Ángela Fernández: Cinco años de escalada y de momento un séptimo

Foto: Concha Ortega

Ángela Fernández Lobera (10-4-83) le ha dado una bonita alegría a la escalada soriana, al encadenar el pasado domingo su primer séptimo en la Cueva de Somaén. ¿Encadenar un séptimo? En escalada, los grados de dificultad van desde el 1 (andar) hasta el 9b+ (reservado a los superclase mundiales), pero la escalada de verdad con cuerda empieza aproximadamente a partir del cuarto grado superior o del quinto. A partir de ahí, cada número se divide en tres letras (a, b, c), y entre cada dos letras hay un nuevo grado, marcado con un +. Esta es una secuencia: 6b, 6b+, 6c, 6c+, 7a...

Y ahí es donde de momento se ha quedado la escaladora soriana. Hasta ahora, ya había conseguido tres 6c en escuelas de fuera de la provincia de Soria: en Santa Linya (Lérida), en San Pelegrín (Huesca) y en Teverga (Asturias). La primera fue en 2013 y las dos últimas, en el presente 2016, en abril y octubre respectivamente. Este año, por tanto, Ángela estaba fuerte...

Su primer séptimo, un 7a, lo ha firmado además en su provincia de Soria, en una variante de la vía llamada Petabrazos. Somaén es un lugar para los ya bien iniciados en escalada, sin grados sencillos, hasta el punto de que esta variante se utiliza fundamentalmente para calentar. Ángela había estado ya varias veces inspeccionando y probando esta vía, y había conseguido completarla ya escalando de segunda. El nombre de la vía no es casual. El primer tramo es muy desplomado, con presas relativamente buenas, y el segundo sale a una placa, más técnico, "que se me da mejor. De hecho, si toda la vía fuera tan física como al principio probablemente no la habría hecho".

La tenía, por tanto, bien interiorizada, cuando este domingo decidió ir de primera, subiendo poco a poco, poco a poco... hasta terminarla, proporcionándose una de sus grandes alegrías en su carrera como escaladora.

No es una carrera que se pueda considerar todavía larga, pues no comenzó hasta el año 2011. Su hermano Diego, que vivía entonces en Pamplona, fue el que le inoculó la afición a este deporte. Allí hizo sus primeras vías como todo el mundo que empieza: con los gatos de uno, con el arnés de otra... "hasta que me fui comprando todo el material".

Reconoce que desde el primer momento le enganchó y decidió entonces apuntarse al rocódromo que tiene la asociación Treparriscos en la calle Montes Claros. Sin embargo, como le sucede a muchos escaladores, lo que de verdad le gusta es la roca. Así, aunque va consolidando los progresos con sus visitas a esa gran cochera, donde de verdad los consigue es saliendo casi todos los fines de semana a escalar a las paredes: "En España hay muchísima roca y muy buena".

La relación de Ángela con el deporte no es muy extensa. Empezó jugando al voleibol, como su hermano, pero lo dejó alrededor de los 16 años. Ahora, más de tres lustros después, también comparte afición con él: el yoga. De hecho, él es quien le da las clases. El yoga y la escalada guardan bastante relación, porque el primero aporta elasticidad, equilibrio y concentración, virtudes fundamentales para la escalada.

De hecho, uno de los aportes de escalar que más le satisface a Ángela es precisamente el último, la concentración: "No te permite pensar en otra cosa, viene muy bien para evadirse". El otro tiene que ver con el medio: "Escalar te acerca a sitios preciosos a los que probablemente no irías de otro modo".

¿El futuro? De momento, no se plantea repetir esa variante de la Petabrazos. En primer lugar, porque "la escalada es muy rara, y hace poco no conseguí hacer un 6b+". Y, en segundo, porque prefiere probar cosas nuevas. Ya está estudiando un 7a+ allí mismo, en Somaén. Se llama Rojo Atardecer. Ojalá sea ese, o cualquier otro, su próximo avance de grado.