque allí el tiempo casi siempre acompañe: pateo por El Hierro y La Gomera, sobre todo, y visita a amigos en Lanzarote. Qué grandes son estas islas: ninguna se parece a la de al lado.

Una mañana en los bosques de laurisilva del Parque Nacional de Garajonay, La Gomera, me encontré a otro parecido a mí pero con más arrojo, de la misma edad, bastante más rubio. Se llamaba Jan y era esloveno, llevaba la mochila y el escueto equipo de vivac encima. Nos pasamos el día charlando de excursiones y parajes mientras caminábamos por los senderos, y aunque nuestras vidas se cruzaron solo ese día, para mí fue un inspirador. Venía de subir los 3.700 metros del Teide de la vecina Tenerife: desde el mar, en dos jornadas. Con otros chalados, seguí su ejemplo una década después (tarde o temprano formará parte de este blog).

Y me contó, además, que había estado en los Cárpatos, y en los Alpes, y en los Balcanes. Pero que su gran proyecto era cruzar los Pirineos de tirón, de mar a mar, porque, creía él, son la gran cadena montañosa menos alterada de Europa, sobre todo por su vertiente sur. También tomé nota, y tras un intento fallido lo hice –no sé si él cumpliría- entre mayo y junio de 2005 (tarde o temprano formará parte de este blog, y 2). Allá donde estés: gracias, Jan.

FOTO: www.online-utility.org FOTO: www.online-utility.org

Esos de 2005 fueron 28 días muy sufridos, la verdad. Caminar y caminar, como nunca en mi vida. Mucho botas y poco prismáticos, aunque siempre los tenía a mano, con la correa cruzándome de hombro derecho a costado izquierdo. Y aunque el guión pedía mirar mucho más al suelo que al cielo, siempre echo un ojo arriba, y más en mis montañas mágicas (y las de millones más, sé que no soy original). Tarde o temprano, en tanto trote, tenía que aparecer mi ave favorita. El quebrantahuesos, el señor de las altas cumbres. La más escasa de las rapaces europeas.

Empezando por el nombre, que da la pista sobre dieta y costumbres, todo me parece alucinante en este extrañísimo buitre, de jugos gástricos tan potentes que sí, que puede digerir huesos...

En vuelo, de un dominio y solemnidad magistrales, impresionan los dos metros y pico de punta a punta de las alas, la silueta más afilada que la de otras rapaces, la cola en forma de rombo, como un cuervo gigante. Y el contraste cromático entre el negro de alas y cola y el naranja de pecho y cabeza. Y esa cara que a menudo se ve perfectamente desde tierra, con la peculiar barba negra que le cuelga del pico, y los ojos blanquecinos, penetrantes, rodeados de un aro rojo y bajo una especie de ceja negra.

Postales pirenaicas

Cada vez que lo veo, y no han sido muchísimas, me acelero de la emoción. Y dado que el 85% de la población continental de quebrantahuesos habita en los Pirineos y sus serranías próximas, ese mes de viaje a pie por valles y collados tenía que dejarse admirar, por pura probabilidad. Fueron tres veces, a cual mejor. Curiosamente todas en Huesca, aunque en Cataluña o Andorra bien pudiera habérseme presentado también.

Fueron tres momentos que quise ver como simbólicos. Un pequeño ‘dosmil’ es la Peña Ezkaurre, frontera entre Navarra y Aragón, en cuyas faldas se forma el primer ibón o lago de montaña de la cordillera. Viniendo desde el oeste como venía yo, para mí era la puerta del auténtico Pirineo. Y justo ahí me dio la bienvenida el ‘buitre-águila barbado’, que dice el nombre científico de Gypaetus barbatus.

Unas jornadas después, llaneé –sí- por el maravilloso y entonces florido Achar d’Aguas Tuertas, a 1.600 metros.  Es una verde planicie, todo un pasillo entre cumbres, donde el río Aragón Subordán se remansa y hace ¡meandros! durante unos pocos kilómetros, como si estuviese a punto de dar al océano; lo que le depara la realidad es convertirse en cascada poco más allá, que es lo suyo entre barrancos. Ahí, llegando desde el fondo del altiplano como un jumbo, el quebrantahuesos hizo otra pasada baja, inolvidable.

Y a los 11 días de partir desde el Cantábrico, ya en el fabuloso –y normalmente concurridísimo- valle de Ordesa, superada la famosa cascada de la Cola de Caballo y subiendo hacia el refugio de Góriz, paré un momento a alucinar con el paisaje que dejaba a mis espaldas. Y pensé, puedo jurar que fue así, “solo falta él” en la postal. El paisaje lo pedía, y no me decepcionó. Segundos después, siguiendo la curva que hace el cañón, un ave enorme se deslizó sin esfuerzo, y a pocos metros describió unos círculos a mi alrededor y se dejó llevar por el viento hacia el Monte Perdido. En Ordesa no es una rareza. En mi vida, sí.

Valle de Ordesa (Huesca) Valle de Ordesa (Huesca)

-Inciso: Los que me conocen saben que nací sin olfato: mi experiencia pierde riqueza, igual que mis descripciones. Para mí, el sentido evocador es el oído, y a veces sufro una evocación a la inversa, es decir que imágenes o texturas me remiten a sonidos del pasado. Ese día de Ordesa solo se escuchaba el aire, pero de fondo sonaba un coro de las noches infancia. Cada vez que el quebrantahuesos planea ante mí, vuelve a mi cabeza la música trascendente, celestial, del primer minuto y 20 segundos de este vídeo:

 http://www.youtube.com/watch?v=myOiyctvOoY

Despoblado de Picos

Cualquiera que visite alguno de los muchos despoblados de Tierras Altas de Soria me entenderá. Asomándose a las antiguas viviendas de techos derruidos, observando los restos desmoronados de camas, sillas y cestas, uno tiene cierta sensación de estar profanando algo, primero, y de tristeza por la vida que allí hubo y se esfumó. La primera vez que fui a Vea, a hora y pico de camino de cabras desde San Pedro Manrique, quedaban hasta los pupitres de la escuela. Es fascinante y triste a la vez: intuyes, imaginas, a sus habitantes. Pero no están.

Me pasa un poco en Picos de Europa, ese pequeño pero intensísimo sector de la Cordillera Cantábrica, en la triple frontera entre Asturias, León y Cantabria. Tan cerca de las olas como espectacularmente escarpado, tan pirenaico en algunos aspectos. Allí viví mis dos mejores veranos de siempre, en los campamentos naturalísticos del FAPAS, ONG ambiental asturiana. El pico Urriellu, la garganta del Cares, el desfiladero de la Hermida… piden quebrantahuesos, igual que el valle de Ordesa lo pedía, igual que los pupitres de Vea suspiraban por sus perdidos alumnos. Hay buitres leonados, hay águilas reales, son preciosos… pero me falta algo.

Y no es una intuición desacertada. En 1900, el quebrantahuesos poblaba la mayor parte de sierras de la Península Ibérica, también algunas de las sorianas más abruptas. Pero el veneno y la caza fueron aniquilándolo. En los años 60 se extinguió en Picos de Europa, un espacio que parece el prototipo de casa idílica para la especie. En los 80 desapareció en la sierra de Cazorla, Jaén, último reducto no-pirenaico.

Quebrantahuesos en el parque natural del Alt Pirineu (Lleida) Quebrantahuesos en el parque natural del Alt Pirineu (Lleida)

Pero no solo sucedió en España: el tal Homo sapiens se lo cargó también en los Alpes, los Cárpatos, los Balcanes (esas cordilleras más machacadas, según Jan) o grandes y montunas islas del Mediterráneo como Sicilia o Chipre. Parece que en Grecia continental duró hasta hace poco, pero ahora mismo las 115 parejas reproductoras que quedan en Europa según la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos (FCQ) se reparten entre Pirineos (sobre todo), Córcega y Creta; además de algunas de repoblación reciente que han vuelto a los Alpes. Al margen de nuestro continente, también existe en ciertos puntos de África y más en las elevadas cumbres asiáticas, pero está amenazado a escala mundial.

Reconquista a la inversa

El caso es que la misma visión de Ordesa, de peña Ezkaurre, del Achar d’Aguas Tuertas, del Alt Pirineu de Lleida posteriormente… podría haberme sorprendido hace poco en la ruta del Cares. A veces llegan de Pirineos ejemplares erráticos, pero sobre todo la misma especie que los erradicó… empieza a facilitar, ahora, su vuelta.

Garganta del Cares, en Picos de Europa Garganta del Cares, en Picos de Europa

Un ave tan hiperespecializada en dieta ‘osteófaga’ (que come huesos, y más desperdicios de las carroñas que otros buitres son incapaces de aprovechar) necesita de grandes territorios para ganarse el pan, o el fémur. Esto es, ni en su esplendor pudo ser nunca abundantísimo en ninguna parte. Gracias a la protección estricta en los Pirineos, su población ha mejorado en las últimas décadas, llegando a su ideal en algunos sectores, y los jóvenes –siempre más aventureros- o adultos sin territorio, grandes voladores, se dan largos garbeos que a veces les llevan por el Moncayo y por Picos. No se han asentado allí de forma natural y definitiva, porque tienden a volver al terruño, pero la FCQ trabaja para que eso pase. Igual que la Fundación Gypaetus hace lo propio en Cazorla, con un exitoso programa de cría en cautividad que la respalda.

De hecho, un par de flamantes quebrantahuesos pueblan ya los Picos. 3 ejemplares de sangre aragonesa, que fueron criados en cautividad y luego ‘enseñados’ a subsistir en libertad, se soltaron entre 2010 y 2012, en los viejos hogares cantábricos de medio siglo atrás. Aunque uno de ellos, una hembra, murió meses después.

El método es discutido por parte de algunos de los grupos ecologistas asturianos, porque persisten los envenenamientos y no ven suficientemente asentada la población pirenaica. Pero la FCQ no opina igual y aspira a que antes de 2020, si todo va bien, si continúan las sueltas y progresa la eduación, la gran rapaz de las cumbres se reproduzca en estado salvaje y vuelva, poco a poco, al feudo que le quitamos. Contentos estaríamos unos cuantos.