Blog | Por César Ferrero

Cotorras en la urbe: ¿y ahora qué?

Parque del Paraíso, Madrid este; al fondo, las cuatro torres y Guadarrama Parque del Paraíso, Madrid este; al fondo, las cuatro torres y Guadarrama

Últimamente me ha dado por mirar a esos animales que saltan a la vista y el oído, pero no deberían. A las llamadas ‘especies exóticas invasoras’, como si se hubiesen organizado ellas solas y lanzado a conquistarnos, al estilo de los hunos. Una de ellas me la encuentro todos los días: es la cotorra argentina o monje (Myiopsitta monachus), que hace tiempo que en Madrid es parte indisoluble del paisaje urbano, dándole un toque cromático y sonoro a las zonas verdes. En grandes parques como la Casa de Campo forma auténticas hordas. Se va extendiendo, y no se sabe hasta dónde puede llegar.

Mi recorrido cotidiano hacia el trabajo incluye el tranquilo y longilíneo parque del Paraíso, a la derecha en el mapa de la capital de España. Está en mitad de una zona residencial, fuera de la circunvalación M-30, a medio camino entre la Puerta del Sol y el Aeropuerto de Barajas. Lo que vendría a ser un lugar silencioso, si no estuvieran ellas. Emerjo de las profundidades en la parada de metro ‘Simancas’, en la frontera misma de esa zona ajardinada, y lo primero que escucho según piso los últimos peldaños son los chillidos de los pequeños loros verdes, que siempre se mueven en grupos.

A primera vista, la verdad es que gustan. Lucen tono general verde brillante, cara y pecho grises, plumas azules en las alas, faz simpática y vivaracha, típica habilidad loruna para coger objetos con las patas o colgarse de las ramas… Pero dicen que en las distancias cortas empeoran, sobre todo por sus chirriantes voces, repetidas muy a menudo y en coro. Un soniquete que no apetece, si es junto a tu ventana. En cambio, no han venido volando desde el otro lado del Atlántico: alguien le facilitó las cosas a esta ave propia de la mitad sur de Sudamérica, y ya sabemos cómo se llama. En la vida natural, cada vez que llega un extraño a un ecosistema, como bajado de un platillo volante… malo.

Toque exótico en España Toque exótico en España

¡Cotorras en Madrid! Suena de otro mundo, de un cuento de piratas y viajes magníficos, desde luego de regiones más cálidas. Pero el caso no es nuevo, y hace décadas que las primeras empezaron a vivir por sus propios medios en España. Según la Sociedad Española de Ornitología (SEO), la primera cita de esta especie en el territorio nacional se produjo en Barcelona, en 1975. En 1985 se la cita en Madrid, y en 1993 se comprueba que ya se reproduce en ese parque inmenso llamado Casa de Campo. Hoy día cría también en parques y jardines de varias urbes del Mediterráneo, y algunos puntos de Castilla y León, Castilla-La Mancha, Navarra, Galicia, Zaragoza, Canarias o Baleares. Es difícil saber cuántas son exactamente, pero sí está claro que son cada vez más.

¿Qué hay de Soria?

Revisando datos relativamente antiguos, de principios del siglo XXI, los mapas muestran un punto en Soria capital, como lugar de presencia de la 'invasora' cotorra argentina. Desde la sección soriana de la SEO, efectivamente Juan Luis Hernández afirma que entre 1999 y 2001 se vio una pareja de estos alados seres por la pequeña ciudad, sobre todo en torno a la Dehesa pero también por otros rincones como las orillas del Duero. “La cuestión es que no comprobamos que nidificara y, a partir de 2002, esa pareja desapareció. Y hasta aquí. No ha habido más citas”.

El frío puede limitar la expansión del lorito, que quizá no pueda superar demasiados de los gélidos inviernos sorianos de forma consecutiva. A la orilla del Manzanares los meses invernales no son tan crudos, y prolifera. Sin embargo, tampoco es precisamente el Mediterráneo. ¿Qué se puede esperar? Hernández no cree que llegue a asentarse en Soria. “Viendo el empuje que tienen las cotorras argentinas en Madrid y en Zaragoza”, que están cerca de la primera capital del Duero, “podría pensarse en una pronta colonización. Pero yo no lo contemplo. Por cuestiones climáticas pero, también, porque la cotorra es muy de grandes espacios humanizados y ajardinados y eso, Soria, pues no lo tiene”.

Así se crea un problema

En cualquier caso, la expectación es grande entre los interesados en la biología, y en los departamentos medioambientales de los municipios y autonomías donde se está multiplicando la cotorra, o puede hacerlo en los próximos años. ¿Hasta dónde llegará? ¿Podemos frenarla? ¿Qué hacer con los ejemplares de un animal que no tiene culpa de existir, y que nosotros mismos hemos convertido en problema?

'Nido de nidos' 'Nido de nidos'

Entre fascinante y lamentable, resulta indagar un poco en los porqués de esta conquista. Ya en su tierra de origen, donde la cotorra monje puede ocupar zonas ajardinadas pero también campos, está considerada una plaga que puede arrasar con los cultivos. Precisamente por eso, cuando en las últimas décadas del siglo XX llegó aquí el ‘boom’ de importación de mascotas de otros continentes, la cotorrita argentina triunfó, si podemos llamar así a su particular esclavitud de jaula. Reúne algunos requisitos intermedios importantes: es pequeña, aproximadamente del tamaño de un mirlo; se le puede enseñar a imitar la voz humana; y, debido a su abundancia, resultaba muchísimo más barata de conseguir y exportar que otros parientes más cotizados.

Pero claro, el marketing solo te pinta los lados positivos. En primer lugar, a veces resulta más arisca de lo que su afable aspecto suele hacer pensar. Y fundamentalmente, no todos los oídos y paciencias están preparados para aguantar las emisiones gárrulas (chirriantes) de un ave que no destaca por su discreción. Meter un no calculado incordio en casa resultó insoportable para unos cuantos. Cometieron el segundo error, después de la compra en sí: soltar a su suerte a sus de pronto indeseados animales de compañía, que a diferencia de otras aves enjauladas reaprenden a volar al instante. Además la operación se repitió bastante y simultáneamente, en aquella época de moda. Se dice incluso que la inteligencia de este polifacético emplumado le ha llevado a escaparse a menudo, abriendo la puerta de su prisión en un descuido del vigilante…

En definitiva, las cotorras se juntaron con sus congéneres y, como se ve, se adaptaron a su nuevo hábitat, miles de kilómetros al este de su continente de origen, y a una vida en libertad en las ciudades de algunos países europeos. Tras un período de asentamiento, ha empezado a realizar sus primeras expansiones ‘voluntarias’, sus pequeñas migraciones cuando el parque de turno se satura. Estoy prácticamente seguro de que ‘mi’ núcleo del parque del Paraíso no tiene el embrión en ninguna jaula, sino de misiones de exploración y expansión a partir de la Casa de Campo u otro jardín mayor de la ciudad.

Pandilla recaudando ramitas para el nido Pandilla recaudando ramitas para el nido

El dilema

Pueden ser molestas también al aire libre, porque esta especie es gregaria, se junta en pequeños clanes -de un puñado a unas decenas de ejemplares- y se hace notar. De hecho, tiende a apiñar tanto sus nidos, construidos a base de ramitas y palitroques, que el resultado es un súper nido, en realidad un conjunto de otros más pequeños entrelazados. La estructura es bien visible para cualquier peatón que les siga el rastro durante unos segundos, y puede pesar en torno a 50 kilos. En el Paraíso, están fundamentalmente situados en los cedros. Sobre todo, precisan de un aporte constante de material. Evidentemente, éste procede de las especies vegetales más próximas, y pueden dañarlas mucho, porque esta cotorra usa el hogar todo el año, no solo cuando cría. Dentro, se supone, el frío no es tan evidente, como pasa en los iglúes.

Y sí, el pequeño lorito chillón es un problema ambiental, no solo para los árboles y arbustos. Porque además, una vez que se establece se convierte automáticamente en más bocas que alimentar: es competencia directa para las aves autóctonas como gorriones, palomas, urracas y demás. Carente prácticamente de enemigos naturales en las urbes, se supone que no puede hacer otra cosa que subir. Como se cita en esta noticia de 2013, publicada en ‘El País’, un censo de un grupo de biólogas de la Universidad Complutense eleva el número de ejemplares salvajes de Myiopsitta monachus a 1.768 solo en Madrid capital, distribuidos por 15 parques. Y ojo, que de momento no se ha ‘atrevido’ a moverse a zonas un poco más rurales, a los cultivos que supuestamente ataca en sus países de origen.

Se verá. La Comunidad de Madrid, por su parte, autoriza desde ese mismo año a su eliminación, siempre por parte de las autoridades competentes. Y no es la única región que ha tomado medidas similares, para echar a las cotorras o para que no lleguen nunca. ¿Demasiado tarde? ¿Vale la pena? ¿Es lícito, es éticamente sostenible, a estas alturas? ¿No debería ser Dios el único competente para esas decisiones? ¿Existe? Y si existe, ¿seguro que somos nosotros?