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Las emociones: cada vez más presentes en el aula

A lo largo de toda nuestra etapa educativa nos enseñan muchas cosas: nos trasmiten contenidos teóricos de la más diversa índole, nos tratan de formar como ciudadanos y como parte de una sociedad en la que nos tendremos que desenvolver durante toda nuestra vida, incluso contamos con una importante instrucción en lo referente a actividades físicas, tan necesarias para nuestra salud. Sin embargo, parece que hay un aspecto que todavía queda ajeno, por lo menos parcialmente, al sistema educativo formal: la educación emocional.

El Centro Iberoamericano de Neurociencia, Educación y Desarrollo Humano afirma que “el estado de ánimo y las emociones afectan de manera positiva o negativa al cerebro y a sus funciones, y por ende, al aprendizaje”. Así, este organismo define las emociones como “mecanismos que utiliza el cerebro para actuar, bajo una situación de emergencia, o ante circunstancias cognitivas y sociales. Son reales y no están separadasdel cuerpo; te motivan a una conducta específica, que puede ser tanto positiva como negativa. Influyen significativamente en la motivación, en el aprendizaje, en la memoria, en la toma de decisiones, en las formas de pensamiento, en todos los sistemas del cuerpo y en el movimiento.” Es por ello que queda más que justificada la necesidad de una educación emocional.

Daniel Goleman desarrollaba hace ya 20 años el concepto de Inteligencia Emocional. Según el autor, ésta consiste en: conocer las propias emociones, saber manejarlas, motivarse a sí mismo, reconocer las emociones de los demás y establecer relaciones. Son competencias esenciales para poder desarrollarse tanto individualmente como en los diferentes grupos sociales en los que participamos a lo largo de nuestra existencia. Es por ello por lo que la educación emocional se antoja fundamental para formar parte de los contenidos que se trabajan en los centros educativos, garantizando de esta forma que llega a todo el alumnado a lo largo de todas las etapas.

Durante los primeros años de escolarización, el reconocimiento de las propias emociones y las de los demás sí forman parte de los objetivos a conseguir dentro de la educación formal. Sin embargo, según se va avanzando en el sistema educativo, este tipo de formación pierde fuerza hasta casi desaparecer. No obstante, no hay lugar para el pesimismo al respecto, ya que cada vez son más los docentes que se están dando cuenta de la importancia de la educación emocional. Una muestra de ello es que los pasados días 4, 5 y 6 de octubre se celebró en Toledo III Congreso de Innovación Educativa organizado por la Fundación San Patricio, que este año se tituló ‘Sin emoción no hay aprendizaje: educando la emoción’.

La metodología para trabajar las emociones es de lo más diverso. Desde el uso de la actividad física hasta la técnica mindfulness –a través de la meditación-, pasando por el uso de la artística, la tecnología, la neurolingüística, los juegos de roles o el coaching. Y como en cualquier otro campo educativo, solo es cuestión de conocer al grupo con el que se va a trabajar y elegir el método más adecuada.

Estamos rodeados de emociones, tanto propias como ajenas. Una educación emocional va a garantizar a los alumnos una mayor comprensión de lo que siente en cada momento, análisis gracias al cual podrá interpretar mejor cada uno de sus comportamientos y de las actuaciones de los demás. Para conseguir una plenitud en la vida y un desarrollo personal adecuado es fundamental ser capaz de desenvolvernos en todo tipo de entornos sociales. Y ello solo será posible si llegamos a ser conscientes de nuestros sentimientos y de los de los demás.